Seis millones de hombres, mujeres y niños fueron asesinados por el régimen nazi. El mal no se puede banalizar
Un llamativo episodio ocurrió el pasado jueves en un establecimiento escolar de esta Capital, concretamente en la Escuela Preuniversitaria Fray Mamerto Esquiú, en ocasión de una fiesta por el día de Halloween que consistía fundamentalmente en premiar al mejor disfraz. Como es fácil inferir, los chicos del nivel secundario debían disfrazarse de los clásicos personajes de ficción que “meten miedo”: desde los más tradicionales como Drácula o Frankesteien, hasta los consagrados en películas más recientes, como Freddy Krueger, Chucky o Jason Voorhees.
Lo sorprendente fue que el disfraz ganador no correspondió al de un personaje ficticio sino al de un personaje histórico. El ganador fue el disfraz de Adolf Hitler. No trascendieron detalles de las razones del voto del jurado, pero sí en cambio algún malestar por la elección.
La controversia es comprensible. Colocar a Hitler en el bando “de los malos” que “meten miedo” tiene corroboración histórica. Se trata, en efecto, del mentor del genocidio más terrible del último siglo: aproximadamente seis millones de hombres, mujeres y niños fueron asesinados por el régimen nazi.
El problema es que su inclusión entre los personajes de Halloween, y además que haya logrado el primer puesto, de alguna manera banaliza la tragedia (imaginamos un hipotético festejo en el que todos felicitan a “Hitler” y lo llevan en andas por el ámbito de la escuela) y genera un lógico resquemor. Es que las heridas del genocidio nazi siguen abiertas y palpitantes. En todo el mundo hay personas cuyos padres, tíos, abuelos o bisabuelos perecieron en aquellos atroces campos de concentración. También las hay en Catamarca. De modo que algún descendiente de esas víctimas sufrientes podría haber presenciado la consagración de Hitler en un ámbito educativo.
No es justo caerle a la pequeña que logró seguramente una caracterización eficaz y creativa, y no parece conveniente tampoco buscar responsables de un hecho que, como se dijo, generó controversias y enojos comprensibles, sobre todo porque la actividad estuvo organizada por los propios estudiantes.
Sí, en cambio, resulta una excelente oportunidad para que este tipo de temas sean parte de un proceso reflexivo propiciado por las propias autoridades. Un proceso que pueda aportar una mirada acerca de la inconveniencia de banalizar el mal cuando proviene de la historia reciente y no de elucubraciones de ficción contenidas en libros, películas, historietas o series.
No estaría mal, además, aprovechando la oportunidad del tema en discusión, plantear interrogantes respecto de las razones que han provocado que celebraciones ajenas a nuestra cultura vayan ganando sin embargo terreno entre las jóvenes generaciones, y construir una perspectiva de análisis crítica en cuanto a la conveniencia de que esas expresiones tengan cada vez más preponderancia en actividades escolares.
Si este proceso reflexivo se concreta, la consagración de Hitler habrá sido en definitiva una anécdota. Controversial, pero anécdota al fin.