Una discusión que progresivamente va ganando lugar entre los padres de niños de corta edad se resume en la siguiente pregunta: ¿cuál es la edad adecuada para que un niño tenga su primer celular? Se trata de un debate profundo y necesario vinculado a la salud mental y el desarrollo social de las nuevas generaciones.
Gana cada vez más consenso la idea de postergar la edad del primer celular hasta los 12 años, o incluso hasta los 14, según algunas posiciones más restrictivas. Gana cada vez más consenso la idea de postergar la edad del primer celular hasta los 12 años, o incluso hasta los 14, según algunas posiciones más restrictivas.
Padres y docentes, en particular en algunas comunidades educativas, ya están analizando los perjuicios que puede ocasionar la alta y temprana exposición de los niños a estos dispositivos, considerando que la edad promedio en la que un niño argentino recibe su primer teléfono es de 9,2 años. De modo que gana cada vez más consenso la idea de postergar esta edad, idealmente hasta los 12 años, o incluso hasta los 14, según algunas posiciones más restrictivas. Este criterio no busca ser una imposición individual, sino un pacto más bien colectivo. Si en un grupo de niños de 10 años, solo algunos tienen celular, quienes aún no acceden al dispositivo pueden experimentar una profunda sensación de exclusión, generando presión innecesaria.
El movimiento de padres que impulsa esta postergación crece en todo el mundo. No busca únicamente alejar a los chicos de contenidos nocivos o riesgos de distinta índole —que se multiplican en quienes además acceden a redes sociales—, sino también recuperar el tiempo libre para el juego, para el movimiento, para actividades recreativas que favorezcan la salud física y mental. Tiempo, en definitiva, para descansar de la sobreestimulación constante que proponen los dispositivos.
En numerosos países ya surgieron organizaciones que promueven este debate. En la Argentina existe Manos Libres; en Estados Unidos, Wait Until 8th; en Gran Bretaña, Smartphone Free Childhood; en México, el movimiento No Es Momento. Todas coinciden en un diagnóstico: la exposición prolongada de niños pequeños a los teléfonos inteligentes afecta su salud mental. Abundan los estudios científicos que vinculan el uso excesivo de pantallas con un aumento de la ansiedad, la depresión y las autolesiones en las infancias y preadolescencias. El desarrollo cognitivo y emocional, que se moldea en la infancia, se ve comprometido por la interacción constante con una pantalla que no siempre ofrece el estímulo adecuado.
Por eso, la discusión no puede limitarse a la decisión aislada de cada familia. Requiere de un debate serio y participativo que involucre a padres, docentes, directivos escolares y autoridades educativas. Es imprescindible establecer criterios consensuados para restringir el uso de celulares en los niños hasta determinada edad —muchos especialistas coinciden en que el límite razonable son los 12 años— y para desarrollar, en los mayores, estrategias de acompañamiento y concientización sobre un uso responsable, recreativo y educativo de la tecnología. n