martes 18 de noviembre de 2025
Algo en que pensar mientras lavamos los platos

Adiós, Romeros

Rodrigo L. Ovejero

Corría el año 1968 cuando una mañana George A. Romero se despertó, se preparó un café y salió de su casa para filmar “La noche de los muertos vivos”. George no lo sabía entonces, pero estaba a punto de cambiar la historia del cine de terror y -en un giro aún más inesperado de los acontecimientos- la historia del patio delantero de mi casa, pues cincuenta años después yo plantaría un romero en él, para poder aderezar mis platos y homenajear, de paso, al responsable de tantas resurrecciones en pantalla.

Romero, el cineasta, murió en 2017, y romero, la planta, en un sentido y –quizás- exagerado homenaje, se está muriendo en 2025. Por varios años creció sin control, con una fuerza inusitada que posibilitó que todo invitado a casa se llevara algunas ramitas para cocinar. Su potencia, su vitalidad, su generosidad en definitiva, fue lo que hizo que me descuidara, que dejara de prodigarle los cuidados que merecía y necesitaba. Así ocurre con las personas, muchas veces las que dan más reciben menos, pues confundimos su generosidad con autosuficiencia, damos por sentada su presencia y nos olvidamos de ellos (Paulo Coelho habría escrito un libro llamado “El Romero” y vendido millones de ejemplares con esta analogía barata botánico-humanitaria, pero yo soy más humilde y solo pretendo escribir esta columna). El final es inminente, el riego ya no sirve de nada y la necrosis avanza a pasos agigantados por sus ramas, tan verdes y aromáticas antaño, tan secas y quebradizas por estos días.

He probado hablarle, como último recurso, echando mano del conocimiento popular que afirma que decirle unas palabras todos los días a las plantas puede tener un efecto benéfico para su salud. Al parecer, sin embargo, el romero no está interesado en las vicisitudes de la trayectoria actual de Boca Juniors, ni las alternativas de mis futuros libros le resultan merecedoras de un esfuerzo para seguir viviendo (quizás, incluso, esto último es contraproducente, como aquella poetisa creada por Roberto Fontanarrosa, que recitaba poemas tristes a sus plantas y les producía la muerte). Su abandono al último descanso parece no tener remedio. Hasta el perro ha dejado de romperlo, señal inequívoca de que el fin está cerca.

Ya no habrá más platos sazonados, ya no habrá más aromas intensos en mi cocina, puedo preparar las bondiolas más tristes esta noche. La única esperanza que me queda es que el romero decida llevar el homenaje al paroxismo y reviva del mismo modo en lo hacen las personas en las películas del director a quien le debe su nombre. Es una esperanza ínfima, por supuesto, a la fecha no existen casos documentados de un romero que haya regresado de la muerte. Ni siquiera George lo ha hecho, a contramano de su obra. Mientras tanto, mientras alguna de sus ramas conserve un verdor apagado, seguiré regándolo, pues la esperanza, al igual que los condimentos, es lo último que se pierde.

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