jueves 25 de septiembre de 2025
GARAMOND 11

Las islas radiantes de la Argentina más "oscura"

Por Juan Francisco Uriarte

El ecosistema literario actual suele considerar a Mariana Enriquez la “Reina del Terror” y, en consecuencia, la gran mayoría de los textos sobre sus trabajos centran los análisis en esa parte, digamos… superficial de su escritura. Sin embargo, las complejidades de esta gran autora argentina aún no han sido develadas por una grandísima parte de los abordajes del periodismo cultural planetario.

Está sucediendo, con ella, un fenómeno similar al que se dio cuando la obra de Roberto Bolaño empezó a ingresar al mercado norteamericano hacia los primeros dosmiles (él había fallecido en 2003).

Sabemos que la Enriquez es alta pensadora, pero aquí su pensar brilla porque estas islas no son otra cosa que los intentos de una lectora por mostrar sus deslumbramientos literarios Sabemos que la Enriquez es alta pensadora, pero aquí su pensar brilla porque estas islas no son otra cosa que los intentos de una lectora por mostrar sus deslumbramientos literarios

Urgida por conseguir ventas masivas, la Penguin Random House (con derecho a explotar toda la obra del chileno luego de pagar varios millones de dólares) construyó, en base a dos o tres cuentos “de crotos”, la figura del escritor viajero y outsider (alcohólico, fumanchín y cocainómano), perfil que tanto prestigio tiene en esa geografía literaria que admira a borrachines de fogosidad poética como Charles Bukowski, borrachones que narran con estilete hiperrealista como Ernest Hemingway, y cocainómanas y cocainómanos de toda la extensa laya estadounidense.

En nuestros días con Enríquez está ocurriendo algo así.

Como es la Reina del Terror (aunque acotada la imagen es real), las campañas marketineras y los comentarios sobre sus libros van casi siempre por ahí. Y como la mayoría de las veces los textos son escritos de manera acuciante y (para peor) con caracteres limitados, sólo unos pocos son capaces de profundizar por otro lado.

En las próximas semanas, no obstante, podremos ver qué dice el sistema literario acerca del artefacto Archipiélago, el más nuevo libro de esta gigantesca de la palabra que, lejos de embarcarse en el terror, esta vez se dedicó a mostrar en un conjunto de textos plagados de simbolismos y precisiones quirúrgicas, que además de la máxima soberana del terror, y tal vez por eso mismo, es una pensadora literaria de gran altura, con daga en la mano diestra y pluma en la siniestra.

Archipiélago fue dado a conocer en agosto de este año por el sello Ampersand, y este no es un detalle menor. La editorial lo concibió como un objeto tan bello como el propio contenido. Cada capa del concepto editorial (propio de la Colección Lectores, de esa casa editora), se pone en diálogo con los textos, realzando la potencia de una escritura que, aunque despojada de sus embrujos habituales, no pierde un ápice de contundencia.

Lo que la escritora hace es ofrecer (en palabras) el mapa fragmentado de un archipiélago donde cada islita textual ilumina una idea, un gesto, una imagen, un recuerdo, un razonamiento novedoso.

Y Ampersand transformó ese mapa en un territorio precioso.

Este libro es, entonces, una experiencia doble. Por un lado, el vértigo intelectual de entrar otra vez en la faceta de la Enriquez pensadora, y por otro lado, el goce sensorial de encontrarse con un objeto que honra la tradición del libro como artefacto estético.

Su pensamiento se lee muy bien en el flamante tomo.

Pero como este escrito también cuenta con caracteres limitados, sólo escribiré sobre una de sus muy brillantes islas y también sobre uno que otro de sus artilugios marítimos. Porque quienes la leímos lunga ya sabemos que la Enriquez es alta pensadora, pero aquí su pensar brilla, soprattutto, porque estas islas no son otra cosa que los intentos de una lectora por mostrar sus deslumbramientos literarios.

Y sabemos muy bien que el principal de esos deslumbramientos, en su vida y obra, es Mr. King.

Y aquí (con un análisis magistral), ella nos explica por qué.

Ya atravesamos 36 páginas y cinco islas cuando llegamos a “La isla del reino”, dispositivo con el que Enriquez aborda (una vez más, con claridad meridiana) parte de la vida y los trabajos de Stephen “Mr. Terror” King, quien nació en la ciudad costera de Portland (estado de Maine) el 21 de septiembre de 1947, y es el vórtice más alto del género desde que publicó su primer título hasta los instantes en que tus ojos recorren estos párrafos, cuando su obra publicada supera los 80 libros.

Luego de explicarnos que, siendo aún niña, lo primero que leyó de King fue Cementerio de animales (1983), la creadora de este archipiélago recuerda que, en una traducción de César Aira, publicada por Emecé (en 1984), sintió que “hubo una escena que sobrepasó mis límites” de pequeña lectora.

Y entonces comprendió algo.

Y así lo cuenta:

“Quien haya leído Cementerio de animales –una novela equivalente a autolesionarse– sabrá que hay demasiadas escenas insoportables y que todas están construidas con la habilidad de un narrador experto y sádico. Es hermoso de leer. Uno se desliza sobre las palabras, pero se cuenta desde el dolor y la paranoia más lúgubre”.

Y a continuación nos anticipa el que, para ella, es el “peor y mejor momento” de esa novela, para luego citarlo textualmente. Les ahorro el horror de esa media página por si son impresionables, pero créanme que, si aún no leyeron Cementerio de animales, encontrarán esa cita (durísima) íntegra en esta isla.

Además de las islas, entre estos 29 textos también se encuentran los artilugios marítimos.

Me refiero a esos otros dispositivos aún más cortos que, sin ser islas, son pequeños islotes que nos pausan, nos aminoran el ritmo en los momentos en que, para llegar a la isla siguiente, precisamos volver una vez más al mar.

En “Las redes”, por ejemplo, nos explica que “hay escritores que no leen para poder escribir y que tampoco lo hacen mientras escriben. Yo hago las dos cosas. Suelo leer poesía, sobre todo, pero también puedo con cualquier texto, aunque le dedique menos tiempo”.

Y la afirmación, además de genuina, se asoma como una lección de este artilugio que no tiene más de una página.

Otro texto que deslumbró a este columnista es “Los puertos”, donde afirma: “Por el mismo motivo que nunca fui a un taller de escritura –no me interesa opinar sobre los textos de los demás–, nunca fui a un club de lectura. No me interesa debatir ni explicar un libro con desconocidos, mucho menos esperarlos o tener horarios para la conversación”.

En estas últimas frases, quizás, se redondea un poco más el perfil de esta gran lectora: silenciosa y solitaria, abstraída del mundo circundante, deslumbrada en alguna página muchísimo más allá de lo que todos somos capaces de pensar.

Probablemente en una nueva isla, o rumbo a ella.

Esto fue Garamond 11. Hasta la próxima, lectores.

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