En medio de la crisis cambiaria que tuvo en vilo a la Argentina durante varias semanas, provocada por “el mercado”, eufemismo para nombrar a los capitales financieros especulativos, el Papa Francisco, que es la cabeza de la Iglesia Católica pero también un argentino preocupado por su país, difundió un documento en el que se analiza críticamente el fenómeno, imputándoles incidir negativamente en la calidad de vida de la mayor parte de la humanidad.
Resulta saludable que se enfatice esta mirada, contrapuesta a otra, acrítica y complaciente, que es la elegida por buena parte de los gobiernos de las naciones del mundo, incluido, claro está, el argentino. Desde esta perspectiva, la acrítica y complaciente, se justifican los esfuerzos por “seducir” al mercado y se naturalizan comportamientos que, cuanto menos, están reñidos con la ética.
Porque las maniobras de los capitales financieros son fuertemente especulativas, y apuntan a obtener grandes ganancias en plazos muy cortos. Y si hay en estas conductas ganadores, los especuladores, también hay perdedores, que siempre son los demás actores de la economía.
Si un banco extranjero compró mil millones de dólares en abril a valores apenas superiores a los 20 pesos y los vendió cuando estaban a 25, obtuvo en un mes ganancias cercanas a los cinco mil millones de pesos, con una rentabilidad superior al 20 por ciento en 30 días. Negocio formidable que pagamos todos los argentinos.
Pero esta jugada, que escandaliza al sentido común, ni siquiera es cuestionada públicamente por las autoridades. De hecho, uno de los principales representantes del controvertido mundo de la especulación financiera es el ministro Luis Caputo, al que según el jefe de Gabinete, Marcos Peña, hay que agradecerle que haya aceptado sumarse al gabinete. "Él es un orgullo para este país y para el Gobierno; dejó todo lo que estaba haciendo para venir a la Argentina. Jugaba la Champions League (de las finanzas internacionales)”, dijo.
Desde esta perspectiva, que no se plantea siquiera un cuestionamiento del rol que cumplen los capitales especulativos en la economía real, es que en el gobierno se preguntan qué tiene de malo las cuentas offshore en los paraísos fiscales.
Dice el documento de El Vaticano que “más de la mitad del comercio mundial es llevada a cabo por grandes sujetos, que reducen drásticamente su carga fiscal transfiriendo los ingresos de una lugar a otro”, girando “los beneficios a los paraísos fiscales y los costos a los países con altos impuestos”, quitando recursos a las economías nacionales y contribuyendo a la creación de “sistemas económicos basados en la desigualdad”.
La Iglesia condena además las “conductas inmorales” de los representantes del mundo financiero, que operan “más allá de toda norma que sea la de un beneficio inmediato, chantajeando a menudo desde una posición de fuerza también al poder político de turno”.
Sin caer en fundamentalismos absurdos, resulta saludable que empiecen a escucharse voces críticas sobre el rol que cumplen en el mundo, y también obviamente en la Argentina, los capitales financieros especulativos.
Los capitales que el país necesita son los que expanden la economía, no los bolsillos de unos pocos.