Días pasados, en esta misma columna, dábamos cuenta del pedido desesperado de una madre cuyo hijo de apenas seis años es víctima de bullying o acoso escolar en un colegio privado de la Capital catamarqueña.
Días pasados, en esta misma columna, dábamos cuenta del pedido desesperado de una madre cuyo hijo de apenas seis años es víctima de bullying o acoso escolar en un colegio privado de la Capital catamarqueña.
El testimonio de la mujer, difundido a través de redes sociales, aludía a que la agresividad hacia el pequeño por parte de uno de sus compañeros se registraba desde el año pasado, cuando ambos chicos cursaban el primer grado, y mencionaba que pese a los reclamos realizados, encontraban escasa respuesta, y ninguna solución en definitiva, de parte de las autoridades del establecimiento educativo.
Sin entrar a analizar este caso en particular, en un abordaje más amplio es necesario sostener que el hecho de que las autoridades no reconozcan el acoso escolar como un problema de gran impacto, con secuelas duraderas en las víctimas, tiende a agravarlo. Solo pueden encontrarse respuestas positivas en aquellas cuestiones cuya verdadera envergadura es asimilada por quienes tienen poder de decisión para arribar a soluciones.
Un informe sobre el tema elaborado por la organización “Argentinos por la Educación” ofrece resultados impactantes. Más de la mitad de los estudiantes reconoce que en la escuela suceden episodios de discriminación por aspecto físico (75,4 por ciento) o por características personales o familiares (religión, nacionalidad, género, discapacidad -67,7 por ciento-), y amenazas o agresiones entre compañeros (54,5 por ciento). El auge de las redes sociales ha agudizado la violencia. En esos espacios virtuales las agresiones se agrandan, se expanden y causan mucho más daño. Daños que muchas veces los chicos ni siquiera informan a sus padres o seres queridos de referencia. Y no lo hacen por miedo o vergüenza.
Estos datos revelan la magnitud del problema, pero otros, registrados por el mismo estudio, empiezan a explicar su evolución. Por ejemplo, menos del 3 por ciento de los directores de escuela consideran al bullying como un problema serio. El 17 por ciento lo evaluó como un problema moderado y el 43 por ciento lo calificó como un problema menor.
La posición de los directivos sobre el bullying, minimizándolo, denota ignorancia o deliberada subestimación. Ambas alternativas son muy preocupantes.
Se desconocen datos estadísticos respecto de la mirada que tienen las autoridades políticas, ministros de Educación de las provincias, o de la Secretaría nacional (considerando que el gobierno libertario eliminó el Ministerio del área), pero si es similar a la de los directores, la situación empeora.
Lo más conveniente sería realizar un abordaje integral que adopte la forma de un programa a implementar de manera unificada en las escuelas de nivel primario y secundario de la Argentina, con la participación de directivos, docentes, alumnos y padres. Reconocer la envergadura del problema del bullying o acoso escolar es el primer paso para encontrar soluciones.