viernes 20 de junio de 2025
Día del Periodista

Hoy como ayer, Mariano Moreno

La fecha conmemora la primera edición de La Gazeta de Buenos Ayres, primer periódico patrio fundado por Mariano Moreno, cuyo acápite era una frase de Publio Cornelio Tácito, senador romano del primer siglo de nuestra era: "Rara felicidad la de los tiempos en que es lícito sentir lo que se quiere y decir lo que se siente”.

Por Gabriela Borgna

El 6 de diciembre de 1810, Mariano Moreno, por entonces secretario de la Primera Junta de Gobierno, escribe el “Decreto de Supresión de Honores al Presidente de la Junta y otros funcionarios públicos”. Dos días después se publica en una edición extraordinaria de La Gazeta. En 2005, durante la gestión de Horacio González al frente de la Biblioteca Nacional - que lleva el nombre de Mariano Moreno por haber sido su creador – se publicó en un libro de bolsillo que la rescató del olvido.

Desde el 25 de mayo, la hoy Argentina - entonces las Provincias Unidas del Río de la Plata- había declarado su independencia del Reino de España. Desde la invasión napoleónica a España, se gobernaba bajo la máscara de Fernando VII. El rey había huido y en su trono se sentaba José Bonaparte, hermano del autoproclamado emperador Napoleón, y más conocido como Pepe Botella, por su afición a la buena bebida.

El ejército francés avanzaba sobre España al mando del general Montbrún, quien morirá en batalla. En la calle, los niños españoles cantaban “Mambrú murió en la guerra, chiribín, chiribín, chin, chin. Mambrú murió en la guerra, lo llevan a enterrar, ajá, já, ajá, já. Con cuatro capitanes y un cura sacristán”.

El 18 de diciembre, esa junta se disolvió y se constituye la Junta Grande. De ambas, el presidente fue Cornelio Saavedra. Hijo de hacendados del Potosí, vendedor de loza y militar, recelaba de las intenciones de Moreno, a quien se acusaba de jacobino, en alusión a los revolucionarios franceses.

Ayer como hoy, como siempre, alguien acusa a los intelectuales, a los periodistas, a quienes levantan su voz. Juan José Castelli fue el orador de la Revolución, el primero en llamar ciudadanos a las comunidades originarias del Norte. Moreno era el pensamiento, la pluma. De su escritura inflamada surgieron los decretos que dieron a la Patria su primer basamento. Sostiene Moreno en el prólogo de su último escrito, al que bien podemos considerar su testamento político: “En vano publicaría esta Junta principios liberales, que hagan apreciar a los pueblos el inestimable don de su libertad, si permitiese la continuación de aquellos prestigios, que por desgracia de la humanidad inventaron los tiranos para sofocar los sentimientos de la naturaleza. Privada la multitud de luces necesarias para dar su verdadero valor a todas las cosas; reducida por la condición de sus tareas a no extender sus meditaciones más allá de sus primeras necesidades; acostumbrada a ver los magistrados y jefes envueltos en un brillo - que deslumbra a los demás y los separa - confunde los inciensos y homenajes con la autoridad de los que los disfrutan. Y jamás se detiene en buscar al jefe por los títulos que lo constituyen sino por el voto y condecoraciones con que siempre lo ha visto distinguido”.

“De aquí es que el usurpador, el déspota, el asesino de su patria, arrastra por una calle pública la veneración y respeto de un gentío inmenso, al paso que carga la execración de los filósofos y las maldiciones de los buenos ciudadanos. Y de aquí es que, a presencia de ese aparato exterior, precursor seguro de castigos y todo género de violencias, tiemblan los hombres oprimidos y se asustan de sí mismos, si alguna vez el exceso de opresión les había hecho pensar en secreto algún remedio. ¡Infelices pueblos los que viven reducidos a una condición tan humillante! Si el abatimiento de sus espíritus no sofocase todos los pensamientos nobles y generosos, si el sufrimiento continuado de tantos males no hubiese extinguido hasta el deseo de libertarse de ellos, correrían a aquellos países felices, en que una constitución justa y liberal da a las virtudes el respeto que los tiranos exigen para trapos y galones, abandonarían sus hogares, huirían de sus domicilios, y dejando anegados a los déspotas en el fiero placer de haber asolado las provincias con sus opresiones, vivirían bajo el dulce dogma de la igualdad, que raras veces posee la tierra, porque raras veces lo merecen sus habitantes”.

“¿Qué comparación tiene un gran pueblo de esclavos, que con su sangre compra victorias - que aumentan el lujo, las carrozas, las escoltas de los que lo dominan - con una ciudad de hombres libres en que al magistrado no se le distingue de los demás, sino porque hace observar las leyes, y termina las diferencias de los ciudadanos? Todas las clases del Estado se acercan con confianza a los depositarios de la autoridad, porque en los actos sociales han alternado francamente con todos ellos; el pobre explica sus acciones sin timidez, porque ha conversado muchas veces familiarmente con el juez que le escucha; el magistrado no muestra ceño en el tribunal a hombres que después podrían despreciarlo en la tertulia. Y, sin embargo, no mengua el respeto de la magistratura, porque sus decisiones son dictadas por la ley, sostenidas por la constitución y ejecutadas por la inflexible firmeza de hombres justos e incorruptibles”.

“Se avergonzaría la Junta, y se consideraría acreedora a la indignación de este generoso pueblo, si desde los primeros momentos de su instalación, hubiese desmentido una sola vez los sublimes principios que ha proclamado. Es verdad que consecuente al acta de su erección decretó el Presidente en orden de 28 de mayo los mismos honores, que antes se habían dispensado a los virreyes; pero este fue un sacrificio transitorio de sus propios sentimientos que consagró al bien general de este pueblo. La costumbre de ver a los virreyes rodeados de escoltas y condecoraciones habría hecho desmerecer el concepto de la nueva autoridad, si se presentaba desnuda de los mismos realces; quedaba entre nosotros el virrey depuesto; quedaba una audiencia formada por los principios de divinización de los déspotas y el vulgo - que sólo se conduce por lo que ve - se resentiría de que sus representantes no gozasen del aparato exterior de que habían disfrutado los tiranos y se apoderaría de su espíritu la perjudicial impresión de que los jefes populares no revestían el elevado carácter de los que nos venían de España”.

“Esta consideración precisó a la Junta a decretar honores al Presidente, presentando al pueblo la misma pompa del antiguo simulacro, hasta que repetidas lecciones lo dispusiesen a recibir sin riesgo de equivocarse el preciso presente de su libertad. Se mortificó bastante la moderación del Presidente con aquella disposición, pero fue preciso ceder a la necesidad, y la Junta ejecutó un arbitrio político - que exigían las circunstancias - salvando al mismo tiempo de sus intenciones con la declaratoria de que los demás Vocales no gozasen honores, tratamiento, ni otra clase de distinciones. Un remedio tan peligroso a los derechos del pueblo y tan contrario a las intenciones de la Junta, no ha debido durar sino el tiempo muy preciso, para conseguir los justos fines que se propusieron. Su continuación sería arriesgada, pues los hombres sencillos creerían ver un virrey en la carroza escoltada, que siempre usaron aquellos jefes; y los malignos nos imputarían miras ambiciosas, que jamás han abrigado nuestros corazones”.

“Tampoco podrían fructificar los principios liberales, que con tanta sinceridad comunicamos, pues el común de los hombres tiene en los ojos la principal guía de su razón, y no comprenderían la igualdad que les anunciamos mientras nos viesen rodeados de la misma pompa y aparato con que los antiguos déspotas esclavizaron a sus súbditos. La libertad de los pueblos no consiste en palabras, ni debe existir en los papeles solamente. Cualquier déspota puede obligar a sus esclavos a que canten himnos a la libertad y ese cántico maquinal es muy compatible con las cadenas y opresión de los que lo entonan. Si deseamos que los pueblos sean libres, observemos religiosamente el sagrado dogma de la igualdad. ¿Si me considero igual a mis conciudadanos por qué me he de presentar de un modo, que les enseñe que son menos que yo? Mi superioridad sólo existe en el acto de ejercer la magistratura que se me ha confiado; en las demás funciones de la sociedad soy un ciudadano, sin derecho a otras consideraciones que las merezca por mis virtudes”.

“No son estos vanos temores de que un gobierno moderado pueda alguna vez prescindir. Por desgracia de la sociedad, existen en todas partes hombres venales y bajos, que no teniendo otros recursos para su fortuna que los de la vil adulación, tientan de mil modos a los que mandan, lisonjean todas sus pasiones y tratan de comprar su favor a costa de los derechos y prerrogativas de los demás. Los hombres de bien no siempre están dispuestos ni en ocasión de sostener una batalla en cada tentativa de los bribones y así se enfría gradualmente el espíritu público y se pierde el horror a la tiranía”.

“Permítasenos el justo desahogo de decir a la faz del mundo, que nuestros conciudadanos han depositado provisoriamente su autoridad en nueve hombres, a quienes jamás trastornará la lisonja y, que juran por lo más sagrado que se venera sobre la tierra, no haber dado entrada en sus corazones a un solo pensamiento de ambición. Pero ya hemos dicho otra vez, que el pueblo no debe contentarse con que seamos justos, sino que debe tratar de que lo seamos forzosamente. Mañana se celebra el Congreso y se acaba nuestra representación; es pues, un deber nuestro, disipar de tal modo las preocupaciones favorables a la tiranía que - si por desgracia nos sucediesen hombres de sentimientos menos puros - que los nuestros no encuentren en las costumbres de los pueblos el menor apoyo para burlarse de sus derechos. En esta virtud, ha acordado la Junta el siguiente reglamento, en cuya puntual e invariable observancia empeña su palabra, y el ejercicio de todo su poder”.

Siguen a continuación los 16 artículos del decreto que firman Cornelio de Saavedra, Miguel de Azcuénaga, Dr. Manuel de Alberti, Domingo Mateu, Juan Larrea, Dr. Juan José Paso, Mariano Moreno.

Dos meses más tarde, ya un simple ciudadano y por orden de Saavedra, Moreno se embarca en el buque de bandera británica “Fama” para comprar en Inglaterra armas para los revolucionarios. Con él viajan su hermano Manuel y su secretario Tomás Guido.

En Buenos Aires quedaban la esposa de Moreno, Guadalupe Cuenca y su hijo. En la casa encuentra una caja con una mantilla, guantes y un abanico negros. Hay una nota sin firma en la que se le recomienda que los conserve porque pronto habría de usarlos. Apenas iniciada la travesía, Mariano Moreno es asesinado con una pócima, su cuerpo envuelto en la bandera del barco y sus restos tirados a las aguas cercanas a la Bahía de Río de Janeiro. Tenía 33 años.

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