“El hambre es la peor violencia. El hambre no es solo un vacío en la panza. Es la injusticia hecha carne. Las personas trabajan para comer, pero cuando ni eso alcanza... ¿qué queda? Los jubilados que dieron toda su vida, ¿ahora tienen que mendigar?”
Por Juan José Sánchez (*)
“El hambre es la peor violencia. El hambre no es solo un vacío en la panza. Es la injusticia hecha carne. Las personas trabajan para comer, pero cuando ni eso alcanza... ¿qué queda? Los jubilados que dieron toda su vida, ¿ahora tienen que mendigar?”
El hambre no es solo una sensación; es la expresión más cruda de la desigualdad y la injusticia. El ser humano es un ser de necesidad, y es a través del trabajo que conjuramos esa necesidad. El trabajo no es solo un medio para “ganarse” la vida; es la actividad humana que nos permite producir y reproducir la existencia de todas y todos. Es la herramienta que nos permite transformar la carencia en abundancia, la desesperación en esperanza. El trabajo no es una tarea individual. Resolvemos la necesidad trabajando juntos, en comunidad. La cooperación es tan vital como la capacidad de la sociedad para garantizar que nadie sienta el miedo al hambre. Por eso, el hambre no es solo un problema individual; es un desafío colectivo. Cuando una sociedad permite que un jubilado, una jubilada, alguien que dedicó su vida a trabajar, sufra el miedo al hambre, está fallando en su responsabilidad más básica. ¿Por qué alguien permitiría que un jubilado sufra el miedo al hambre?
“Protestar por comida es un derecho. Cuando no tenés para darle de comer a tus hijos... ¿qué hacés? ¿Te quedás callado? La calle es el único micrófono que nos queda. No es por molestar, es por sobrevivir. ¿Qué prefieren? ¿Qué la gente se muera en silencio?”
El hambre no es solo una necesidad biológica; es una violación a la dignidad humana. Quienes protestan por miedo al hambre no lo hacen por capricho. Lo hacen porque han agotado todas las vías posibles para resolver una situación que atenta contra su supervivencia. La protesta por miedo al hambre es un grito desesperado de quienes han sido descartadas y descartados. Es un llamado de atención a una sociedad que, en muchos casos, prefiere mirar hacia otro lado.Nadie debería tener que elegir entre el silencio y el hambre. La libertad de movilidad no puede estar por encima del derecho a la vida. ¿De qué sirve poder transitar si no hay comida en la mesa? La protesta por miedo al hambre es legítima y transformadora. Visibiliza las desigualdades y exige justicia. No es un acto de rebeldía; es un acto de supervivencia.
“Los que tienen armas deberían cuidarnos. Ojo con esto: a quién el Estado le da un fierro, es para proteger al pueblo, no molerlo a palos.A los que protestan por miedo al hambre no hay que reprimirlos, ¡hay que escucharlos! Dice un refrán: “El vivo vive del zonzo... pero el justo protege al débil”. Las armas son para cuidar, no para asustar.”
Las armas no son solo un instrumento de poder de las fuerzas estatales; son un símbolo de responsabilidad. Quienes las portan tienen el deber de proteger a la comunidad, no de reprimirla. El miedo al hambre no es un delito; es un grito de auxilio que merece ser escuchado, no reprimido. Nos decía siempre mi papá: “…el que tiene más luces se vale de ellas”. No necesita recurrir a la fuerza para resolver conflictos. El verdadero liderazgo no se mide por la capacidad de controlar, sino por la capacidad de cuidar y entender a quienes más lo necesitan. Las armas deben ser un escudo para proteger a la comunidad, no una amenaza. ¿Por qué a alguien se le ocurriría que la mejor manera de callar el miedo al hambre es la eliminación o la desaparición de personas?
“Nadie merece que lo maltraten. Pegarle al hambriento es como patear a quien ya está en el piso. ¿Tan duro está tu corazón que no sentís nada? En el barrio nos cuidamos entre todos. Si a uno le falta, al otro le sobra... y se comparte. El que no siente el dolor ajeno... ¡no es humano!”
El miedo al hambre no es solo falta de alimento; es el síntoma de una comunidad deshumanizada. Maltratar a quien tiene miedo al hambre es ejercer una doble violencia: es negar lo más básico, el derecho a vivir; y encima, apalearlo. Frente al hambre, la respuesta no puede ser indiferencia ni abuso. Debe ser solidaridad. Nadie merece ser maltratado. Menos aún quien lucha por sobrevivir. ¿Por qué alguien puede estar dispuesto a maltratar a quienes sufren el miedo al hambre? ¿Qué clase de sociedad permite que esto ocurra? La respuesta no está en la fuerza ni en la represión, sino en la escucha y la justicia.
La comunidad, como colectivo de pueblo, se caracteriza por la defensa de la vida, por su reproducción y la búsqueda de mejores condiciones de vida. Lo que algunos llamamos la reproducción ampliada de la vida de todas y todos. Más allá de lo mínimo para su reproducción, la Comunidad no se orienta a la acumulación de capital, como las empresas, ni a la construcción de la gobernabilidad en la imposición democrática de normas generales, como el gobierno del Estado. Desde esta realidad de “no-poder”, las familias, los sectores populares, poseen dos alternativas para articular sus demandas y ejercer una cuota de poder popular: la autogestión de necesidades y la reivindicación de derechos. Como bien señaló el padre Gustavo Gutiérrez, “solidaridad y protesta”. Solidad en la autogestión de satisfactores de necesidades y protesta en la reivindicación de derechos. Esas son las herramientas fundamentales de la comunidad organizada: las organizaciones de jubiladas y jubilados, los centros vecinales, las ollas comunitarias, las asociaciones de víctimas de injusticias, los clubes de barrio, las asociaciones cooperadoras y los centros culturales, las cooperativas y mutuales, entre otros. Estas organizaciones, junto con los movimientos sociales y los gremios de trabajadores en general, son la voz de quienes han sido históricamente silenciados.
El miedo al hambre, la solidaridad, la protesta, y la protección, son temas que nos interpelan como sociedad. Nos obligan a preguntarnos qué valores defendemos y qué futuro queremos construir. El hambre no es inevitable; es el resultado de construcciones sociales y decisiones humanas. La protesta no es un problema; es la solución que emerge cuando el sistema falla. Y la protección no es represión; es cuidado, es respeto, es humanidad.
Como comunidad, tenemos la responsabilidad de solidarizarnos con las y los que resisten el miedo al hambre. Y de acompañar la protesta pacífica, que rompa el silencio y el ocultamiento de la realidad. Que muestre las condiciones a las que nos han conducido y las situaciones de indignidad a las que estamos sometidos.
Las y los jubilados no pueden esperar más, sobre todo las y los que tienen ingresos por debajo de la canasta básica de las personas mayores. Eso parece algo obvio. Tan obvio como que es letal apuntar un lanzagranadas a la cara de un camarógrafo… en una protesta de jubilados… por miedo al hambre.
(*) Miembro del Partido Solidario (PSOL), y del Movimiento Nacional Cuidadores de la Casa Común