viernes 12 de septiembre de 2025
Análisis

Cuando el bullying se convierte en silencio armado

Por Rodrigo Morabito (*)

La noticia que estremeció a la provincia de Mendoza esta semana no es un hecho aislado. Una adolescente de 14 años ingresó a la escuela con un arma, apuntó a compañeros y descargó su dolor al menos en tres disparos erráticos. El caso conmociona, pero lo más perturbador es lo que revela; detrás de esa violencia había tiempo de silencio, soledad y burlas que fueron ignoradas.

La joven, según sus compañeros, era tranquila, con dificultades en el habla, y sin demasiadas amistades. Para algunos, era “la rara”, “la diferente”, la que cargaba con etiquetas hirientes desde pequeña. La crueldad del bullying fue su día a día. Y cuando la discriminación se vuelve rutina, el aislamiento crece y las redes de contención fallan, lo impensado se vuelve posible.

No se trata de justificar la violencia y tampoco de romantizarla. Un arma en manos de una adolescente jamás debería formar parte de nuestra realidad. Pero tampoco podemos reducir este episodio a un simple acto criminal. Es, en cambio, la punta de un iceberg que desnuda nuestras falencias; la incapacidad de las escuelas para detectar el sufrimiento adolescente, la indiferencia social frente a las señales de alarma y la falta de políticas públicas efectivas de prevención.

Cada vez que un niño o una niña es víctima de bullying y no recibe apoyo, estamos incubando un círculo de dolor. La violencia no nace de la nada, germina en la soledad, en las burlas repetidas, en el abandono de los adultos. Y estalla cuando menos lo esperamos.

Lo que ocurrió en la provincia de Mendoza debe obligarnos a preguntarnos lo siguiente: ¿cuántas veces miramos hacia otro lado cuando un chico o chica es acosado/a? ¿Cuántas veces los adultos subestimamos frases como “son cosas de chicos”? La indiferencia, en estos casos, también mata.

Necesitamos actuar ya. La escuela no puede ser un campo de batalla, sino un refugio. Urgen protocolos claros contra el bullying, capacitación docente en detección temprana, acompañamiento psicológico accesible, y una comunidad educativa que no tolere la burla ni la discriminación.

Porque si algo nos enseña este caso es que el silencio no es neutral; el silencio es cómplice. Y cada vez que callamos frente al bullying, estamos poniendo otra bala en la recámara del dolor adolescente.

(*) Juez de Cámara de Responsabilidad Penal Juvenil de Catamarca. Profesor adjunto de Derecho Penal II de la Universidad Nacional de Catamarca. Miembro de la Mesa Nacional de Asociación Pensamiento Penal. Miembro del Foro Penal Adolescente de la Junta Federal de Cortes (Jufejus). Miembro de Ajunaf. Miembro de la Red de Jueces de Unicef.

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