El costo de mantener cierta calma en el mercado financiero luego de las turbulencias que sacudieron la economía nacional durante varios meses, es demasiado alto. La profundización de la recesión, la caída del consumo, la pérdida de fuentes laborales y del poder adquisitivo de los sectores asalariados amenaza con durar un lapso prolongado.
La crisis llegó para quedarse y atraviesa a todo el país. En Catamarca se han perdido numerosos puestos de trabajo en el sector industrial y comercial, especialmente. Los sueldos de los trabajadores públicos y privados pierden por goleada frente a la inflación. De los jubilados y pensionados ni hablar.
La OCDE antricipó que la economía argentina volverá a caer el año que viene
Los gobernadores de provincias como Catamarca, que atan su suerte casi exclusivamente al presupuesto estatal, se limitan a administrar la crisis. La austeridad, entonces, es el valor principal.
Para impedir nuevas disparadas del dólar, el Gobierno nacional ha vuelto a recurrir a la estrategia de fijar tasas de interés altísimas, que tornan ilusoria la reactivación económica. ¿Qué incentivos existen para invertir en actividades productivas o de servicio si es mucho más rentable, y con dividendos garantizados a cortísimo plazo, continuar con la bicicleta financiera?
Según un informe del Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Avellaneda, la Argentina paga las tasas de interés más altas del mundo. El Banco Central paga un 72 por ciento anual, más que Venezuela (21 por ciento) e Irán (18 por ciento), que completan un podio del que nadie puede jactarse.
En algún momento esta estrategia deberá concluir y la Argentina volver a ser un país normal, en el que su política económica aliente la producción y el desarrollo, sin riesgos de que esta orientación implique desestabilizar las variables financieras.
Es lo que hace la mayoría de los países desarrollados, en los que las diferencias entre las fuerzas políticas con peso electoral debaten programas políticos que presentan diferencias, pero coinciden en cuestiones elementales, como el rol del Estado en la creación de las condiciones básicas para el crecimiento económico y el bienestar de la población.
Roberto Kozulj, experto en Energía y vicerrector de la Universidad Nacional de Río Negro, formuló una muy interesante reflexión sobre el gran problema actual de los argentinos: “Los países desarrollados han aprendido del círculo virtuoso de sostener un gasto público acorde a las necesidades de crear riqueza, infraestructura, sostener la educación, la innovación, la salud y los sistemas solidarios que crean y sostienen la riqueza creada y repartida con mayor equidad. Por cierto, no son países comunistas, ni se debaten en disputas campo–ciudad propias del siglo XIX. Tampoco se enfrascan en discusiones virulentas sobre cuestiones superadas por la historia. Menos denigran el valor del estudio ni la esperanza de sus jóvenes. Supieron hacer del estudio y del trabajo algo digno y respetable aún para los inmigrantes que a veces los atemorizan. Hicieron algún esfuerzo por comprenderse y no quedar atrapados sin salida en una grieta prefabricada. Tal vez en otras latitudes. Lo paradójico es que soñamos con ser como ellos y pareciera hacemos lo imposible por no serlo. Incomprensible”.