De pie frente a siete decenas de panchos, Joey Chestnut recordó las palabras de Ernest Hemingway: la verdadera nobleza no consiste en superar a los demás, sino en superarnos a nosotros mismos. Diez minutos después, había comido setenta y dos panchos, batiendo de tal modo su propio récord mundial, solidificando su lugar como el atleta –no encuentro un término mejor ahora mismo- más importante de la historia en esta disciplina. Probablemente la intención de Hemingway al escribir esas líneas fuera otra, quizás deseaba que sirvieran de inspiración para actividades de mayor provecho, pero esas palabras son un patrimonio de la humanidad, y como tal cualquiera puede darles el uso que mejor le parezca.
La figura de Chestnut es, cuanto menos, engañosa. Quien no lo conozca jamás adivinaría, a simple vista, que es capaz de semejante proeza gastronómica. Un espectador promedio no arriesgaría más de veinte panchos como su capacidad total. Pero, en todo caso, puede que Chestnut, al momento de la competición, sea capaz de superar sus limitaciones anatómicas porque se encuentre experimentando el fenómeno conocido como “el trance de Smith”, así llamado en honor a su descubridor, el Dr. Henry Jones. Se trata de un estado mental alterado que consiste en enfocar toda la energía mental en un objetivo determinado, posibilitando de tal modo que no sintamos nada más que el deseo de concretar ese objetivo, haciendo posible de tal manera explotar todo nuestro potencial. Por desgracia, suele darse en actividades banales o de placer inmediato, como tomar helado, cambiar de canales, hacer maratones de series o jugar videojuegos. Pero puede aplicarse a actividades productivas, según he oído.
Es ese efecto el que nos permite superarnos a nosotros mismos, aunque sea en actividades de dudoso mérito, por las cuales sería muy inusual que nos otorgaran una medalla olímpica. Una persona apaga el televisor y advierte, atónita, que ha estado viendo seis episodios seguidos de una serie; un grupo de amigos es sorprendido por el sol luego de una noche contando las mismas historias de siempre.
Una de sus manifestaciones más habituales tiene lugar cuando nos encontramos, ya sea por predeterminación de los acontecimientos o por el puro impulso del azar, en un tenedor libre. Olvidamos entonces nuestros límites naturales, las recomendaciones del médico y nuestras propias promesas a nosotros mismos y nos entregamos a una bacanal al cabo de la cual nos preguntamos cómo hemos podido actuar de manera tan deplorable. No podemos reprocharnos demasiado, lo más probable es que nos hayamos encontrado bajo los efectos del trance de Smith, nuestra capacidad para tomar decisiones seriamente comprometida. Por supuesto que algunas personas conservan el decoro en estos ámbitos, se sirven porciones razonables, reconocen sin esfuerzos sus límites y culminan su almuerzo sin haber coqueteado con la insuficiencia cardíaca. En los claustros de salud mental se les conoce con el nombre de psicópatas.