jueves 28 de noviembre de 2024
Algo en que pensar mientras lavamos los platos

Candyman

Por Rodrigo L. Ovejero

Para el momento en que el lector se encuentre leyendo esta frase, Tony Todd llevará en el lado muerto de las cosas unos tres días, hora más, hora menos. No creo que tenga la gentileza de resucitar, para peor, sé de buena fuente que era muy respetuoso de la medicina occidental, y dudo que vaya a poner en tela de juicio su diagnóstico. Lo cual me lleva a mencionar dos o tres detalles con respecto a Todd, a modo de resguardo, ahora que como todos empieza a transitar el camino del olvido.

Primero, algunas palabras sobre Todd, necesarias para poner la columna en contexto. Actor estadounidense, de mediana popularidad, su carrera tuvo más éxito dentro del género del terror, en el cual protagonizó la saga de “Candyman”. El título de esta película hacía referencia a un ser sobrenatural del mismo nombre, un esclavo negro injustamente asesinado que luego era resucitado o algo así (los detalles se me escapan, y corren demasiado rápido para perseguirlos) que tiene un gancho en lugar de una sus manos, suele andar con abejas revoloteando a su alrededor y –he aquí el dato crucial- puede ser invocado si se menciona su nombre cinco veces frente a un espejo. Por supuesto, esta última particularidad hizo que a mediados de los noventa todos los adolescentes –bueno, quizá no todos, no era una saga tan popular- nos obligáramos a decir cinco veces candyman frente a un espejo, porque no hay nada como una amenaza imaginaria para poner a prueba nuestra valentía. Nadie creía realmente que fuera a aparecer, pero siempre había una leve curva en la frecuencia cardíaca justo antes de la quinta vez.

Por fortuna, ninguna de estas invocaciones tuvo éxito, pero ahora que el actor está muerto, tal vez se podría volver a probar.

El otro punto que me pareció interesante de Todd es el asunto de las picaduras de abejas. El primer filme de la serie no tenía un nivel de producción tan alto, así que los productores fueron francos con el actor y le dijeron que era casi seguro que algunas abejas lo iban a picar. Gajes del oficio. Tony, que no era de los que se dejan picar así no más, pero era un actor comprometido, le puso un precio a cada aguijón. A mil dólares la picadura, terminó de filmar la película que lo lanzaría al estrellato –un estrellato más bien modesto, de nicho- con dos certezas: no era alérgico a las abejas y era veintisiete mil dórales más rico.

Por eso, ahora que se acerca el verano, la época en la que de vez en cuando una abeja decide que nos odia tanto como para dar su vida en pos de provocarnos dolor, es bueno pensar, mientras sentimos el aguijón incrustado en nuestra piel, que nuestra mala suerte es doble: no solo nos ha picado una abeja, sino que, a diferencia de Tony, nadie va a pagarnos por ello.

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