Por Rodolfo Schweizer-Especial para El Ancasti- Noviembre 2025
El progreso de las naciones y de la humanidad siempre requirió de planes y acuerdos nacionales e internacionales, para poder regular la relación entre los estados. En lo que toca al presente, procesos como la Globalización buscaron apuntalar una versión de esa armonía, hasta que hoy en día nos toca asistir al fin de sus propósitos. Aclaremos que ella no fue un programa, sino un proceso con múltiples dimensiones. El primero económico, que es lo que aquí nos interesa tratar, perseguía una integración de las economías a través del intercambio comercial, de servicios, de capital y de trabajo. Esto obligaba a reducir las barreras aduaneras a los negocios y a compartir la plataforma que ahora brinda el avance tecnológico.
Obviamente, esto demandaba aceptar el alcance de los acuerdos internacionales ya firmados, como el de la Organización Mundial del Comercio (WTO) y a conversar también sobre los aspectos colaterales que definían el proceso, que abarcaba lo político, cultural, social, medioambiental, financiero y lo tecnológico. La crisis económica y la guerra comercial que envuelve al mundo actual, signada por el enfrentamiento entre las dos mayores potencias mundiales, Estados Unidos y China, demuestra que, más allá de los encuentros entre sus respectivos presidentes en los dias finales de octubre, el proceso ha perdido su impulso y propósito inicial. Las consecuencias que esto tendrá para el futuro de la humanidad es tema a discutir y nadie quiere aventurar una opinión ante la incógnita creada por el espejismo del avance tecnológico.
Para comprender que pasa hoy entre los dos protagonistas de este conflicto, China y EE.UU., conviene recordar que la Globalización no nació como un acuerdo formal entre naciones o bloques políticos, sino como un proceso amparado y promocionado por la teoría de libre mercado que, dado el cambio de la relación de fuerzas con la desaparición del bloque soviético, serviría de refuerzo a la hegemonía de occidente, con EE.UU. a la cabeza del poder mundial. Por lo tanto, el modelo propuesto serviría a la promoción de la total libertad del intercambio comercial, de la circulación del capital y del trabajo como base de un mundo abierto al concepto liberal de democracia prevaleciente en el mundo occidental.
Hoy, sin embargo, al modelo proclamado por Bill Clinton en los 90 le ha llegado el turno de enfrentar su propio fin. EE.UU. acusa a China de haber usado la apertura económica creada por el proceso de Globalización para practicar un mero mercantilismo que ha terminado desplazando a la industria manufacturera norteamericana de la competencia, en base a subsidios estatales a su industria, que alteraron la libre competencia entre productores. Según el Economic Policy Institute, entre 1998 y 2021, esto le costó a EE.UU. la pérdida de unos 5 millones de puestos de trabajo en manufacturas, mientras unas 70.000 fabricas cerraron sus puertas y emigraron del país.
Para entender el proceso que terminó en esta debacle, permítasenos describir brevemente el contexto social en que se dio la Globalización. La estrategia de Clinton surgió como respuesta a la necesidad de darle una salida a dos problemas. El primero fue el cuello de botella en que el sistema económico se encontraba con el arribo de las “punto.com”, o sea de lo que luego de manera simplificada llamamos la Internet, lo cual revolucionó la economía de la calle, creando un exceso de oferta que necesitaba una demanda que la absorbiera. La solución propuesta fue incorporar a las sociedades asiáticas al mercado occidental. Asia, con China e India a la cabeza más sus naciones vecinas, representaban un mercado potencial de 3.500 millones de personas que, obviamente, permitiría superar las limitaciones de demanda del mercado occidental, de solo unas 700 millones de personas. Para ello se invitó a China a incorporarse a la Organización Mundial de Comercio (WTO), lo cual facilitó, sin querer, su emergencia como poder mundial. El segundo interés fue político: generar a partir de la economía popular un cambio ideológico en lo político sobre todo en la región asiática, que borrara el socialismo como alternativa política. Se creyó que con el impulso del consumismo se generaría un estilo de vida occidental que llevaría a la creación y desarrollo de una democracia liberal.
Todo falló. La intención no tuvo éxito. La especulación occidental se encontró con un personaje que hoy es leyenda, Deng Xiaoping, hoy calificado como el Arquitecto de la Reforma y Apertura de la Economía China. Entre 1978 y 1989 Deng aprovechó la apertura económica occidental para desarrollar la llamada Economía de Mercado Socialista (Socialist Market Economy) como alternativa a la Economía Liberal de Mercado Occidental, lo cual llevó a China al lugar que hoy ocupa en el mundo.
Sus herramientas fueron el control de la población a no mas de un hijo por pareja, nueve años de educación obligatoria para todos, y el famoso Programa 863, que proveyó fondos para desarrollar su propia ciencia y tecnología de punta. Obviamente, no de la nada salió el reporte de NCSES -Natural Center for Science & Engineering Statistics- que informa que entre 2013 y 2023 egresaron de los doctorados y post-doctorados en EE.UU. 5.981 estudiantes chinos, 2583 estudiantes indios, 800 estudiantes sudcoreanos, 597 estudiantes iraníes, 428 estudiantes de Taiwan y otros. Por lo tanto, el avance tecnológico chino actual no viene del cielo, sino de una política programada a futuro, para construir el modelo de economía que hoy tienen y los eleva a la categoría de “Potencia Emergente”.
Para revertir la situación, los EE.UU. han recurrido a una serie de medidas que apuntan a frenar el desarrollo de la economía china: las tarifas para quitarles la ventaja económica que le dan a la industria los subsidios estatales a la producción, lo cual baja artificialmente el precio de sus manufacturas, dañando la base del sistema económico y la prohibición de la venta de tecnología de punta con el fin de obstruir su proceso productivo. Pero, como dice el refrán, demasiado poco y muy tarde, como lo ilustra el ejemplo siguiente.
Con el fin de entorpecer su sistema productivo y el avance tecnológico, los EE.UU. prohibieron la venta a China del microprocesador H20, producido por la compañía norteamericana Nvidia (valor de mercado, Octubre 2025, 5 trillones de dólares), la mayor productora mundial de microprocesadores, base de la AI, Inteligencia Artificial. En occidente el H20 es usado por ChatGPT, OpennAI. En China por Alibaba, Tencent, DeepSeek, Baidu, ByteDance (creador de Tik-Tok). La prohibición le costó a Nvidia 5.000 millones de dólares.
A la prohibición, China le respondió no autorizando la exportación de las llamadas “tierras raras” hacia EE.UU., un componente químico esencial para la producción de tecnología de punta a lo que le agregó la suspensión de la compra de la producción de soja, lo cual amenazó con la ruina económica a los agricultores americanos (que Argentina aprovechó con aviso de retorno). Aclaremos que las “Tierras Raras”, no son tierras, ni son raras, sino 17 componentes químicos que existen en la superficie terrestre en pequeña cantidad, pero donde China tiene el monopolio de su producción a nivel mundial. Estos óxidos son esenciales en todos los productos de alta tecnología, como los celulares, centro de datos, la famosa nube para guardar data, discos duros de computadoras, ,monitores de televisores, baterías de vehículos eléctricos, paneles solares, generadores eólicos, sistema de guía de misiles, aviones comerciales y de guerra, etc.
Obviamente, dado que los daños en ambos sentidos eran demasiado serios, los presidentes de ambos países suspendieron por ahora las amenazas y castigos prometidos. Sin embargo, el conflicto testimonia dos cosas. El primero, que la integración y complementariedad de las economías proclamadas por la Globalización no cuentan con “viento favorable” hacia el futuro. El segundo, el retorno a la bipolaridad del mundo, que se había destruido en 1990, vuelve a revivir a otro nivel, esta vez más grande porque incluye a Rusia y China en un solo bando. El tercero, la emergencia de China como poder a tener en cuenta.
Los errores que llevaron al fracaso de la estrategia occidental de la Globalización son varios. El primero el haber olvidado que el capital no tiene patria, lo cual inspiró a muchísimas empresas a emigrar por razones de costos a donde estaba su mercado y la mano de obra fuera más barata. El ejemplo de China, que se da también con México, demuestra este punto.
El segundo es histórico-cultural. Se pasó por alto que China, en su trato con Occidente, tiene aún presente el recuerdo de su humillante derrota a mano de los ingleses en el siglo 19, en la famosa Guerra del Opio, que ahora se da en torno al Fentanil, una droga que está causando estragos entre los jóvenes en Occidente. A esto se suman las tarifas y la prohibición de proveerles de tecnología de punta para dañar su sistema productivo, todo lo cual sumado, se categoriza como un intento de humillación y coloniaje. Obviamente, esto no se le pasa por alto ni al pueblo chino y menos a su presidente, quien, según medios familiarizados con China, adorna su escritorio con un escrito en relieve que reproduce una frase del poeta y político Lin Hse Tsu, héroe de aquella guerra contra los británicos : “La muerte no es mi preocupación, si ella beneficia a mi patria”, una expresión contundente que proyecta ante el visitante el espíritu de resiliencia que guía a la sociedad china ante la adversidad, algo que Occidente no entiende ni comprende. No es casual, por lo tanto, que hoy China expanda su influencia entre la mayoría de las naciones que buscan caminos de superación para derrotar el atraso y la miseria.
El tercer error fue creer que China aceptaría un destino impuesto desde afuera, sin intentar tomar alternativas para despegar hacia el futuro por sí sola. En otras palabras, creer que no intentaría adoptar y adaptar los conocimientos que hicieron de Occidente el dueño del poder económico en los últimos 300 años a través de la Revolución Industrial. Justamente, porque su experiencia del pasado les enseñó el costo de ser cerrados ante el mundo es que, como decimos más arriba, aprovecharon la apertura de la Globalización para enviar sus estudiantes a las mejores universidades de occidente para adquirir los últimos conocimientos, para luego trasplantarlos a su realidad. Los resultados están a la vista en el ámbito tecnológico.
A esta actitud nacional la explicó nada menos que Jensen Huang, gerente general de Nvidia (CEO). Este chino taiwanés que a los 9 años emigró con sus padres a EE.UU., estudió aquí y luego se hizo emprendedor para llegar a ser cerebro de nada menos que Nvidia, declaró que las restricciones americanas a la venta de tecnología de punta a China, la van a impulsar a crear sus propias alternativas y a liberarse de la tutela tecnológica de América. Estimó que en unos tres años más China va a prescindir de la tecnología occidental. Obviamente, como señalamos arriba, material humano no le falta si tenemos en cuenta los cientos de doctores en ciencia de origen asiático que salen de las universidades norteamericanas por año, de los cuales un 30% por lo menos retornan a sus países de origen, entrenados y con experiencia.
Todo esto parece indicar que, paradójicamente, al final, China parece ser la que tomó a su cargo las banderas del proceso de Globalización, al revés de quienes la idearon.
Así están las cosas. Ahora, con la Globalización a la occidental ya entrando a su otoño, la pregunta es qué papel les queda por jugar a los países en vías de desarrollo, o sea a los que navegan en el medio sin planes concretos a futuro, ocupando el papel de meros consumidores, en un mundo dominado por los creadores y dueños de las economías de punta. Obviamente, el descarte de la multilateralidad del mundo como vía de desarrollo va a limitar las aspiraciones de estas sociedades sometidas a elites locales sin claridad de objetivos o con limitaciones en el conocimiento del mundo que se viene a bordo de un avance tecnológico de futuro todavía incierto. Que estos países lleguen a ser naciones o no pasen de meras “expresiones geográficas “ depende, por lo tanto, de las aspiraciones de cada sociedad y los individuos que la componen.