El corazón invisible de la Justicia: historias que sostienen un Poder que nunca duerme
Por Rodrigo Morabito (*)
Hay una escena que se repite en miles de oficinas judiciales del país, todos los días, sin excepción. Una escena que no aparece en las noticias, que nadie graba, que ningún ciudadano ve, pero que es la que realmente explica por qué la Justicia sigue en pie.
Es temprano. Tan temprano que en los pasillos aún se escucha el eco de los pasos. Rodrigo, de maestranza, abre las ventanas y acomoda las sillas de una sala que en unas horas será escenario de audiencias tensas, decisiones difíciles y esperas cargadas de ansiedad. Él no dicta sentencias, pero sin su presencia el día no empieza. Su tarea, tan silenciosa como imprescindible, es el primer acto de justicia cotidiana.
En otra oficina de una Unidad Judicial, Horacio revisa pilas de expedientes que parecen no tener fin. Nadie sabe que anoche estuvo de guardia y se quedó tarde porque un caso urgente de violencia de género requería notificaciones inmediatas. Tampoco lo dirá. Para él, que ingresó hace años como sumariante judicial, ese expediente representa una historia, un derecho que no puede esperar, una persona que necesita que la máquina judicial funcione. Su compromiso no se mide en horas, sino en responsabilidad ética.
Mientras tanto, en mesa de entradas, Patricia recibe a una mujer que llega con los ojos llenos de preocupación. La escucha, la orienta, le explica lo que puede esperar del proceso. Esa conversación, que para muchos podría ser un trámite más, para la mujer es un primer alivio. Luisa no figura en la carátula del expediente, pero sin su empatía el acceso a la justicia sería una puerta a medio abrir.
Más arriba, en un despacho donde los relojes parecen correr más rápido, una secretaria judicial o secretario judicial coordina audiencias, firma oficios, revisa dictámenes y resuelve imprevistos que nunca faltan. Su capacidad para ordenar el caos cotidiano es lo que permite que las decisiones se tomen a tiempo, que los jueces y las juezas puedan concentrarse en lo esencial y que el sistema, con todas sus complejidades, siga adelante.
En el Poder Judicial hay días que pasan desapercibidos en la vorágine del calendario. Y hay otros -muy pocos- que merecen detenernos, mirar alrededor y reconocer aquello que, aun cuando no siempre se ve, sostiene silenciosamente a una institución entera. El día del Empleado Judicial es uno de ellos.
Porque la Justicia, no empieza ni termina en la firma de una sentencia. La Justicia empieza mucho antes; en quien abre un edificio antes del amanecer, en quien recibe un expediente golpeado por el tiempo, en quien atiende a un ciudadano que llega con angustia, en quien digita, registra, ordena, archiva, limpia, corrige, notifica, resuelve problemas que nadie ve y, sin embargo, son indispensables para que todo funcione.
La Justicia tiene un rostro humano. Y ese rostro, tantas veces anónimo, es el de cada empleado y empleada judicial que pone el cuerpo, la voz, la escucha y la paciencia para que los derechos no sean una promesa, sino una realidad.
Este (16 de noviembre) es un día para agradecer a quienes sostienen el Poder Judicial desde la maestranza hasta las más altas jerarquías. A quienes entienden que cada tarea -por pequeña que parezca- forma parte de un engranaje que garantiza algo mucho más grande, la vigencia del Estado de Derecho.
A quienes sienten la justicia no como un edificio, sino como un servicio público que debe estar siempre a la altura de la ciudadanía.
Es también un día para revalorizar el compromiso silencioso. Ese que no aparece en discursos ni se ve en los diarios, pero que se percibe en los pasillos, en las madrugadas de cierre de plazos, en las largas colas de atención, en los llamados urgentes, en los equipos que se organizan como pueden para que una respuesta llegue a tiempo.
Ese compromiso que solo se explica desde el sentido de pertenencia; porque ser parte del Poder Judicial no es un trabajo más, es una responsabilidad que impacta directamente en la vida de las personas.
En tiempos donde muchas instituciones enfrentan cuestionamientos, es indispensable recordar que detrás de cada acto de justicia hay personas reales. Personas que creen en lo que hacen. Que sostienen el servicio aún cuando las condiciones no siempre acompañan. Que conocen las historias, las urgencias y las fragilidades humanas que laten detrás de cada expediente.
El 16 de noviembre celebramos a quienes hacen posible que la Justicia funcione. Para detenernos y agradecer. Para reconocer que detrás de cada resolución hay un equipo. Que detrás de cada expediente hay vidas reales. Y que detrás de cada trabajador judicial hay un compromiso ético que no se aprende, se siente.
A todas y todos los empleados judiciales; gracias por sostener, cada día, la esperanza de un país donde la Justicia sea más humana, más cercana y más digna. Gracias por su trabajo, por su compromiso y por mantener viva la confianza en la Justicia.
A todas y todos los empleados judiciales; que este día sea un homenaje, pero también un recordatorio: ¡SIN USTEDES, LA JUSTICIA NO TENDRÍA ALMA!!
(*) Juez de Cámara de Responsabilidad Penal Juvenil de Catamarca. Profesor adjunto de Derecho Penal II de la Universidad Nacional de Catamarca. Miembro de la Mesa Nacional de Asociación Pensamiento Penal. Miembro del Foro Penal Adolescente de la Junta Federal de Cortes (Jufejus). Miembro de Ajunaf. Miembro de la Red de Jueces de Unicef.