“Señoría, si me permite, mi caso presenta circunstancias especiales. Usted debería entender la importancia de ser el primero… Usted fue el primero de su familia en servir en las Fuerzas Armadas, en la Marina; el primero en ir a la universidad y el primer juez estatal recomisionado por tres gobernadores consecutivos. El punto es, señoría, que ninguna mujer negra en el estado de Virginia ha ido a una escuela de blancos. No se ha visto. Antes de que Alan Shepard subiera un cohete, ningún norteamericano había tocado el espacio y ahora será recordado por siempre como el primero en tocar las estrellas. Yo, señor, planeo ser ingeniera en la NASA pero no puedo hacerlo si no tomo clases en esa escuela de blancos. Yo nunca cambiaré mi color. Así que mi única opción es ser la primera y no lo lograré sin usted, señoría. De todos los casos que atenderá hoy, dígame cuál importará en unos 100 años ¿Cuál hará que usted sea el primero?”, dijo Mary Jackson al juez George Mason para que le diera la oportunidad de estudiar en una ‘escuela para blancos’ –en plena época de segregación racial en Estados Unidos-. Esta escena puede verse en la película Talentos ocultos.
La entonces aspirante a ingeniera tenía un propósito y solicitó audiencia ante el juez. Sin embargo, al momento de hacer la solicitud, no hizo mención a su aspiración. Hizo mención a la importancia de ser el primero y, de esta manera, apeló a los sentimientos del magistrado, quien entendió perfectamente el quid de la cuestión.
A lo largo de la historia, para las mujeres ser “la primera” marcó un hito. Cuando una mujer accede por mérito propio, valida que otras mujeres también puedan hacerlo. En esto punto hay otra cuestión: el mérito propio se debe al esfuerzo personal. Ser la primera y abrir el camino implica un doble esfuerzo: dejar las huellas para que otras puedan seguir esos pasos.
Atribuir los logros personales a un “trabajo colectivo” es de alguna manera invisibilizar el esfuerzo realizado. Es también un modo de invalidar su capacidad. Es decir, “lo lograste gracias a lo que hicimos antes”. Es, a la vez, una forma de apropiarse de logros ajenos en nombre de “algo más grande”.
Sólo se ve el éxito, nunca el esfuerzo. No es “suerte”, es dedicación, constancia, compromiso pero, sobre todo, voluntad y ganas de perseverar.
Catamarca tiene a sus pioneras y sus logros no se debieron al cupo femenino sino a sus capacidades. En cada paso, trazaron un camino y este proceso –muchos veces silencioso, otras veces silenciado- continuó a lo largo del tiempo. Muchas mujeres llegaron donde llegaron por mérito propio y con una carrera que las sostenía. ¿Llegaron solas? No; las primeras mujeres ya habían demostrado que era posible. Pero ¿llegaron sin esfuerzo propio? Tampoco; cada una gastó suelas, a su ritmo.
Estos logros no se limitan sólo a un ámbito. En el periodismo, en la medicina, en la ingeniería, en la Justicia o en la política, en cada campo donde una mujer llega 'primera', está dejando huellas. No para que otras simplemente la sigan, sino para demostrar que el camino existe y se puede transitar.
No se trata de enfrentar géneros ni de cupos obligatorios. El eje del asunto es que todas las personas - sin importar su género - tengan la oportunidad de demostrar su capacidad y alcanzar sus metas por mérito propio. Cuando una mujer logra algo por su esfuerzo y talento, no está 'ganando' contra los hombres. Está demostrando que sí se puede y que la capacidad no tiene género.
Cuando las puertas se abren por conexiones en lugar de capacidad, no se está dejando huella para otras; se está perpetuando un sistema de privilegios. El mérito propio se construye día a día y se demuestra en cada decisión, en cada desafío enfrentado. Cuando una mujer llega por su propio esfuerzo, nadie puede cuestionar si 'merece' estar ahí.
Ser 'la primera' implica un doble trabajo: lograr el objetivo y dejar el camino trazado. Es una responsabilidad y también un gran honor porque significa que las que vienen después no tendrán que demostrar que es posible; solo tendrán que demostrar que ellas también pueden. Cuando esas mujeres lleguen por su propio mérito, abrirán puertas para las siguientes. Así se construye: una abriendo camino, otra consolidándolo, todas dejando huellas para las que vienen. Cuando una puede llegar por su propio esfuerzo y capacidad, está demostrando que todas podemos y eso, en sí mismo, ya es revolucionario.
(*) Por Basi Velázquez, periodista de Diario El Ancasti