La escasa concurrencia a las primeras noches de espectáculos en el escenario mayor precipitó juicios sobre el fracaso de la Fiesta del Poncho, incluso con una autocrítica de la propia comisión organizadora, cuyo apresuramiento quedó en evidencia en el último tramo, cuando el público colmó las instalaciones. Como todos los años, la previa del festival se caracterizó por las controversias en torno a los criterios aplicados para la selección de los artistas locales que integrarían la cartelera, de modo que el vacío en la largada pareció dar la razón a los objetores. Podría ser que los desaciertos incidieran en el fenómeno, pero es necesario discriminar peras de manzanas. Al margen de las críticas que puedan calzarle a los organizadores por delegar en un polémico plebiscito informático la confección de la oferta artística local, legítimas y de las otras, que de todo hubo, no es razonable subestimar la incidencia de las estrecheces económicas. La entrada costaba 150 y 250 pesos según la ubicación, cifras que en el actual estado de los bolsillos no pueden considerarse populares. Es evidente que el público eligió con más cuidado que en épocas de mayor holgura las noches para asistir, y estas noches coincidieron con la presentación de números nacionales de incontrastable convocatoria. Los espacios gratuitos o baratos estuvieron siempre llenos, los tradicionales ranchos trabajaron bien, los artesanos podrían haber vendido más, pero vendieron. La gente cuidó el bolsillo y muchos habrán desistido de asistir al escenario mayor para gastarse el precio de la entrada en otras actividades, en la misma fiesta. El Poncho no es solo el escenario mayor.
Lo dicho no implica celebración acrítica del desempeño de la comisión organizadora, sino de un intento de equilibrar los análisis. Críticas siempre habrá y son imprescindibles para mejorar la fiesta. Acá el asunto es definir qué es lo que se pretende. No faltaron, también como todos los años, los que devaluaron a los artistas locales por su escaso poder para generar taquillas multitudinarias, sin tener en cuenta cuestiones obvias. Por empezar, los artistas locales carecen del respaldo de los aparatos de promoción de los convocantes nacionales, pero además se presentan durante todo el año en el circuito de espectáculos de la provincia, de manera que el público catamarqueño puede verlos y escucharlos, si quiere, en cualquier momento, por precios mucho más bajos que los de la entrada del Poncho ¿Para qué va a pagar la gente $250 para verlos en el Poncho, si los puede ver gratis en, por ejemplo, la Fiesta del Locro, o por un mínimo derecho de espectáculo en una peña?
La convocatoria no es el factor determinante al momento de juzgar la idoneidad de los artistas. Vale decir: no es razonable asignar méritos artísticos sólo por el número de gente que lleva el artista. Hay muchos artistas locales, entre los que estuvieron y los que no, que le sacan en términos artísticos varios cuerpos a los convocantes. Hubo números locales de altísima calidad en las noches de sillas vacías. Sin embargo, las sillas vacías no pueden tomarse como parámetro sin caer en la misma injusticia de quienes devalúan la producción artística catamarqueña por escasez de público. Salvo, por supuesto, que lo artístico se subordine de modo absoluto a la ecuación económica, cosa que, si es así, debería explicitarse sin rodeos para que cada cual sepa a qué atenerse. La tarea de una comisión organizadora, en lo que hace específicamente a la elaboración de la cartelera del escenario mayor, pasa precisamente por conjugar criterios para, sin desatender la faceta de la convocatoria, que permite reducir costos a través de las entradas, contribuir a la difusión de los valores provincianos. Entonces, dictaminar el fracaso de esta edición del Poncho depende del punto de vista que se asuma. Cuatro veladas de escenario mayor vacías no implican fracaso, como tampoco se puede hablar de éxito rutilante por otras cuatro de escenario mayor hasta la jeta. Es un poco más complejo. Para cuidar y mejorar el Poncho hace falta internarse en esa complejidad y reflexionar sobre ella. Si algo confirmaron las últimas ediciones, es que la tarea no puede hacerse en un mes, a las apuradas y con la pechadera por las tajadas del presupuesto a tambor redoblante.