sábado 19 de julio de 2025
EL MIRADOR POLÍTICO

Macri, de la herejía a la ortodoxia

Por Redacción El Ancasti

Los resultados de las PASO deben revalidarse en octubre para materializar su impacto institucional, pero no hace falta esperar para aquilatar su sentido político. “Cambiemos”, la criatura con la que Mauricio Macri consiguió acceder a la Presidencia, se afianzó en todo el país, en proceso correlativo a la balcanización del peronismo en una miríada de tribus con incidencia circunscripta a sus geografías inmediatas.

En el Congreso nacional la facción oficialista continuará en minoría, pero conviene contemplar las características del ecosistema político criollo.

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    Trató de empinarlo Raúl Alfonsín, con un “alfonsinismo” que pretendía ser Tercer Movimiento Histórico; lo consiguió Carlos Menem en los ’90, con el “menemismo” de una década; ni Fernando de la Rúa ni Eduardo Duhalde tuvieron tiempo en el inicio del siglo XXI; Néstor Kirchner lo hizo, con el “kirchnerismo” desde el que todavía resiste su viuda tras doce años en el poder.

    El país está ante el embrión de otra aventura por el estilo. Los rasgos particulares del incipiente “macrismo” podrán considerarse heterodoxos si se los compara con los actores políticos surgidos de la vieja partidocracia, pero esta herejía –“revolución de la alegría”, atenuación de las consignas ideológicas, superficialidad en el abordaje discursivo de los asuntos de Estado, apelación al sentido común menos elaborado, clima de estudiantina- buscará imponerse a través de mecanismos políticos, económicos e institucionales ortodoxos.

    Las historias del kirchnerismo y el macrismo comienzan a coincidir en más puntos de los que sus protagonistas se avendrían a admitir en público.

    Desde el gobierno de la electoralmente insignificante Santa Cruz, Néstor Carlos Kirchner llegó a la Presidencia de la Nación debido a las imposibilidades de Duhalde, presidente interino a quien el control del poderoso aparato electoral de la provincia de Buenos Aires no le alcanzó para neutralizar la erosión del ajuste que debió ejecutar para acomodar el desastre de 2001. Los asesinatos de los piqueteros Kosteki y Santillán en la represión del Puente Avellaneda sepultaron las expectativas de continuidad duhaldista. Duhalde dinamitó la posibilidad de una interna peronista y puso la maquinaria bonaerense al servicio de Kirchner, que perdió por un hocico en las generales de 2003 ante Carlos Menem, pero se consagró de todos modos Presidente de inmediato porque el riojano desertó del balotaje. Ya en el Sillón de Rivadavia, procedió al parricidio: colonizó provincia de Buenos Aires –Cristina Kirchner la ganó a Hilda “Chiche” Duhalde la elección de senadores nacionales bonaerenses en 2005- y disciplinó movimientos sociales, gobernadores e intendentes peronistas o radicales, con argumentos irrechazables menos por su solidez conceptual, que acaso tuvieran, que a los recursos económicos y políticos que la Casa Rosada podía proveer. El “kirchnerismo” sobrevivió a su demiurgo y duró 12 años.

    Mauricio Macri le ganó la Presidencia en balotaje, también por un hocico, aliado a la estructura de la UCR a falta de aparato bonaerense propio. Las PASO le dieron alas y se apresta a replicar la expansión kirchnerista, también desde la Casa Rosada, con algunas ventajas: tuvo desde el arranque el control administrativo de la provincia de Buenos Aires, con la eficaz María Eugenia Vidal, y la CABA, con Horacio Rodríguez Larreta. Ambos distritos concentran el 45% del padrón electoral del país. Las primarias le dieron nuevas alegrías. Cambiemos se impuso de modo contundente sobre la propuesta del gobernador Juan Schiaretti en Córdoba, donde reside el 9% de los electores argentinos, y quedó segunda por décimas en Santa Fe, 8,3% del padrón nacional, ante el kirchnerista Agustín Rossi, que tiene que lidiar con la interna justicialista del distrito para reiterar tan ajustado triunfo en octubre.

    Desbande opositor

    En la anulación de los partidos políticos como espacio de articulación de políticas federales, lo único que quedó en pie para empinar proyectos de poder de alcance nacional es la Casa Rosada. La experiencia Kirchner y el embrión “macrista” lo demuestran. Que Cristina Fernández de Kirchner gane o pierda en provincia de Buenos Aires es un dato tangencial. La médula de las primarias está en el afianzamiento de la marca Macri, simultáneo al ocaso o derrumbe de las alternativas.

    El desempeño de la ex presidenta beneficia al Presidente. Su ratificación como figura de mayor peso en el universo opositor dilata la resolución de la crisis de liderazgo en el justicialismo. A eso obedece la insistencia del “macrismo” en polarizar con ella.

    Es cierto que dos de cada tres argentinos no votaron el domingo pasado a favor de Macri. Con el mismo criterio, uno de cada cinco no votó por propuestas kirchneristas.

    “Cambiemos” obtuvo 8,5 millones de votos, un 35% más que en 2015, un poco más del tercio de todos los votos emitidos.

    El kirchnerismo llegó al 21%, concentrado en Buenos Aires y Santa Fe, con márgenes muy estrechos, y una caída emblemática en su cuna, Santa Cruz.

    El peronismo no kirchnerista, antikirchnerista o vacilante se alzó con el 15%, con victorias nítidas en el NOA-NEA, pero derrotas que plantean incógnitas sobre su dinámica. Schiaretti perdió mal en Córdoba. El clan Rodríguez Saá resignó el invicto en San Luis. Juan Manuel Urtubey ganó Salta, pero cayó en la Capital.

    El problema del peronismo y la oposición no pasa por la cantidad de votos, sino por las dificultades para articularlos bajo un liderazgo común.

    La fragilidad económica de los bastiones peronistas norteños, muy dependientes del flujo de fondos de la Casa Rosada, completa el panorama auspicioso para el “macrismo” en ciernes. Hay una nueva identidad política en la Argentina que ha demostrado su capacidad de fuego.

    Lejos de la línea de fuego, cerca de las vituallas

    Parece razonable abandonar, al menos por un momento, la épica. Es necesario considerar los elementos locales de la elección, al margen de la construcción nacional. No es difícil intuir las especulaciones de quienes tienen responsabilidades administrativas provinciales o municipales.

    Catamarca puede tomarse como ejemplo paradigmático. Se impuso la lógica y el Gobierno de Lucía Corpacci ganó sin atenuantes. La novedad, acá, pasó por la afirmación de la oposición interna a Eduardo Brizuela del Moral, que llegó al 40% de los votos del FCS. La estrella del ex gobernador se apaga. Protagonizó la peor elección de su carrera política.

    La campaña del oficialismo provinciano no incluyó objeciones al rumbo adoptado por el Gobierno nacional; más bien abundó en lavadas expresiones de intenciones colaboracionistas.

    Otro distrito adecuado para ajustar la interpretación de la primaria fue La Rioja, donde el peronismo gobernante se impuso sobre Cambiemos, que llevaba como candidato al ex titular de Fabricaciones Militares Julio Martínez. En Tucumán, el ex ministro del Plan Belgrano, José Cano, se estrelló contra el gobierno de Juan Manzur.

    Pregunta uno:

    ¿Qué posibilidades hay de que los gobernantes ganadores se encolumnen en contra del proyecto de Macri, sobre el que no se ciernen amenazas de peso? Ha de evaluarse la validez del principio de supervivencia militar: en la medida de lo posible, hay que mantenerse lejos de la línea de fuego y cerca de las vituallas. La vocación por ser carne de cañón es escasa. Luego de identificar dónde están las vituallas y quién las administra, hay que pasar a la pregunta dos:

    ¿Macri alentará alternativas a los gobernantes ganadores o preferirá pactar con ellos para nutrir su proyecto, con una “transversalidad” similar a la que Néstor Kirchner edificó con gobernadores radicales como Brizuela del Moral o el santiagueño Gerardo Zamora, solitario sobreviviente de aquel experimento?

    Por encima de estos dos interrogantes, está el más trascendente y sus desprendimientos. Tres:

    ¿Cuál es el rol que el proyecto Macri asigna a provincias de padrón menguado como Catamarca? ¿Tienen un rol, dada el aplastante peso de distritos en los que le ha ido muy bien? CABA, Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe acumulan el 62% de los votos argentinos.

    Capaz que Macri tiene buenas intenciones y contribuye al desarrollo del interior profundo. Pero tal presunción peca de inocencia. El poder no es inocente y tiende a la concentración y reproducción de las condiciones sobre las que se sostiene. Nótese que para las aspiraciones particulares del presidente Macri, la señora Elisa Carrió, que arrasó en la CABA, representa tras las PASO una acechanza más inquietante que cualquiera de los caudillos peronistas.

    La necesidad de generar mecanismos institucionales y políticos que compensen las asimetrías demográficas en el juego político argentino, más perjudiciales para el interior desde la eliminación del Colegio Electoral, se torna imperiosa. Mientras tal carencia persista, el desarrollo del interior seguirá dependiendo de la caridad de los extraños, que hasta ahora no se caracteriza por su magnanimidad.

    Las provincias pasaron de lamentar la eliminación de regímenes como la Promoción Industrial y los diferimientos impositivos, a rogar para que la actualización del Fondo del Conurbano Bonaerense no les merme la coparticipación federal.

    El derrotero ilustra la conversión del federalismo en retórica impotente.

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