viernes 28 de noviembre de 2025
Editorial

El agua en crisis

La sequía que atraviesa Catamarca no es un fenómeno excepcional ni un capítulo más de los veranos secos que históricamente marcaron la historia provincial. Es el síntoma visible de un proceso sostenido en el tiempo, que combina variabilidad climática, ausencia de planificación y un consumo urbano que avanzó mucho más rápido que la capacidad del sistema para sostenerlo.

Lo ocurrido en las últimas semanas es una muestra: Aguas de Catamarca redujo los horarios de riego domiciliario en Valle Viejo, Fray Mamerto Esquiú y Capayán, y puso en marcha un esquema de sectorización para reorganizar la distribución. No se trata de una medida aislada, sino de una reacción a un hecho concreto: el caudal del río El Tala -una de las principales fuentes de abastecimiento- cayó a niveles críticos. La empresa advirtió que, si no llueve en las cuencas de altura, la crisis será “inminente”.

La falta de lluvias profundiza un cuadro que ya venía deteriorado.

Uriel Flores, del Observatorio Climatológico de la Universidad Nacional de Catamarca, indicó que este año habría precipitado alrededor de un 40 % menos que el promedio histórico. La consecuencia es directa: embalses, ríos y vertientes del Valle Central muestran descensos sostenidos.

En este punto, la mirada técnica introduce un factor que suele diluirse en el debate público. “La sequía es un problema integral. No solo responden las variables del clima; también influyen las prácticas humanas. Por eso vemos que, desde hace décadas, las precipitaciones tienden a ser menores”, señaló Flores.

Su planteo obliga a mirar más allá. La injerencia humana no se limita al consumo excesivo: la expansión urbana, el cambio en el uso del suelo, el aumento de superficies impermeables y la presión creciente sobre las cuencas reducen la capacidad de retención hídrica y aceleran procesos de degradación.

Mientras tanto, el consumo doméstico sigue siendo alto y, en muchos casos, descontrolado. El uso de agua potable para riego, llenado de piletas o actividades no esenciales persiste. La cultura del agua no cambió al ritmo de la emergencia, y eso agrava la presión sobre una infraestructura que ya opera al límite.

A esta situación se suma la falta de una política sostenida de obras estratégicas. Los anuncios suelen llegar cuando la crisis ya golpea y las soluciones quedan atadas a cronogramas que no dialogan con la urgencia. La expansión de barrios sin servicios adecuados y la ausencia de inversiones de gran escala configuran un escenario repetido: cada temporada se vuelve a la misma secuencia de cortes, baja presión y medidas paliativas que alivian por momentos, pero no resuelven el fondo del problema.

La sequía, además, acelera procesos de desertificación que afectan la producción, degradan el suelo y profundizan desigualdades territoriales. Las zonas que dependen de pozos debilitados o carecen de red formal enfrentan una vulnerabilidad mucho mayor que el área urbana consolidada.

Pensar que todo se resolverá con las primeras lluvias es una ilusión que ya no tiene sustento. Catamarca necesita un plan hídrico integral, información pública confiable, control efectivo del consumo y obras que anticipen la crisis en lugar de perseguirla. La sequía no es una excepción: es el espejo de un sistema que llegó a su límite.n

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