La mujer se crió en la montaña, a más de 4 mil metros de altura. Por su salud pasó los últimos años de su vida en Fiambalá. Ejemplo de vida y resistencia. Murió el pasado 2 de septiembre.
No había precisión en cuanto a su edad (¿Acaso importaba?). Según su DNI tenía 92 años, pero su edad biológica era incierta. Lorenza Mamaní murió el 2 de septiembre en un sanatorio céntrico de la capital catamarqueña. La mujer fue un emblema de la vida en la montaña. Su resistencia, su historia de vida, la erigió como una referente por su elección de criarse en medio de los cerros, rodeada de animales y el silencio.
“Lorenza Sola”, “la última diaguita” fueron algunos de los calificativos impuestos desde los medios de comunicación. Lo concreto es que a ella le gustaba que le digan “Anita”. Ana Lorenza Mamaní vivió gran parte de su vida en la cordillera de San Buenaventura, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar. Río Grande, en donde tenía su casa, estaba a siete u ocho horas a lomo de mula.
En más de una oportunidad periodistas de medios nacionales hicieron esa odisea para encontrarla y poder conocerla. Ella siempre los recibía con su sonrisa ancha y les ofrecía un mate cocido con yuyos para que se sientan cómodos.
Su salud se encontraba deteriorada. Ya en junio del 2021 tuvo una advertencia cuando se descompensó y fue trasladada en helicóptero a San Fernando del Valle de Catamarca para que sea internada en una clínica. Tiempo después se recuperó, volvió a la montaña, pero su salud no paraba de darle sustos por lo que aconsejaron los médicos que se instale en Fiambalá. En julio de este 2024 volvió a complicarse su estado de salud por lo que quedó internada y, finalmente, no se recuperó.
En noviembre del 2023 Agustina Brandán y Gabi Castro -periodistas de El Ancasti- entrevistaron a Lorenza en Fiambalá, en una casa que el municipio fiambalense acondicionó para que viviera. Allí estaba a cargo de una tutora y recibía la visita de su sobrino Eugenio. La entrevista a la mujer fue en el marco de la producción de “8M: 8 mujeres” el video podcast que Multimedios Ancasti produjo en conmemoración del mes de la mujer.
“Cuando me tuvo mi mamita, estaba toda botadita y pequeñita. Me estaba hielando (sic) en ese suelo. Ella sufría con la hacienda y no me han sabido querer, así que ella me ha criado como pudo. En medio de la lluvia, en medio de la nevada… de todo me acuerdo”. Cuando Lorenza habla de su mamá se refiere a su madre “del corazón”, una mujer que la crió desde pequeña.
En las alturas, con el viento como acompañante, Anita supo hacerse fuerte y prevalecer pese a los embates del clima hostil y la presencia de los animales salvajes.
“Para los animales peligrosos tenés que tener un perrito para cuidarse porque el perrito lo cuerre al bicho”, contesta. “Hay que cuidar los animales porque si no te los come el león, el zorro. Hice un corral de piedras, pero esos bichos no respetan nada”. Anita toma mate amargo. Sostiene el mate con sus manos arrugadas pero firmes. Mira atentamente a su interlocutor y cuando responde mira alrededor, explica con las palabras justas. Mueve sus manos.
Ante la pregunta de si cree en Dios, ella es concreta “Dios es mi papá y por otro lado la Pachamama y a los santitos”.
“¿Mi destino? Vaya a saber cómo es mi destino, sólo Dios sabrá cómo va a ser. Él es el dueño, Él es el que hace, Él sabrá, Él me tiene, por Él estoy. Y yo lo hablo a Él. Me ha dado cosas lindas”, sentencia.
¿Fue la última diaguita? ¿Acaso importa? Su historia de vida es un ejemplo de fortaleza. Fue mucho más que un símbolo o una leyenda del pasado. En su vida austera y en su profunda conexión con la naturaleza y lo sagrado, Anita nos dejó un legado de resistencia silenciosa, una lección de humildad y de fuerza ante la adversidad. No importa si fue la "última diaguita" o simplemente una mujer que vivió según sus propias reglas. Lo que verdaderamente importa es cómo nos enseñó que la grandeza no reside en las palabras grandilocuentes, sino en la simplicidad de una vida vivida en armonía con la tierra, el viento y el destino que, como ella creía, sólo Dios conoce.
Texto: Pablo Vera
“Un símbolo de una época”
Doña Lorenza Mamani, un símbolo de una época y raza de América, esa América cobriza que fue diezmada y olvidada, pero que; sin embargo, sigue viva en medio de la soledad montañosa de nuestro continente. Descubierta en sus últimos años de su vida y valorada a partir de ese entonces, doña Lorenza en silencio reflexionaba sobre su soledad, el silencio y la lejanía de las sociedades bulliciosas cargadas de soberbia y como ahora estaban a su lado, cuidándolo, protegiendo y llegaba a la conclusión que éste debería haber sido el trato que debían recibir siempre. Y que, por recibir malos tratos, olvido y muerte, sólo en forma aislada y en medio de montañas, es posible encontrar a personas descendientes de los primeros que habitaron estas tierras. Las montañas la protegían, la alimentaban, convirtiéndose este lugar en el hábitat natural de personas como doña Lorenza. El pastoreo de cabras, vacas, llamas y ovejas, era su trabajo y medio de vida. En algún momento escribí en este mismo medio, una síntesis de la vida de doña Emilia Mamaní, con una vida similar a la de doña Lorenza, pero doña Emilia pudo vivir sus últimos años en la ciudad de Tinogasta, integrándose totalmente a la sociedad tinogasteña. Conocí a Doña Lorenza, en el comienzo del presente año, se había realizado en Palo Blanco una fiesta en homenaje a los adultos mayores, y allí estaba ella, con movimientos lentos, pero tratando de bailar.
Tenía 92 años al momento de su fallecimiento, la verdad que esta aseveración es dudosa, no porque haya mala fe, en lo que se dice, sino porque en los lugares que ella vivía y hace más de nueve décadas, la inscripción en el Registro Civil, no era como ahora, o había registros volantes, es decir, que los chicos se anotaban, cuando iban los representantes de esa institución, que no era muy fluido ese desplazamiento, o se anotaban cuando algún conocido o los padres podían trasladarse a los centros poblados, en este caso Palo Blanco o Fiambalá. Y más de una vez al pasar tanto tiempo, había que recordar o hacer un cálculo de cuándo había nacido esa persona. Es decir que muchas figuraban en sus documentos con una fecha aproximada del nacimiento.