domingo 17 de marzo de 2024
Editorial

Un silencio significativo

Como consecuencia de la globalización, los vaivenes de la economía afectan a todos los países. Por cierto, no a todos por igual, pero los procesos y las tendencias generales inciden directamente en los ciclos económicos de la gran mayoría de las naciones de la tierra.

Aunque la pandemia sigue vigente –mucho más morigerada en sus efectos, por cierto-, a partir de mediados de 2021 se inició un ciclo de crecimiento en la economía mundial, recuperándose parte de lo perdido, pero ya el año pasado la guerra entre Rusia y Ucrania provocó un encarecimiento brusco y desmedido del precio de los alimentos y la energía, causando renovados inconvenientes.

Una de las conclusiones de los debates del Foro Económico de Davos, el pasado mes de enero, es que las perspectivas de la economía global son malas para este año, aunque “menos malas de lo que temíamos hace un par de meses”, según las expresiones de Kristalina Gerogieva, titular del Fondo Monetario Internacional.

El Foro de Davos concentra a los exponentes más emblemáticos del poder económico mundial. Desde hace ya muchos años, se desarrollan encuentros alternativos que plantean la necesidad de promover otro tipo de modelo económico global, de mayor cooperación entre países, con políticas que propicien la equidad y de perfiles productivos más amigables con el planeta.

Davos representa, en cambio, la ortodoxia, el predominio de los países centrales sobre los periféricos y un modelo agresivo con el medio ambiente. Y aunque el lema del Foro de este año haya sido “La cooperación en un mundo fragmentado” y uno de los temas de debate la necesidad de implementar acciones para frenar el calentamiento global, los intereses en ese ámbito representado hacen presuponer que las transformaciones no tendrán el ritmo que el mundo necesita para ser menos desigual y más sustentable desde el punto de vista ambiental.

Las enormes desigualdades que ya existían en 2019 se ensancharon con la pandemia. Oxfam, una confederación internacional formada por 19 organizaciones no gubernamentales, que realizan labores humanitarias en 90 países, sostiene a través de un informe que desde 2020, el 1% más rico ha acaparado casi dos terceras partes de la nueva riqueza generada en el mundo: casi el doble de lo que se distribuye entre el 99% restante.

“Cada día, la fortuna de los milmillonarios aumenta en 2.700 millones de dólares, mientras que los salarios de unos 1.700 millones de trabajadoras y trabajadores crecen deficientemente, aun por debajo de lo que sube la inflación”, agrega.

Oxfam propone un impuesto a la riqueza de hasta el 5% para los multimillonarios y milmillonarios. Según los cálculos, si se aplicase, sería factible recaudar anualmente 1,7 billones de dólares, monto que sería suficiente para que 2.000 millones de personas salgan de la situación de pobreza. Además, se podría financiar un plan mundial para acabar con el hambre.

Los líderes de los países centrales y los representantes de los grupos económicos, que declaman permanentemente la preocupación que los embarga por la situación económica mundial y las desigualdades que ellos mismo generan, nunca se pronuncian sobre este tipo de iniciativas. Un silencio significativo.

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