jueves 9 de octubre de 2025
Editorial

Un llamado de atención

“Ciberlaxia”, el término introducido por el psicólogo argentino Alberto Trimboli en su libro del mismo nombre, cumple esa función reveladora: ponerle nombre a una conducta digital extendida, peligrosa y hasta ahora difusa.

La ciberlaxia combina el prefijo “ciber”, relativo al entorno digital, con “laxia”, que remite a lo relajado o descuidado. Define la actitud desprevenida con la que especialmente niños, niñas y adolescentes navegan por internet, como si ese espacio no tuviera consecuencias reales. La palabra tiene, como virtud adicional, circunscribir el problema. Permite hablar con un mismo nombre de situaciones que parecían dispersas —desde el ciberacoso hasta los fraudes en línea, la desinformación en redes sociales, las apuestas online o el contacto virtual con desconocidos—, todas atravesadas por la falta de percepción del riesgo digital.

Formar pensamiento reflexivo es la clave para transformar la hiperconectividad sin mediaciones en un uso consciente, equilibrado y seguro de la tecnología. Formar pensamiento reflexivo es la clave para transformar la hiperconectividad sin mediaciones en un uso consciente, equilibrado y seguro de la tecnología.

En la era de la hiperconexión, las nuevas generaciones habitan el mundo virtual con una naturalidad que impresiona. Pero esa misma familiaridad suele traducirse en una confianza excesiva. La ciberlaxia se manifiesta cuando aceptan solicitudes o mensajes de desconocidos, comparten datos personales, imágenes o ubicaciones, descargan archivos o aplicaciones sin verificar su origen o permisos, o simplemente no configuran adecuadamente la privacidad en sus redes. Detrás de cada uno de esos gestos se esconde una vulnerabilidad que puede derivar en formas graves de violencia digital: el ciberacoso, el sexting, la pornovenganza, el grooming, el phishing o la suplantación de identidad.

Reunir bajo un mismo concepto los riesgos que antes aparecían como hechos aislados permite diseñar estrategias preventivas más integrales y reconocer la desprotección en la que transitan muchos menores de edad en el ámbito digital. No se trata solo de advertir, sino de intervenir y acompañar.

Frente a esta nueva categoría del descuido digital, la respuesta no puede ser únicamente técnica. La alfabetización digital crítica es hoy un imperativo pedagógico y social. Supone dotar a los jóvenes de las capacidades necesarias para discernir, evaluar la información y comprender los mecanismos de las plataformas, superando la mirada simplista del riesgo como algo externo. Formar pensamiento reflexivo es la clave para transformar la hiperconectividad sin mediaciones en un uso consciente, equilibrado y seguro de la tecnología.

Al mismo tiempo, es necesario apuntalar el acompañamiento de los adultos. Los filtros, las aplicaciones de control o los bloqueos pueden ayudar, pero nunca reemplazan el diálogo de confianza. El verdadero cambio radica en la prevención subjetiva, en la posibilidad de que cada usuario, desde la infancia, aprenda a reconocer cuándo una interacción o un consumo digital se vuelve perjudicial.

Por eso, una intervención exitosa se construye sobre tres pilares: la educación, el vínculo familiar y el acceso a recursos de salud mental que puedan abordar eficazmente el malestar que surge de una vida digital sin mediaciones. La ciberlaxia, más que un concepto nuevo, es un llamado de atención.

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