Esta mañana desperté preocupado, pues además de afrontar otra vez un mundo cruel y desalmado recordé, muy a mi pesar, que la relación entre los espíritus y los inmuebles nunca ha sido debidamente desentrañada. En efecto, pese a que prestigiosos ocultistas y agentes inmobiliarios han tratado el tema, no es posible determinar con exactitud las reglas a aplicar en el caso, y ese es un tema delicado, al que abordaré al estilo habitual de esta columna, es decir, con una mezcla temeraria de ignorancia y suposición.
Lo primero que hay que resolver es un asunto de precisión terminológica: de las varias formas de llamar a una casa con presencia fantasmal no hay una que resulte del todo adecuada. Llamarle casas embrujadas es un yerro indiscutible: pocas veces el problema son las brujas. Por otra parte, casas encantadas resulta ambiguo, por lo general cuando algo nos encanta lo tomamos por algo positivo. A falta de una expresión adecuada, tomaremos el camino lingüístico más sencillo y dejaremos que la cuestión se resuelva sola por acción del tiempo y el habla popular (quizás esto nunca ocurra, claro, pero no hay nada que podamos hacer).
Intentemos dar una definición adecuada a la cuestión, una casa encantada es un inmueble que contiene dentro de sus cuatro paredes la presencia de un espíritu, que por lo general reclama derechos de propiedad y se dedica a hacer la vida imposible a los habitantes vivos del lugar. Esto afecta considerablemente el precio de alquiler o venta de la casa. En mi experiencia como abogado, además, si el desalojo de una persona con vida suele ser arduo y trabajoso, el desalojo de un fantasma es directamente una tarea imposible por vía judicial.
Sobre casas encantadas hay mucho para destacar, así que retomando una costumbre un poco olvidada de esta columna recomendaré algunas obras para el lector. En cine quiero recordar la película “Al final de la escalera”, probablemente la semilla del cine moderno de terror sobrenatural, y “La habitación del niño”, que tiene un par de sustos ideales para detener un corazón que ya cuente con sus traqueteos. En literatura hay muchas páginas escritas sobre casas encantadas, así que para destacar dos mencionaré “Incidentes alrededor de la casa”, de Josh Malerman, y “Casa de ventanas”, de Jhon Langan. También puede leerse el clásico de Stephen King “El resplandor”, en el cual más que una casa es todo un hotel el que cuenta con habitantes a temperatura ambiente.
Y, para terminar, mi historia favorita acerca de casas embrujadas es la de la vivienda de Oliver Winchester, el fundador de la marca de armas de fuego. Según la historia, al morir Oliver, su esposa aseguraba que los fantasmas muertos por las armas que fabricara su marido la atormentaban en las distintas habitaciones de la casa, así que se pasó los siguientes años agregando habitaciones y pasillos con la finalidad de desorientar a los espíritus. Nadie sabe si funcionó, pero es probable que por ahí ande algún fantasma perdido, desesperado, buscando el baño.