La muerte de un bebé de diez meses que se ahogó en el canal que lleva agua desde el dique Las Pirquitas a las colonias de Capayán reactivó la discusión por la peligrosidad del acueducto y la desidia de un Estado que no hace nada para reducirla o eliminarla.
Consternadas por la tragedia, las familias del barrio Felipe Varela, más conocido como “Las Tolderías”, recordaron que en reiteradas oportunidades funcionarios de la municipalidad de Valle Viejo habían prometido soluciones.
“Desde hace muchos años vienen mintiéndonos que van a tapar o poner zarandas, pero desaparecen y después vuelven a aparecer cuando hay un accidente o cuando hay elecciones”, dijo Fernando Zárate, tío del niño.
“Vamos a tener que volver a cortar la ruta para que nos escuchen. Vivimos con el Jesús en la boca, porque todos los días se caen los chicos al canal y solo se da a conocer cuando hay una muerte. Es un peligro latente”, añadió otra vecina tolderense.
El “Canal de la Muerte” tiene una merecida fama trágica. Desde 1995, se ahogaron en él 26 personas, la mayoría niños de corta edad.
En algunos tramos, pasa por el frente o detrás de las viviendas, y los vecinos improvisaron puentes con palos para atravesarlo. Cuando llueve, suele rebalsarse e inundar viviendas.
En 2017, el Juzgado en lo Civil y Comercial en Primera Instancia recomendó a la Municipalidad de Valle Viejo y al Gobierno de la Provincia taparlo y vallarlo, en una sentencia que responsabilizó al municipio y la Provincia por la muerte de un niño y les ordenó pagar la indemnización solicitada por su familia. Fue la primera vez que la Justicia falló en contra del Estado en estos casos y marcó un precedente.
Seis años después, el canal sigue a cielo abierto.
Tramo crítico
En un artículo publicado por El Ancasti el martes pasado, Eduardo Aroca consignó que el controvertido canal no es otra cosa que la última obra humana tendiente a optimizar el aprovechamiento del agua del río Del Valle y expandir la frontera agropecuaria. Es una historia iniciada “en tiempos prehispánicos”.
“Nuestros antepasados fueron construyendo una red de canales y acequias con el fin de ampliar la frontera agrícola, haciéndola llegar hasta el piedemonte mismo de las sierras Gracianas. A partir de la llegada e instalación de colonizadores españoles y la cesión de mercedes y encomiendas, esa red de acequias y canales se amplió, siempre teniendo como punto de partida al río. Ya a mediados del siglo XX y como consecuencia de la construcción de la presa Las Pirquitas, que “domó” al río Del Valle, la matriz cambió, esta vez teniendo en cuenta las obras sobre el cauce del río, dique abajo, para direccionar sus aguas, como azudes y otras técnicas de contención, derivación, distribución, etc. Con ello el sistema de canales se amplió, perfeccionó, sistematizó, armándose una red primaria y otra secundaria de distribución de las aguas del río Del Valle. La primaria, como una gran arteria, llega ahora hasta la entonces recién inaugurada Colonia Nueva Coneta, en el departamento Capayán”, recordó, y contabilizó “33.000 hectáreas de superficie cultivada, empadronada, bajo riego superficial”.
También dio cuenta de la urbanización de Las Chacras y de las vidas cobradas por el ducto, sea por defección del Estado o imprudencia, pero consideró que en base a éstas se ha construido una “leyenda negra”, porque dado el impacto benéfico que han tenido en términos productivos “los canales de riego de Las Chacras, son los canales de la vida”, no de la muerte.
Cambio
De la muerte o de la vida, el canal tiene una extensión de 38 kilómetros y el tramo crítico no llega a 10, precisamente en el área chacarera que experimentó desde la construcción del dique Las Pirquitas un sostenido proceso de urbanización.
Es decir: dejó de ser zona de fincas para ser zona urbana, de manera que no requiere riego para la producción agropecuaria.
Es raro que entre todas las obras tendientes a terminar con la saga fúnebre del canal chacarero, planteadas y nunca realizadas, no se haya incluido alguna para desviarlo del área peligrosa con una especie de “by pass”.
Una obra de este tipo tendría la ventaja adicional de mejorar el caudal hacia las colonias capayanenses, que están pasando por un reverdecer de sus emprendimientos productivos luego de años de decadencia.
Aparte del riesgo mortal, está el hecho de que en los pasajes urbanos la gente arroja desperdicios al ducto que obstaculizan su fluir, taponan y contribuyen a los crónicos anegamientos en épocas de lluvias copiosas. Agua perdida que a los productores de la Colonia Nueva Coneta, por caso, les vendría al pelo para mejorar sus rendimientos.
Con esto se sacaría a la muerte de la ecuación semántica y se recuperaría en plenitud la función que el canal tuvo en sus orígenes, coincidente con las canalizaciones prehispánicas: aportar al crecimiento de la superficie aprovechable para cultivo y cría de animales.
No solo beneficiaría a las colonias: de la zona chacarera urbanizada, ya perdida para la producción, la frontera podría desplazarse hacia la nueva traza.
CAJONES
El “Canal de la Muerte” tiene una merecida fama trágica. Desde 1995, se ahogaron en él 26 personas, la mayoría niños de corta edad
Los proyectos tendientes a terminar con la saga fúnebre del canal chacarero, no incluyen desviarlo del área peligrosa con una especie de “by pass”.