Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado y la herencia del mito Redondo
Por Nehuen Vázquez
Es el mediodía del seis de diciembre en La Plata. Miles de visitantes llegan a la ciudad de las diagonales entonando canciones de una banda ya extinta hace más de dos décadas, de la cual muestran orgullosos remeras y banderas, símbolos de un sentimentalismo característico de la cultura musical argentina y, sobre todo, de la cultura del rock nacional. Esta nueva “misa”, como sus simpatizantes la bautizaron hace ya tiempo, tiene un motivo claro: la presentación de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, que celebran los veinte años de la banda con una doble fecha en el Estadio Único “Diego Armando Maradona”.
La expectativa, como en cada presentación de la banda de Carlos Alberto “Indio” Solari, es grande. No solo por la oportunidad de revivir canciones --convertidas ya en himnos-- de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, sino también por la posibilidad, siempre latente en el imaginario popular, de una aparición del ídolo después de casi siete años lejos de los escenarios.
A medida que avanzo entre las calles que conducen al estadio, veo los típicos puestos de remeras --merchandising no oficial para el consumo popular-- en los que los estampados de los discos fundamentalistas y redondos se combinan con figuras como Diego Armando Maradona. Una particularmente carismática es una camiseta de la Selección Argentina con un sublimado que reza “Siempre tengo a mi lado a mi D10s (sic)”, junto a una figura del futbolista y de Solari.
Este homenaje, que bebe de la cultura popular argentina, se confunde con viejas consignas ricoteras. Entre ellas reaparece el cántico en memoria de Walter Bulacio, el joven muerto a manos de la brutalidad policial luego de un recital de la banda en 1991. Ese canto de guerra --quizá despojado de su crudeza violenta por el paso del tiempo-- se mezcla con los gritos, el ruido de los bombos y la emoción colectiva. Y, de repente, me resulta imposible no abstraerme de ese momento y preguntarme por qué esa memoria persiste con tanta fuerza en un público que, en su mayoría, ni siquiera vivió esa época. ¿Por qué Los Fundamentalistas parecen cargar con la herencia de un mito que excede a la banda y ahora a uno de sus últimos ídolos, hoy retirado de los escenarios?
El grito de venganza por Walter me recuerda de inmediato las palabras de Mariana Enríquez en el prólogo --que alterna admiración y desencanto-- del libro Fuimos reyes: historia completa de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Allí, la escritora afirma que “cada generación tuvo, y tiene, sus Redondos”, mientras recuerda sus escaramuzas por los suburbios de Buenos Aires para ver a la banda y enfrentarse --según dice-- cara a cara con el peligro. Y es que su relación con la banda se forjó en los primeros años del retorno a la democracia, un momento histórico marcado por el padecimiento de las razzias policiales, como si la violencia institucional fuera un recuerdo persistente de las épocas siniestras que había transitado el país. “Los míos fueron los Redondos oscuros”, afirma.
¿Cuáles eran, entonces, los Redondos que le tocaban a mi generación, aquella que creció huérfana de la banda pero habitó su legado a través de sus canciones y los proyectos solistas de Solari y Beilinson? Esto me remontó a mi adolescencia, cuando tuve mi primer encuentro con la cultura del rock. Recuerdo pasar horas junto a amigos con los mismos gustos musicales buscando en internet los significados de aquellas canciones crípticas y lúgubres que resultaban irremediablemente seductoras. Y entonces estaba claro: nuestros Redondos fueron los del mito después del mito, un vestigio persistente de una de las bandas más emblemáticas del rock nacional.
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Mientras pienso en esto, las luces del estadio se apagan, la multitud de almas queda en silencio y una voz inconfundible anuncia: “Damas y caballeros, Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado”. Y me dejo llevar, otra vez, por la seductora influencia de los vestigios del mito Redondo.
El resto del recital retomó los himnos esperados por todos, pero también dio lugar a sorpresas. Una de ellas fue, sin dudas, la aparición de nuevas grabaciones del Indio de canciones como Nike es la cultura, Tarea Fina y Pool, averna y papusa. Aunque el momento más emotivo de la noche fue cuando el escenario se iluminó con una grabación de Solari dirigida íntimamente a su público.
“Me acompañaron durante ese tiempo hasta que la Providencia quiso que se cruzara conmigo un par de cositas que me impiden… Ya saben de qué hablo, que no me permiten estar ahí y subir al escenario”, en ese momento, el público estalló en cantos arengando al ídolo ausente, pero a la vez presente a través de las particularidades de la virtualidad. Un síntoma del mito después del mito.
“Pero no quería dejar pasar este momento para jugar a que estoy con ustedes”, ironizó Solari, como un amargo recordatorio del paso del tiempo. “Escuchando, porque estoy ahí y lo voy a estar haciendo”, dijo.
“Toda esta cháchara era para decirles algo simple, que es que los quiero mucho, los respeto mucho como público. Son de los mejores del planeta y les mando un abrazo a todos, les agradezco mucho”, cerró entre aplausos y cánticos.
Cuando la pantalla se apagó y el eco de la voz del ídolo se esfumó del estadio, el público continuó con su arenga, como si esa breve intromisión bastara para rellenar su ausencia. Tras el mensaje, el recital siguió con Flight 956 y Ji ji ji. Dos canciones que podrían resumir las emociones que atravesaron todo el show: la melancolía y la felicidad. Los sentimientos de mi generación hacia el mito Redondo se basan en esos sentimientos, que son la reacción natural ante un vínculo que siempre será así: fragmentado, mediado, hecho de grabaciones y recuerdos que mienten un poco.