viernes 29 de marzo de 2024
Editorial

Delincuentes con uniforme

Hay una creencia popular muy extendida respecto de las vinculaciones entre la Policía –habría que aclarar de sectores de la Policía o efectivos en particular que revisten en ella- y el mundo del hampa local. Injusto sería involucrar a la institución en su conjunto, lo cual además sería un escándalo.

La hipótesis, engordada por historias de credibilidad dudosa pero también por casos concretos que se relatan con abundancia de precisiones y nombres propios de los protagonistas, sostiene que hay delincuentes protegidos por uniformados, con los cuales serían algo así como “socios”, o hablan de zonas liberadas en las que los maleantes actúan con escaso riesgo o sin riesgo alguno. Difícilmente algún policía reconozca que este tipo de vinculación exista, pero sí lo hacen, por lo bajo o informalmente, abogados del foro local y funcionarios de la Justicia.

Un caso ocurrido hace poco en un barrio de la ciudad capital parece confirmar esta relación non sancta de un modo más que grosero. Un ciudadano, mientras estaba en su domicilio, escucha ruidos extraños y descubre que un ladrón ha ingresado a robar a su casa llevándose consigo algunas pertenencias. El dueño de casa grita, intenta perseguirlo con temor porque no sabe si está armado. Finalmente el delincuente se escapa, pero en su carrera pierde el teléfono celular.

La víctima del robo habla inmediatamente a la policía, que llega al lugar del hecho relativamente rápido. Y al revisar el inmueble los efectivos hacen un diagnóstico muy completo de las vulnerabilidades, respecto de la seguridad, de la vivienda. El vecino damnificado explica lo sucedido y señala el celular caído, que ha quedado desbloqueado. En el teléfono se observa una foto de perfil en un servicio de mensajería que inmediatamente uno de los efectivos reconoce. “Es de Cacho (el nombre, por supuesto, es ficticio)”. Y, para corroborarlo, marca desde su propio teléfono personal un número. El aparato caído suena inmediatamente, confirmando la presunción, y también que el ladrón está en la lista de contactos del policía.

Sorprendido, pero también entusiasmado porque considera que el ladrón está identificado y que hay posibilidades concretas de recuperar lo robado, el dueño de casa pide que vayan hasta el domicilio del ladrón, que la policía conoce. Los efectivos le dicen que se quede tranquilo, que iban a solicitar una orden de allanamiento e investigar el caso en profundidad.

El vecino víctima del robo llama a la policía al otro día preguntando si hay novedades, pero no las hay. Los días pasan y no se conocen avances en la investigación. Entonces, decide llamar al celular del ladrón, pues había registrado su número. Una voz masculina lo atiende. Pregunta el vecino si está hablando con algún policía, le responden que no e inmediatamente cuelgan. Vuelve a llamar pero el celular ya está apagado.

Meses después, el mismo vecino sufre una especie de robo comando mientras no se encuentra en su domicilio. Los malvivientes saquean la casa con prolijidad. Todo indica que tienen un conocimiento muy completo de las vulnerabilidades de seguridad su vivienda.

La historia es real y abona la hipótesis de esa relación non sancta entre policías y ladrones. El vecino nunca recuperó lo robado y, probablemente, tampoco recuperará la confianza en la policía.

Las autoridades policiales deberían, por el bien de la institución y la seguridad de los vecinos, no dejar pasar por alto este tipo de situaciones e investigar los modos en que se tejen estas alianzas a los efectos de desbaratarlas y separar de la fuerza a los delincuentes con uniforme.

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