Los 21 de septiembre, además de festejarse el día del estudiante y el comienzo de la primavera en el hemisferio sur, se celebra a nivel mundial el Día de la Paz.
La paz es un ideal, una meta, un propósito que rara vez se alcanza de manera perdurable. Los conflictos armados que enfrentan a pueblos, naciones, civilizaciones, culturas, no han dejado de poner en crisis la frágil estabilidad internacional ni en lo que va del siglo ni en los anteriores, desde la configuración de lo que hoy denominamos el mundo moderno.
La violencia, aunque sin la organicidad de los conflictos armados internacionales, es de todos modos una constante en nuestra vida cotidiana.
En estos días en los que la recurrencia de crímenes –uno incluso en nuestra ciudad- han vuelto a poner en el primer plano del debate público al tema de la inseguridad, reflexionar sobre el tema de la violencia en tanto demostración concluyente de la ausencia de paz en la vida interna de los países se vuelve inevitable.
Si caminar por la calle –no ya a un determinado horario, sino en cualquier momento del día- es un peligro permanente, si lo es también permanecer en los domicilios o, mucho peor, atender locales comerciales donde se maneja dinero en efectivo, es razonable que el estado de ánimo de la sociedad esté exaltado.
La falta de respuestas de las fuerzas encargadas de garantizar la seguridad de las personas motiva reacciones que cierta prensa, para simplificar, califica de "justicia por mano propia”. Pero hay que decir que si una víctima de un robo mata al ladrón, no comete un acto de justicia, sino un crimen, salvo que el juez de la causa puede determinar que se trató de una acción en defensa propia.
A la violencia de los delincuentes, se les responde con más violencia, lo que genera un espiral difícil de contener.
Es notable cómo cuando surge un episodio de estas características, la justificación del hecho, cierto consenso de una porción considerable de la sociedad, incluso de algunos comunicadores con mucha pantalla televisiva, genera en lo inmediato hechos de similares características, como un efecto contagio.
Luego del caso del médico que mató de un disparo a un ladrón en el frente de su casa, nuevos hechos resonantes se sucedieron, entre los que se destacó por su trascendencia el del carnicero que persiguió y atropelló a un ladrón, que finalmente murió.
No se puede exigir paz y seguridad si se alientan los linchamientos y los crímenes, por más que los que mueran sean delincuentes.
La violencia que campea en la sociedad contamina también la política. SI bien lejos está el país de los niveles de enfrentamiento que existían en otras épocas, en las que muchas veces las diferencias se dirimían con armas de fuego, de todas maneras la tolerancia y la sana convivencia son apenas expresiones de deseo con escaso arraigo en las prácticas políticas de la dirigencia.
La paz es un ideal de difícil consecución. Pero en la medida en que se la fije como meta colectiva y se aísle a los violentos, denunciándolos como protagonistas de actitudes desarraigadas de las buenas prácticas sociales, el objetivo estará un poco más cerca.