miércoles 19 de marzo de 2025
Editorial

El paraíso cripto

Los discursos que engañan a incautos con promesas seductoras de un futuro mejor surten efecto porque trabajan sobre las necesidades de las personas, incluso sobre sus debilidades. La reflexión vale tanto para las sectas religiosas que captan adeptos como para las empresas que captan inversores para perpetrar estafas piramidales. Al final del juego, cuando las promesas se derrumban bajo el peso de la realidad, no están el paraíso prometido ni los ahorros depositados. Y sí están, además de los defraudados, una serie de delitos tipificado en el Código Penal.

El auge de las estafas piramidales ha desplazado del centro de la atención pública el accionar de las sectas. Pero siguen operando y engañando. El viernes, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal 1 de la ciudad de Mar del Plata condenó a penas de entre 25 y 6 años de prisión a integrantes de una secta acusados del delito de trata de personas con fines de explotación y reducción a la servidumbre y alteración de identidad de menores. La organización funcionó en Venezuela y Argentina desde 1970 y hasta 2018.

Leonardo Cositorto conjuga, en su proceder delictivo, elementos tomados del discurso sectario y de los mecanismos diseñados para los fraudes financieros. Los que le entregaban su dinero a Generación Zoe eran “inversionistas” pero también parte del entramado de una organización de la que se sentían parte. Ingresaban a ella a partir de la promesa de incrementar sus ahorros pero también de pertenecer a un grupo casi de culto que los comprendía y los hacía sentir especiales. No es casual que haya contra Cositorto, además de las obvias denuncias de estafa, otras vinculadas a la trata de personas.

Las financieras catamarqueñas que ahora están también en la mira de la Justicia y con sus dueños o línea gerencial detenidos, no han apelado a discursos místicos para captar durante, por lo menos un par de años, a ahorristas. Pero una gran parte de los ahora presuntamente estafados, que se suman a las caravanas de la bronca clamando justicia, defendieron el negocio del que se sentían parte con un énfasis desmedido, desechando los argumentos que advertían sobre el riesgo inminente de desplome de la trampa como si fueran una afrenta personal.

En el caso local, la manipulación no apeló a los clásicos discursos pseudos religiosos para captar fieles, pero sus mentores sí prometieron el paraíso cripto, en donde se entroniza en el altar al dios Bitcoin, al que trajese su bolso con dinero a las cajas recaudadoras. El mandato bíblico de ganar el pan con el sudor de la frente mutó, en este nuevo credo financiero, por el de ganar plata fácil, sin trabajar y por un tiempo indefinido. Y así como caen las sectas religiosas que proclaman un cielo redentor inexistente, caen también las financieras que prometen el edén financiero a partir de rentabilidades impagables.

Tan inevitable como previsible.

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