martes 24 de junio de 2025
Algo en qué pensar mientras lavamos los platos

De cortesía

Por Rodrigo L. Ovejero

En otra de esas mañanas invernales que tan bien le sientan a esta hermosa ciudad, bajo su cielo azul despejado, fui víctima otra vez de mí mismo, al dejarme vencer nuevamente por mis propios defectos. En este caso, caí otra vez en las garras del viejo vicio de aprovechar lo que es gratis.

Me encontraba en una sala de espera, leyendo “El camino de los reyes” (una alternativa válida si, al igual que yo, suponen que Rothfuss y Martin han tirado la toalla) cuando quien atendía interrumpió mi lectura para ofrecerme algo de tomar. Luego enumeró las opciones, y las escuché por amabilidad. No tenía deseos de nada, acababa de desayunar, cuando al finalizar el listado de alternativas añadió dos palabras que calaron en lo más hondo de mi corazón tercermundista: “de cortesía”, aclaró, y me conquistó.

Empecé a recorrer el camino del arrepentimiento apenas dije “capuchino”. No quería tomar nada, en realidad, y mucho menos ahí. Pero apenas escucho palabras que significan que algo es gratis, o está incluido en un precio ya pagado, me comporto como el perro de Pavlov, digo que sí como un acto reflejo, no pienso, reacciono. No quiero sonar desagradecido, pero estaba esperando por otro servicio –uno que hacen muy bien- no por el capuchino –uno que hacen muy mal-. Para empeorar las cosas, cuando lo tuve en mi mesa, ese mismo corazón tercermundista y traidor me recordó que no se debe desperdiciar lo que nos sirven, así que lo tomé. No solo tomé el capuchino, comí además la galleta que lo acompañaba, por el mismo principio. Esa galleta obtuvo el Pelícano de Oro a la peor galleta de vainilla en el Festival Internacional de la Galleta Montreal 78. A lo mejor cada uno por separado no era tan malo, pero la sinergia puede hacer estragos.

Me consuela un poco sospechar que no se trata solo de un problema mío, sino que a estas alturas es un rasgo de identidad cultural en nuestro país. Tengo la teoría de que a medida que se reiteran los procesos inflacionarios, los procesos devaluatorios, las crisis y otros eventos económicos nefastos de toda especie, este tipo de conductas se arraiga cada vez más en el argentino, se imprime con fuerza en su psiquis expuesta a tantos infortunios monetarios. Un danés puede dejar pasar un café sin hacerse planteos morales, un noruego también, pero un argentino no sabe cuánto podría salir el próximo, o qué catástrofe financiera podría hacerle empezar a pagar el café en cuotas, si tiene uno al frente tiene que tomarlo, no importa lo frío o soso que esté.

Hace años que vengo luchando contra esta adicción, y los sinsabores han sido más que los aciertos. Pero tengo intenciones de que este traspié sea el que por fin me haga reflexionar sobre mi compulsión a recibir algo porque es gratis. Quizás busque un grupo de autoayuda. Si es gratis, seguro me anoto.

Seguí leyendo

Te Puede Interesar