lunes 2 de diciembre de 2024
COLECCIÓN SADE- NARRATIVA CATAMARQUEÑA

Como gota cayendo en los cristales

César Augusto Vera Ance,

De “El Sello fugitivo”

Una aparición es desconcertante y más cuando se está desarmado; mientras que, si algo impensadamente efectivo ocurre se vuelve fantástico. Es difícil discernir qué situación afecta más. Lo imprevisto penetra y no hay cómo definirlo, más bien se lo guarda en un lugar escogido para ver de qué manera interpretarlo. Pasa el tiempo, los detalles se van desluciendo o magnificando y la esencia queda también operando a modo de desvarío.

Así las imágenes suceden como un juego de hacerse y deshacerse y en esa vacilación brotan las palabras buscando asentar lo aparentemente improbable; situaciones que deben mostrarse trascendentes para que no se diluyan en el tal vez de lo esperado. La vida pasa, el tiempo discurre, sin embargo, la historia queda y marca la existencia con un toque de perpetuidad.

No sólo se inscribe lo vivido, también la divagación tiene su marca, lo que se cree ocurrido ¿es artilugio de una certidumbre fascinada y lo realmente acontecido se refleja en un espejo retorcido o a través de una pantalla dislocada? Para tantos, la realidad es tan obtusa y se redobla tan descaradamente que se la toma como lógica irreversible, otros se contentan con la variación de matices, aun cuando en el fondo no cambie su costumbre de repetirse continuamente y están aquellos que inventan para que lo aparente se vuelva visible y la certeza, increíble.

De cualquier modo, lo intensamente sentido no acaba, siempre deja un viso inexplicable, un querer dilucidar aquello que se guarda y se almacena en un predilecto lugar de la mente. Una historia se desvanece por los avatares de los días, pero en un momento, inesperadamente, aparece como experiencia verdadera o como otra cosa, surgida por la necesidad de que algo ocurriera para seguir viviendo o para escapar de lo escabroso.

Si, una historia se desvanece, tal vez se atropelle con otra, se mezcle y al final se eclipse, pero la vida que ya ha sido rozada por ella adquiere otro sentido. Alguien la deja resguardada, escondida otro no puede con ese aluvión que desborda y necesita contarla o, al menos, evocarla.

Se sienta en la cama, ve por la brecha de la cortina que está lloviznando, se acurruca en las sábanas para que no huya el sueño. Es imposible, un caracol zumba en su cabeza y todo gira vertiginosamente. Parece estar con fiebre. Suda. Es un sopor frío. No deja de sacudirse. Por instantes flota y, al rato nomás, se hunde como si un agujero lo estuviera tragando; se desliza por el tobogán de un estrecho pasillo, luego vuela como impulsado por un motor desconocido y hasta se siente sumergido en una ciénaga burbujeante y esponjosa que lo chupa vorazmente.

Debe incorporarse, introducir sus pies en las pantuflas, enfundarse en su bata, llegar al baño, lavarse la cara, mirarse en el espejo, bajar la escalera para prepararse un café bien cargado, tomar una aspirina antes de vestirse y envolverse en lo cotidiano.

Una sombra se acerca, toma forma, es diminuta con la cabeza grande, un gorro marrón intentando enfundar unas orejas largas, puntudas, apenas puede cubrir mechones de pelos, tiene piel cenizosa, brazos arqueados, tórax hundido u hombros alzados, dientes desparejos, agudos, exhibidos dentro de una sonrisa sarcástica y se planta en la cabecera. Emana un efluvio de luminiscencia fatigada y la respiración de animal cansado. El invadido busca conectar sus dispositivos de defensa, conviene estar atento. Teme recibir una punzada en la garganta o que las curvadas uñas le rasguen la piel o que la emanación de lo extraño lo aletargue y lo haga ingresar hacia el oscuro lugar donde habita lo maldito

El frío se espesa como manto gelatinoso; es raro, siempre el calor es pantanoso y empasta toda voluntad para luego, con su lengua flamígera y sus fauces voraces, precipite hacia la caldera del abismo. Debe erguirse, inflar el pecho, blandir los brazos, cerrar los puños, defenderse; pero ningún nervio obedece. Los ojos viscosos lo observan, fijos, penetrantes. Nada más. Querría que hiciera un ademán siquiera, pero sigue inmutable con su sonrisa sardónica y su mirar sesgado. El olor es denso, tapa su nariz con bordes de la sábana y por el rabillo del ojo no deja de espiarlo, los dedos crispados, los músculos tensos y la respiración entrecortada. El reloj impasible late en las agujas, la llovizna se desliza por los cristales y el viento brama en el techo, el mundo ha caído en una impavidez absoluta.

Busca desasirse de esta amenaza con algo muy bonito, descubre una joven hermosa con trenzas negras volcadas sobre sus hombros desnudos, está sentada sobre un suspendido portón de madera, lleva un pantaloncillo de jean, se balancea como princesita de un cuento de hadas, la sonrisa lo llama y los ojos negros, de mirada insinuante, invitan a arrimarse. Se acerca, ella lo recibe con sus brazos, apretándolo con sus senos de turgencia belicosa, mientras sus muslos lo atenazan. El portón se mece en suave vaivén y el perfume agreste de la anfitriona lo envuelve.

Esa imagen traspasa la otra imagen y la siente más palpable por más que el aliento helado le llegue hasta su cara. Debajo opera la convulsión, el apretón de aquellas piernas cálidas envolviéndolo en su anillo candente. Necesita cimbrear su cadera, realizar el meneo pélvico para que el ensueño alcance la dimensión perfecta. Arriba la agitación es distinta, el escalofrío se hace gélido, la tensión atenaza. A qué mitad debe entregarse, a cuál temerle.

Las imágenes se integran, aunque aparenten estar en espacios distintos. Desea que la oscura presencia se aleje y la muchacha baje del portón y lo conduzca hacia donde suceden todas las delicias. Sin embargo, ve en esos cautivadores ojos un viso desconcertante y en estos cercanos una mirada cambiada, de entrañable ternura como si buscara salvarlo de una obsesión o un maleficio. Qué hay detrás de todo. La llovizna insiste con su hipocondría sobre el vidrio, él, ya absolutamente frágil, se entrega y la desazón brota incesante.

Deja que la aflicción aflore y no sabe qué es lo raro, si lo que entiende haber ocurrido fue centella clavada como ardor constante o fueron figuraciones sucedidas como giro de estar y esfumarse. Y lo que pasa ahora, dónde colocarlo. En esa tribulación brota el miedo y no se anima a descorrer las cobijas. Tampoco separar lo virtuoso de lo nocivo; no puede hacerlo porque le distrae la irisada contemplación de su vida en el opaco espejo del hastío.

Solo hay una congoja que no da abasto y es más precisa que lo ocurrido en esa tarde mientras el río runruneaba y la brisa derramaba aromas que embriagaban. ¿Aquello es algo inolvidable por acaecido o es evocado por el frenesí de lo deseado? Sea como fuera en un jardín de espumas no hay que tirar semillas.

Tal vez lo disfrutado sea artilugio de una certidumbre fascinada y lo ansiado penetre por el resquicio de una ventana, se bosqueje con el centelleo de una lámpara insinuante y se haga contundente como el fragor de los cuerpos, la respiración agitada, el desborde del volcán en el paroxismo de la entrega o haya estado hibernando en la cueva escondida del deseo hasta que estalló para deslizarse como magma incontenible.

Inevitablemente, lo gozado se termina y deja un viso misterioso que se guarda como acopio de necesaria fantasía y se conserva en un escogido sitio del anhelo. Y cuando un duende de aspecto, mirada y actuar desconcertantes aparece junto con la lluvia golpeando los cristales, se confunda lo quimérico con lo factible y lo cierto con pesadillas o ensueños hasta no poder bajar de la cama, ponerse las pantuflas y salir con la realidad sobre la espalda a batallar lo cotidiano.

Y deba quedarse ahí, ovillado en el desamparo, mientras el agua se adapta a la fugacidad, se desliza sobre las cosas, pasando sobre ellas como si todo fuera vidrio de una ventana que deja resbalar las horas… las gotas… las lágrimas.

César Augusto Vera Ance

Profesor titular de las Literaturas Española I, Hispanoamericana I y Europea I en la carrera de Letras de Facultad de Humanidades - UNCA-

Obras publicadas

Cuando se fueron los pájaros y otros cuentos –Cuentos-

Concierto de amor para piano y armónica –Novela-

Trece burbujas en la espuma y la charca –Cuentos-

Removiendo la hojarasca –Cuentos- relatos –poesías -canciones y otros-

El Santo y la palabra –Cuentos y poesías-

Una mujer de negro junto al farol que se apaga –Poesías-

Al otro lado de las voces –Cuentos-

Diadema del infortunio –Novela-

Final del camino- cuentos.

Sombras y artificios – cuentos y relatos- en impresión

Obras inéditas

El estrafalario debe morir –novela-

Versos en el torrente –novela-

Danza de siete puertas –cuentos-

El sello fugitivo –cuentos y otros-

Mientras espero – cuentos y reflexiones

Intima ofrenda – cuentos y reflexiones-

Obras de teatro

Cuando el amor llega en bicicleta

El amor no es un sueño que vamos armando

El ángel ausente

Y otras…

Guiones de cortometrajes

Zanja abierta

Danza nocturna

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