miércoles 31 de diciembre de 2025
Editorial

Alertas tempranas

Un episodio llamativo se vivió en El Rodeo en los últimos días, que pone en evidencia una paradoja que Catamarca arrastra desde hace años: mientras los ríos crecen y amenazan vidas, hay quienes cuestionan el efecto generador de “caos y pánico” que generan. El fin de semana pasado, una alerta de creciente del Río Ambato generó preocupación entre vecinos y visitantes, que desencadenó en una autoevacuación y que, reclaman los vecinos, le provocó a los adultos mayores y niños un momento de tensión innecesaria. Este episodio, que se dio ante “rumores” entre vecinos genuinamente alarmados por la intensa creciente, despertó recuerdos de la tragedia ocurrida en 2014 y, por otro lado, un viejo interrogante sobre los sistemas de alertas tempranas.

Es cierto que una alerta debería dispararse a través del Sistema de Alerta Temprana (SAT), un conjunto de sensores, instrumentos técnicos y tecnológicos diseñados precisamente para evitar falsas alarmas y decisiones impulsivas. Sin embargo, aquí emerge otro problema estructural: ¿funcionan realmente estos sensores de manera automática en Catamarca? El Gobierno, en un simulacro realizado días previos a la Navidad, accionó una sirena para familiarizar a la comunidad e indicó que “la sirena es accionada por un operador designado solo cuando hay una creciente extraordinaria, ante lo que se debe evacuar de manera inminente la zona de influencia del cauce del río”. “Un operador designado” es la clave, ya que plantea serias dudas sobre la efectividad del sistema. Si los sensores no operan como deberían, ¿estamos realmente monitoreando nuestros ríos o simplemente confiando en la suerte y en la observación humana? Luego, ante el accionar de los vecinos, surgen más interrogantes. ¿Cuál debe ser el criterio para definir una emergencia? ¿Acaso se deben lamentar muertes antes que el evitable gasto de un par de litros de combustible por simple precaución?

Catamarca cuenta con marcos legales y operativos específicos, pero toda la arquitectura institucional colapsa ante un hecho simple: no existe un protocolo unificado para emergencias climáticas que integre formalmente a escuelas, hospitales, municipios y demás organismos en un plan de acción común.

Defensa Civil viene insistiendo en que la población respete las alertas de crecidas de ríos y derrumbes en rutas, pero esta insistencia choca contra un problema cultural profundo: las alarmas preventivas cumplen una noble función, pero mucha gente no las respeta o las ignora porque piensa que le puede “ganar al río". Esta arrogancia frente a la naturaleza ha costado vidas en el pasado y seguirá cobrándose víctimas mientras no comprendamos que ningún vehículo, ninguna apuesta, ninguna confianza en la suerte vale más que la vida.

La solución no pasa por dejar de alertar ante el riesgo, sino por profesionalizar el sistema de alertas y, simultáneamente, educar a la población sobre la gravedad de ignorarlas. Necesitamos sensores que funcionen automáticamente, protocolos claros que definan quién y cómo se dispara la alarma y bajo qué parámetros técnicos, y una cultura de prevención que entienda que son preferibles diez falsas alarmas a una tragedia evitable.

Si los sensores no operan como deberían, ¿estamos realmente monitoreando nuestros ríos o simplemente confiando en la suerte y en la observación humana? Si los sensores no operan como deberían, ¿estamos realmente monitoreando nuestros ríos o simplemente confiando en la suerte y en la observación humana?

Seguí leyendo

Te Puede Interesar