Primero habló sobre lo ocurrido el 3 de enero del 2025, el día que quedará grabado para siempre en su memoria. Tras un año de intensa preparación que abarcó estar lejos de su familia, profesó los votos franciscanos en una emotiva ceremonia que se realizó en la iglesia María Madre de Dios, del Noviciado Internacional en la ciudad de Catalao, municipio del estado de Goiás, en Brasil. Fray Juan estuvo acompañado por sus padres Mario Sosa Guzmán, Gabriela Dré y sus hermanos María Florencia, Mario Gabriel y José Alejandro.
“Al ser un colegio católico franciscano se proponen actividades sobre la espiritualidad en donde hacen campamentos, convivencia y los chicos están libres de participar”, comentó.
En ese momento, su vida era como la de cualquier otro joven. “Los fines de semana salíamos con mi grupo de amigos. Nunca me gustó ir a bailar pero sí nos juntábamos. Tenía una vida normal de joven. Jugaba al fútbol, pero también pasé por el vóley, el rugby y básquet”, contó.
Sin embargo, el estilo de vida franciscano comenzó a interesarle cada vez más y de esa manera pudo participar en un encuentro de Centros Educativos Franciscanos, en San Antonio de Arredondo, en la provincia de Córdoba. Allí su vida hizo un click.
“Es en un encuentro en el que se reúnen alrededor de 400 jóvenes de todo el país y hay actividades sobre la espiritualidad francisana”, explicó.
“En un momento de oración estaba frente al Santísimo y sentí algo adentro, como un golpe. Y esto sucedió en un momento que estaba buscando un camino”, recordó. De regreso a Catamarca siguió con su vida y comenzó a compartir con los frailes. Desde jugar al fútbol en el convento a ser monaguillo y acólito en la misa.
“Trabajé en un merendero en el convento y me acerqué a la gente de la calle. Me fue haciendo un click adentro y me dije, qué lindo esto. Quiero hacer todo lo que los frailes hacen, hasta que llegué un punto en el que pensé a querer vivir como ellos viven”, subrayó.
Con la idea sobrevolando en su mente decidió hablarlo con su familia y pese al escepticismo que existió en un primer momento, eso cambió más tarde al abrirles las puertas a la forma de vida de los frailes.
“Hay una realidad que yo creo que a veces se tiene ideas medio raras de lo que son los frailes hasta que mis padres pudieron compartir una comida, un asado y cosas así. Recuerdo que mi mamá tenía el temor de que viva solo y el fundamento de la vida franciscana es la fraternidad, es vivir entre hermanos. Así que cuando fueron conociendo eso les encantó y se pusieron súper contentos”, explicó.
Su carrera comenzó con un año de aspirantado. “Es un proceso que el joven comienza una charla con un fraile que lo acompaña en las motivaciones ocasionales. Son encuentros cada dos meses en determinados lugares y cada uno tiene una temática sobre la vocación sobre algún santo. Luego, los frailes son los que deciden si uno está en condiciones y continuar al año siguiente con el postulantado, que es la etapa previa al noviciado. Son dos años de formación y se sigue trabajando en las ideas de Dios, en la historia personal. Hay mucho estudio, no académico, si no más como formación humana”.
El camino de Juan siguió con el noviciado, durante un año, en el que se prepara para emitir la profesión, es decir, los votos de la castidad, la obediencia y la pobreza. “Ahí uno comienza oficialmente el camino dentro de la orden franciscana”, comentó. Eso tuvo su punto máximo el pasado 3 de enero en Goiás cuando profesó junto a otros cuatro hermanos de Brasil.
¿Cómo fue la vida lejos de la familia?
-“Sentí el desarraigo, al estar lejos de mi familia pero estaba dentro del país. Sin embargo, al haberme ido a Brasil fue duro, difícil primero por el idioma, la comida. Pero luego fue algo que terminó ayudándome para madurar y con el tiempo lo sentí como mi casa”. En Brasil convivió con otros cuatro novicios y cuatro formadores.
“El noviciado es el útero de la vocación. Son doce meses en los que se intensifica el estudio, el trabajo y la oración. Mis días comenzaban a las 5.30. Luego oración, desayuno y contábamos con una hora de trabajo rural porque donde vivía teníamos gallinas, chanchos y una huerta”, contó Juan.
La profesión de los votos significó la consagración por un año y una vez cumplido ese lapso él puede renovar los votos o desistir. “Necesitás mínimo cuatro o cinco renovaciones para poder profesar para toda tu vida”, explicó.
“El día de la profesión estaba con mucho miedo y me acuerdo que nos abrazamos con uno de los novicios y me dijo: ‘Juan, que este sí sea para toda la vida’. Y yo creo que mi profesión del 3 de enero es el comienzo de lo perpetuo”, señaló.
La vida para Juan Antonio lo lleva para el Convento de La Recoleta, en la capital chilena en donde tendrá un año intenso de estudios en Teología y Filosofía. “Ahora mi vocación se centra en el estudio. Soy fraile, pero mi vocación se pone al servicio, al estudio”. Será otro año alejado de su familia, de su tierra.
¿Qué es lo que más extrañás?
-“Además de compartir con la familia y mis amigos, extraño la provincia. Cuando volvimos de Brasil o salgo ahora de casa y ver las montañas, me emociona muchísimo. Y también la Virgen del Valle, fue lo primero que hice apenas llegué. Ir a visitarla”, subrayó.
¿Qué adquiriste en estos años de formación?
-“De Brasil volví con la teoría de que si gran parte de la sociedad tuviera una experiencia de profundo encuentro con uno mismo, a través de la tierra, de poner las manos en contacto con los animales, seríamos totalmente diferentes. Porque yo creo que eso me fue humanizando. Darme cuenta de las cosas esenciales porque existe esa connotación de que los frailes están en el convento y nada más, que es así pero también fui ganando en madurez y en conocerme a mi mismo”, concluyó.
Texto: Pablo Vera
Fotos: Ariel Pacheco y gentileza Fray Juan Sosa Guzmán
El beato Esquiú
“Es una figura que me acompañó desde los 3 años, pero te lo resumo. Yo estando en el convento y decía bueno ‘la Santidad está en Roma o Europa, o sea los santos están solamente allá y yo estoy pisando la misma tierra de nuestro beato’ y sentir toda su santidad fue algo que me impulsó a animarme y pensar que la santidad también puede salir de esta tierra”.
“Es un modelo que se lo puede tomar de diferentes ámbitos, desde la política, la educación, el periodismo, entre otros”, dijo.
La música
Juan toca la guitarra y su cercanía con la música no conoce de fronteras.
“Hay un grupo chileno que se llama El árbol de Diego y tiene letras muy profundas. Es folklore de ese país y lo conocí por uno de los frailes y me fascinaron las letras”.
“Me gusta el cuarteto también y hay dos canciones de Walter Olmos preferidas “Chico de la calle’ y ‘Virgencita del Valle’. Son dos canciones que las puse en el celular cuando veníamos viajando con mi familia y me dijeron ‘no perdiste el ADN’.
El rock también me gusta y hay una canción de Gustavo Cerati, ‘Tracción a sangre’ que me encanta”.