sábado 16 de marzo de 2024
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Más allá de las nubes

En el Aeropuerto Felipe Varela funciona el Club de Planeadores de Catamarca, que en junio próximo festejará 80 años de vida. Sus socios trabajan a diario para mantener viva la pasión del vuelo a vela.

El Club de Planeadores de Catamarca cumplirá 80 años en un par de meses y estamos en la temporada en la que inician con los vuelos de bautismo y los cursos de piloto: si alguien tiene pensado convertirse en piloto comercial, iniciar la carrera aeronáutica como piloto de planeador puede ser la puerta de ingreso más económica y formadora de una excelente experiencia. Todo suena muy bonito pero Alan Horrocks, Alfredo Horrocks, Marcelo González Ruzo y Raúl Mandatori me piden que no escriba ni publique nada hasta que no vuele con ellos. Quedamos en coordinar. Necesito unos días para juntar valor y contar con la disponibilidad de Ariel Pacheco, nuestro fotógrafo.

Es jueves 24 marzo, feriado por el Día de la Memoria. Nos encontramos con Ariel, llegamos al Aeropuerto Felipe Varela y nos presentamos ante la Policía de Seguridad Aeroportuaria que controla rigurosamente a quienes ingresan a la zona de hangares y la pista del aeropuerto.

El hangar del club está en la zona sur del predio y adentro se guardan las herramientas, los tres planeadores y el avión remolcador. Conversamos un rato mientras Alan limpia el planeador al que nos vamos a subir y Alfredo se lleva el avión para la zona de carga de combustible.

Alan nos explicó sobre la técnica de vuelo en estos aeroplanos sin motor, el uso de las corrientes térmicas y la interacción del piloto con la naturaleza, la información que hay en el tablero y cómo medimos la altitud y la velocidad, pero también nos contó de las competiciones y los viajes por el país para participar de estos eventos.

Como es feriado y no había vuelos programados, la torre de control no estaba operando. Llegamos hasta la pista de despegue tirando el planeador con un auto, y mientras Marcelo estira la cuerda Alan me da las instrucciones finales antes de subir. Me pongo el paracaídas como si fuera una mochila esperando no tener que usarlo y me acomodo. En este planeador se viaja un poco reclinado, pero en los otros, los monoplazas con los que compiten, la posición de vuelo es prácticamente acostados: como un Fórmula 1. Ya estamos listos.

Alfredo pilotea el avión que nos remolca por la pista y nos comenzamos a elevar. “¿Cuánto dura el remolque?”, le pregunté a Alan, que es el piloto responsable en este planeador. Me explica que más o menos unos diez minutos y me adelanta que cuando lleguemos a 500 metros de altura nos vamos a soltar. Subimos con paciencia.

Los 500 metros llegaron rápido y enseguida comenzó la acción. El momento en el que el planeador se desprende de la cuerda se siente suavemente en el fuselaje, como si hubiésemos soltado carga. Enseguida encontramos una térmica, que es básicamente una corriente de aire generada por el calor que impacta en el suelo, y empezamos a subir en círculos muy suaves y bien pronunciados. Un metro por segundo, un metro y medio por segundo, dos metros por segundo. Para cuando Alan me preguntó hasta qué altura quería llegar, estábamos muy cerca de los 1.000 y, según me explica, todavía hay posibilidades de mucho más. “Llegué a 6.000 alguna vez”, me dijo.

Ya estamos a unos 1.100 metros del suelo y nos movemos ahora hacia el cerro Ancasti a unos 90 kilómetros por hora. El parámetro es el siguiente: cada 1.000 metros de altura se calculan unos 30 o 40 kilómetros de vuelo en línea recta, por lo que 1.100 nos alcanzaban para ir y volver del Ancasti hasta el aeropuerto y todavía nos sobra.

Invadido por la tremenda curiosidad se me ocurre preguntar si el comando demanda mucha fuerza. Alan, a quien conozco hace un poco más de una semana y con el que hablamos apenas unos minutos, muy tranquilo me explica que ‘no’ y está a punto de cometer lo que a mí me parece una locura: ofrecerme que pilotee.

Son segundos de tensión conmigo mismo. Justo la noche anterior había visto en Netflix el documental ‘Descenso’, sobre el caso que enfrentó la estadounidense Boeing por dos aviones que se estrellaron contra el suelo. Enfrente nuestro la inmensidad del cerro Ancasti. En el fondo sé que no me quiero ir sin intentarlo.

Alan insiste: “¿Querés probar?”. No quiero ser cobarde. Digo que sí.

El comando es extremadamente suave y las indicaciones de Alan muy sencillas. Nos movemos unos centímetros a la izquierda, otros a la derecha. Empujo hacia adelante para ganar velocidad y hacia atrás si quiero recuperar altura. La experiencia es excelente. Más allá de que quisiera atribuir este momento a mi valentía, viajamos en un planeador biplaza y en ningún momento nuestras vidas corren riesgo ni dependen de mí. El piloto debe coordinar el movimiento del comando con el uso de unos pedales que yo no voy a tocar ni tengo permitido: los va a manejar Alan en todo el trayecto.

Alan es el hijo de Alfredo y vuela en planeadores desde los cinco años (obviamente los comenzó a pilotear mucho después), así que me jura que estar ahí arriba es lo mejor del mundo. Yo solamente había hecho algunos vuelos en avión, pero la sensación del planeador es diferente: si no es lo mejor del mundo, es muy parecido.

Hacemos una pasada por la pista, como una ronda de reconocimiento desde el aire, y vamos “en contramano” a más de 120 kilómetros por hora, hasta que damos una vuelta en “U” y apuntamos para aterrizar. Para frenar y cortar el viento, Alan acciona una palanca que sí demanda un poco más de fuerza y perdemos velocidad mientras perdemos altura. Tocamos el suelo con una suavidad increíble. El vuelo de bautismo fue una maravilla. Ahora sí puedo escribir sobre esto.

El Club de Planeadores de Catamarca se fundó el 12 de junio de 1942, por lo que cumplirá 80 años dentro de dos meses. Obtuvieron su personería jurídica cuatro años más tarde y gran parte de su historia la vivieron en la vieja pista de Choya, hasta la última intervención de la Provincia. Hoy están en el Aeropuerto Felipe Varela y aunque ganaron en algunas comodidades, seguridad y tranquilidad, un poco extrañan la visibilidad que tenía la actividad cuando estaban más cerca de la ciudad.

Hoy Alejandro Narváez es el presidente y cuentan con tres planeadores: dos monoplaza, y uno biplaza de instrucción. En este último se hacen los vuelos de bautismo y se dicta la parte práctica del curso de piloto de planeador, habilitados por la Administración Nacional de Aviación Civil, que consta de 40 vuelos que se reparten de a tres por día de actividad. Todos los interesados pueden hacer este curso, siempre que tengan más de 16 años (y sin límite de edad) y pasen exitosamente un examen psicofísico. Para realizarlo y consultar costos (que están sujetos al valor del combustible que se utiliza en el avión de remolque) pueden comunicarse por Instagram en el perfil de Planeadores Catamarca o por teléfono al 383-4671865 (Alan Horrocks).

Para convertirse en piloto de planeador hay que aprobar los vuelos con inspectores de la ANAC, y una vez superado este proceso se abre una posibilidad de carrera en la aeronáutica a un costo mucho más accesible que el que tiene si uno se inicia como piloto de avión.

Un piloto privado de avión necesita acreditar 40 horas de vuelo para obtener su licencia, mientras que un piloto de planeadores puede acceder a la misma licencia de piloto privado de avión acreditando apenas 20 horas de vuelo. Es decir: el curso completo de piloto de planeador es más económico, y además allanael camino en la carrera aeronáutica. Y si el piloto quiere continuar el camino para convertirse en piloto comercial, también puede reducir costos: para ser piloto comercial se necesitan 200 horas de vuelo como piloto privado, de las cuales hasta 80 pueden hacerse en un planeador.

Texto: Peze Soria

Fotos: Ariel Pacheco

Contacto

En Instagram como @planeadorescatamarca o por teléfono al 383-4671864 (Alan).

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