Ese mismo día, Nahuel Agustín Gallo, gendarme de 33 años, era detenido en San Antonio del Táchira, Venezuela. Trabajaba en el destacamento de Uspallata, Mendoza, y había viajado para reencontrarse con su pareja venezolana, María Alexandra Gómez, y con su hijo Víctor, de 2 años.
La familia se enteró recién al día siguiente, cuando Gallolos llamó para avisarles. Desde entonces, todo lo que Griselda sabe de ese momento son retazos narrados por terceros. Nahuel debía ingresar al país y tomar un avión rumbo a Caracas, donde lo esperaban su pareja y su hijo. No llegó.
Un taxista que lo esperaba para trasladarlo al aeropuerto dijo haber visto cómo dos hombres de civil, armados, le quitaron el celular y se lo llevaron. Migraciones lo detuvo bajo la sospecha de realizar tareas de espionaje para el gobierno argentino.
Horas después, Gendarmería Nacional pidió a la familia que no difundiera el hecho: el caso tenía ribetes internacionales. Pero Griselda rompió el silencio. La historia llegó primero a El Ancasti y luego explotó en medios nacionales. La entonces ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, pidió públicamente su liberación y recibió a la madre a fines de diciembre.
En el living de la casa de San Isidro, un portarretrato muestra a un adolescente Nahuel junto a sus hermanos Armando, Daiana y Kevin. Él es el segundo. Nació en Buenos Aires, pero creció en Guayamba.
“Es el lugar donde se crió. Ama Guayamba”, dice Griselda a Revista Express. Recuerda que, desde que entró a Gendarmería, pasaba allí todas las vacaciones.
Hizo la primaria en la escuela La Pampa (la escuela Láinez) y el secundario en la José Cubas. A los 19 ingresó a Gendarmería. “Primero estuvo en Jesús María, después en Chubut, en la frontera con Chile. Más tarde diez años en Buenos Aires y, finalmente, en Uspallata”, enumera su madre.
Cuando habla de su hijo, se le ilumina la mirada
“Es muy amiguero, muy sociable e hiperactivo”, lo describe. Cuenta que, de chico, las docentes sugerían ponerlo a hacer actividad física para canalizar energía. “Es eléctrico. Le gusta la pelota, aunque ya no puede jugar por un problema de rodilla. Ahora sale a correr, le encanta”.
La causa contra Nahuel tomó dimensión internacional el 27 de diciembre de 2024, cuando el fiscal general venezolano, Tarek William Saab, anunció que sería procesado por “terrorismo”.
“Dicho ciudadano se encuentra sometido a la respectiva investigación por su vinculación a un grupo de personas que intentaron desde nuestro territorio y con apoyo de grupos de la ultraderecha internacional ejecutar acciones desestabilizadoras”, aseguró.
Poco después, el ministro del Interior, Diosdado Cabello, afirmó que Gallo “se quiso infiltrar en el país”.
El gobierno argentino respondió de inmediato. Desde el presidente Javier Milei hasta la ministra Bullrich exigieron la liberación del gendarme. El gobernador Raúl Jalil también mantuvo reuniones con la familia.
“Un gendarme no va a ir solo, con una valija, a hacer eso. Más teniendo un hijo allá”, dice Griselda.
Cabello también había cuestionado las fotos del Instagram de Nahuel, sugiriendo que viajaba “por el mundo” con un sueldo de 500 dólares. Griselda se ríe con cansancio.
“Todas las fotos son en Argentina: Catamarca, Mendoza. El único viaje al exterior fue a Brasil, y el segundo, pobrecito, iba a ser a Venezuela”, aclara.
El contexto no ayudaba: tras las elecciones venezolanas del 28 de julio de 2024, denunciadas como irregulares por la oposición, la ONU registró un incremento abrupto de detenciones arbitrarias. Entre 120 y 150 extranjeros quedaron incomunicados bajo un régimen estricto, con trabas para acceder a asistencia legal o consular.
Según la misión, una de las razones de esas detenciones es la “extorsión” para presionar a gobiernos extranjeros.
Griselda está convencida de que su hijo fue “entregado”. “¿Qué mejor que un gendarme argentino para tenerlo agarrado al presidente?”, sostiene.
Mientras tanto, la presión internacional crece. Los anuncios de Donald Trump sobre operativos “en tierra” para combatir el narcoterrorismo en Venezuela dispararon rumores de un posible quiebre en el régimen. La madre sigue de cerca cada novedad:
“Nunca pensamos que esto se iba a prolongar tanto. Pensamos que el Gobierno iba a trabajar como prometió, pero está a la vista que no”, afirma.
Hoy deposita sus esperanzas en Trump y en el presidente salvadoreño Nayib Bukele. “Él ya le puso precio a la cabeza de Maduro”, asegura.
Griselda también reconoce el acompañamiento del gobernador Jalil, quien gestionó reuniones con Bullrich y con el entonces canciller Gerardo Werthein y la acercó al presidente Milei durante su visita a Tucumán.
Mientras todo avanza lento, Griselda cuenta los días. Literalmente.
“Mi psicóloga dice que no haga eso, pero los días pasan. Sé que falta poco para los 365, pero voy tachando”, admite.
La familia tuvo que trasladar desde Mendoza el auto de Nahuel y mudó todas sus pertenencias. “A donde voy hay cosas de él. Es horrible”, dice.
Entre cajas, papeles y recuerdos, Griselda sostiene una rutina mínima, casi mecánica, mientras espera lo único que puede imaginar: el abrazo.
Texto: Pablo Vera
Fotos: Ariel Pacheco y gentileza Griselda Heredia