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Sociedad y Cambio Climático
Desde ya que esta situación no se va a paliar recurriendo al empleo estatal, mucho menos en provincias que dependen del poder central para su funcionamiento. El hecho de que en el NOA tengamos los más altos porcentajes de pobreza en el país demuestra que ese tipo de empleo nunca funcionó como sustituto del empleo industrial.
Peor aún, no hay indicios de que la sociedad esté preparada para enfrentar una dinámica como la que plantea la globalización y el empuje consumista que desató la tecnología y sus consecuencias. Por ello, nada más acertado que la opinión de Rachel Nuwer de la BBC, cuando advierte que “todo modelo tiene una capacidad limitada para mantener a una población en base a los recursos disponibles. Superado ese equilibrio, el colapso es inevitable”.
De acuerdo con esto, ese equilibrio está hoy comprometido por varios factores a nivel mundial: la creciente desigualdad social, el crecimiento explosivo de la población, la velocidad a la cual se consumen los recursos naturales y el calentamiento global, en parte producto de la descontrolada polución generada por nuestra civilización. El modelo de funcionamiento de nuestro país no indica que siga un camino diferente que garantice evitar esas calamidades a largo plazo.
Aquí queremos hablar de los efectos del avance de la tecnología y la globalización, esto último ligado a la emergencia de China como poder. Desde ya permítasenos adelantar que no podemos imaginar cómo podrá sobrevivir un sistema económicoque descarta al obrero industrial, pero que al mismo tiempo lo necesita como consumidor.
Desindustrialización y tecnología
Con el advenimiento de la Revolución Industrial en el siglo 19,a la humanidad se la embarcó en una dinámica en la cual tecnología y desarrollo industrial eran sinónimos de pleno empleo y progreso. La ciudad de nuestros días se originó en ese momento, al igual que la clase media.
La industrialización jugó un papel fundacional en la creación del estado moderno y la democracia. En nuestro país el proceso marchó según el signo de los gobiernos. Pero, se puede resumir que entre 1948 y 1970 la industria creció impulsada por las necesidades de la postguerra y luego por el interés promovido por el Estado para sustituir las importaciones. Fueron los años del éxodo del campo a la ciudad, cuando un provinciano que abandonaba el campo hoy, al otro día de su llegada a Retiro ya tenía un trabajo en la Bagley, Terrabusi, Canale, Aguila o Alba, a sueldos de nivel industrial nunca soñados en su pago de origen.
Hoy, con la llegada de la Revolución Digital es todo al revés. Con el avance de la tecnología digital, el mundo ha entrado en lo que se denomina el “periodo postindustrial”, un eufemismo para encubrir el hecho de que entramos en la era de la desaparición de la fábrica tal como la conocimos hasta hace poco: un sitio con decenas o miles de obreros trabajando y generando riqueza con su producción. Lo que se viene es la línea de producción con pocos robots controlados por un puñado de técnicos especializados, haciendo el trabajo que antes requería ciento de personas. Según Wolfgang Lehmacher de la revista Fortune, para 2025 un 25% de la producción manufacturera va a ser hecha con robots.
En la agricultura pasa otro tanto. La revista del New York Times de Octubre 9, 2016 ilustra cómo la compañía EarthboundFarm de California levanta 5.000 kilos de lechuga por hora usando una cuadrilla de 12 personas donde antes usaba 40. Las cuchillas de la recolectora se desinfectan a sí mismas. Otra firma, GrimmwayFarms, procesa 12 millones de kilos de zanahorias por semana. En el proceso las lavan, separan por medida y por color. A las que no pasan la selección las separan y las destinan a jugo o para alimentar ganado. Sin empleados de por medio.
En nuestro país, el cultivo mecanizado de la soja también muestra esa eficiencia. Aquí el antiguo peón de campo ya es historia, pero a qué costo. En las villas miseria está la respuesta.
Apagada la posibilidad de acceder a un desarrollo industrial rápido, nuestros países se han volcado hacia una economía de servicio y han tenido que aceptar la presencia de una economía informal, de supervivencia; una economía “en negro” que funciona a la deriva, escamotea sus contribuciones fiscales para poder sobrevivir y no garantiza estabilidad a nivel personal. ¿Qué futuro puede ofrecer a nuestra república este tipo de economía salvaje que no sea inestabilidad social y desarrollos políticos imprevisibles que no serán necesariamente democráticos?
Obviamente, esto tira por la borda pensar en la industria como fuente de desarrollofuturo, sobre todo del interior de nuestro país. Proyectos como lo que representó El Pantanillo en su momento, son parte de la historia. Lo demostró recientemente la cantidad de fábricas textiles que cerraron en nuestra ciudad y región apenas el gobierno abrió un poco la importación bajando las tasas, lo que las puso frente a la competencia extranjera. Que por años mercados como La Salada se transformaran en líderes comerciales a nivel país,demuestra que algo falla “sin querer queriendo”, como decía aquel personaje televisivo, en nuestra forma de hacer negocios.
Lo peor de esta situación es que todos conocen las causas, pero nadie se atreve a encararlas ante el temor de tocar el status quo dentro del cual se mueven las facciones políticas, empresarias y sindicales en que se divide el país. Se verifica cuando se escuchan frases huecas como aquélla que sostiene que “no hay soluciones al margen de la política”. Enfrentado a esta situación,al individuo común no le queda otra alternativa que aspirar a un empleo estatal para sobrevivir o meterse a político como salvaguarda ante el futuro. Una vergüenza realmente.
Pero la desindustrialización no es un fenómeno nuevo, aunque ahora se ha acelerado. En efecto, en países como EE. UU. viene ocurriendo desde 1970, más o menos, cuando pasó de tener un 25% de la fuerza laboral ocupada en fábricas de manufacturas a hoy, en que tiene solamente un 10%. Según Dani Rodrick de la Universidad de Harvard, la evidencia sugiere que la globalización y el ahorro aportado por el uso de tecnología en los procesos manufactureros están detrás de esta dinámica.
Sin embargo, con el avance tecnológico tampoco es seguro el futuro de las profesiones, incluidos los mismos que están ocupados en crear y desarrollar la inteligencia artificial. Un ejemplo lo ofrece Facebook, cuyos servidores de datos los maneja un Cyborg, que en este caso no es un personaje de ficción, sino un software que controla 20.000 computadoras.
En la misma situación de inseguridad se encuentran los graduados en finanzas. Su cercanía al mundo del dinero no los salva. En Wall Street la compra y venta de acciones los realizan computadoras cargadas con algoritmos que, instantáneamente, en base a datos mundiales, toman decisiones al respecto.
Lo cierto es que el avance tecnológico ha roto la relación entre empleo y producción. Que el empleo manufacturero decaiga, no significa que la productividad industrial también lo haga. Esta idea la confirma Edward Luce,jefe de corresponsales del Financial Times en el sudeste asiático en su obra TheRetreatof Western Liberalism, cuando dice que la economía de EE. UU. produce hoy un tercio más que en 1998 con la misma cantidad de empleados y con una mayor población. De 2006 a 2013 la producción en EE. UU. ha aumentado 17,6% según estudios de Ball StateUniversity.
Sin embargo, lo peor está aún por venir. Según el periodista del Financial Times el peligro viene ahora de la mano de la Inteligencia Remota (RI) a los procesos. Ella permitirá atender y solucionar problemas online y a distancia: diagnósticos médicos, operaciones, proyectos arquitectónicos, supervisar plantas fabriles, etc. Y esto no será dificultado por la diferencia de idiomas porque para eso ya están a disposición los traductores instantáneos. Un anticipo elemental de la aplicación de la RI son los Call Centers, donde un robot con reconocimiento de voz contesta desde India o Filipinas al que llama y le indica las opciones entre las que tiene que elegir: marque 1, marque 2, etc., según el problema.
Resumiendo, para nuestros países el abandono temprano de la industrialización tendrá efectos que se pueden resumir en los siguiente puntos: (1) impedirá el crecimiento económico rápido que solamente la producción de manufacturas provee, al ser tecnológicamente el sector más dinámico de la economía; (2) no permitirá contar con fuentes de trabajo para emplear la mano de obra menos calificada, lo que le restará productividad a la economía; (3) impedirá contar con el sector que más puede participar en la economía con productos que facilitan el intercambio comercial, el manufacturero, el cual quedará cautivo de las condiciones limitantes del mercado interno.
En pocas palabras, la desindustrialización implicará la desaparición de nuestra clase media, sector social que fue un elemento diferenciador de nuestro país en Latinoamérica.
La globalización
Lo primero que debemos entender es que ella nació para darle competividad a la industria occidentaly hacer realidad el primer precepto de cualquier inversión: maximizar las ganancias a cualquier costo.
Para lograrlo, el primer paso fue crear el Consenso de Washington en los 90, bajo el gobierno de Bill Clinton. Ese acuerdo, apoyado por el FMI, el Banco Mundial, la Comunidad Económica Europea y EE. UU. legalizó la apertura total de los mercados, de los sistemas de intercambio, el libre e irrestricto movimiento internacional del capital y la fluctuación de la moneda.
El segundo fue impulsar los acuerdos de libre comercio para oxigenar la economía norteamericana haciéndola más competitiva frente a la europea, sobre todo. Así nació NAFTA entre EE. UU., Canadá y México, lo que abrió las puertas a la relocalización de infinidad de plantas manufactureras a México, donde su mano de obra gana el 10 % de lo que se gana en promedio en EE. UU. Unos 2,50 dólares por hora frente a los 23.00 en USA.
Sin embargo, los resultados no fueron muy ventajosos para los dos países, excepto para las corporaciones. Entre 1994 y 2010 EE. UU. perdió 682.900 puestos de trabajo debido a NAFTA, pero México vio colapsar su economía campesina perdiendo 1,3 millones de puestos de trabajo en la agricultura ante las importaciones de maíz. No era para menos. México por el acuerdo redujo los subsidios al campo de 33 al 13% y EE. UU. los aumentó al 40%.
El tercer paso fue acomodarse a las condiciones que imponía el sudeste asiático con China a la cabeza para incorporarlo al nuevo esquema internacional. El auspicio norteamericano del gobierno de Bill Clinton para que China entrara en la Organización Mundial del Comercio creó las condiciones para que China entrara en el juego.
El resultado de la estrategia occidental no funcionó como se calculó. El gigante asiático, que tiene un proyecto de restauración histórica de su poder de otrora, aprovechó su condición demográfica para tomar ventaja de la nueva situación económica. Puso sobre la mesa el peso de su mano de obra barata, que al igual que México gana un 10% de lo que gana un obrero norteamericano, más el peso de su mercado de 1.500 millones de personas a lo que le agregó la seguridad del sistema político, producto de su condición autoritaria. Al final, los conquistadores terminaron conquistados.Con China, en EE. UU. se perdieron entre 2001 y 2015 unos 3,4 millones de empleos.
Un caso emblemático del poder que hoy tienen las corporaciones por encima de los estados nacionales es el de Apple. Esta compañía fue fundada en EE. UU., pero hoy sus celulares se arman en China con partes hechas en terceros países. El producto luego se vende en todo el mundo y sus ganancias (unos 230.000 millones de dólares hasta 2016) se depositan en Irlanda, donde no le cobran impuestos por ser ganancias externas, violando las reglas de la Comunidad Económica Europea, que le hizo un juicio a los dos, a Apple e Irlanda. Del 35% que debería pagar de impuestos en EE. UU. si repatriara sus ganancias (unos 80.000 millones de dólares), hoy no paga nada. ¿Sería nuestro país capaz de aceptar un arreglo de este tipo para generar empleo, como hace Apple en Irlanda?
Ahora bien, ¿puede la dinámica de la globalización servir a nuestros países para superar el subdesarrollo? No estamos seguros. Los conflictos laborales recientes demuestran que no.
Que la industria desaparezca en su carácter de empleadora masiva por efecto del avance de la tecnología o porque se mudó a otro país tiene un costo sicológico a nivel social.La pérdida de fe en el futuro se traduce en menos inversión en el presente; en el envejecimiento de la población por la falta de interés en construir una familia; en la falta de interés por buscar alternativas que mejoren la situación personal; en la pérdida de interés por el trabajo mismo.
Si a ello le sumamos el avance de las drogas, legales o ilegales, es fácil comprender los orígenes de la inseguridad y el delito. No es casual que el número de patentes del trío conformado por EE.UU., Japón y Europa haya caído un 25% desde el año 2000 a la fecha. Occidente va para atrás justamente porque la clase media va perdiendo su fe en el sistema.
Recurriendo a los que dieron base teórica al sistema capitalista, Luce recuerda que Adam Smith ya en el siglo 18 dijo en su magna obra La Riqueza de las Naciones que cuando no hay confianza social el costo de hacer negocios sube y el mismo capitalismo se hace inviable como sistema. Obviamente, esto ha sido olvidado por todos aquellos que creen y preconizan que la única función del capital es maximizar sus ganancias.
El efecto China
Comprender el papel de China en el mundo de hoy y a la luz de la globalización es clave para comprender el drama de la clase media en Occidente. China es el beneficiario directo del Consenso de Washington y motoriza la globalización, es decir, la apertura de los mercados y el éxodo de los empleos.
Como dice Luce, los mayores aliados fueron y son las corporaciones occidentales, que encontraron en este país las claves que necesitaban para su expansión: mano de obra barata y estabilidad social mantenida por un estado fuerte y autoritario. Aquí no hay sindicatos. Para las corporaciones la elección fue simple: abandonar sus países de origen e instalarse en China, dejando atrás miles de trabajadores desocupados.
Según el EconomicPolicyInstitute (EPI), citado por Ryan Pickrell, entre 2001 y 2015 alrededor de 3,4 millones (otros hablan de 5 millones desde 2001 a 2015) de puestos de trabajo se perdieron en EE. UU., tres cuartos de los cuales correspondieron al sector manufacturero. A Europa no le fue mejor. Entre los más golpeados por esas medidas está la industria electrónica, que ha perdido 1,2 millones de puestos de trabajo en EE. UU.
Pero hay otros temas que colocan a Occidente en desventaja ante China. Según cuenta el New York Times (Agosto 8) las empresas multinacionales tienen que revelar sus secretos industriales al gobierno y tienen que guardarlos localmente. Las razones del gobierno son justas en los papeles: protegerlas del robo de la propiedad intelectual. Sin embargo, la implementación de todo ello es prácticamente imposible. La falta de seguridad cibernética, el espionaje industrial, la burocracia, la piratería, etc., hacen imposible ese control.
Todas estas menudencias están acompañadas, según el EPI, por otras medidas gubernamentales que inclinan los negocios hacia China mediante subsidios a su industria, reduciendo la viabilidad de las empresas en occidente y, por lo tanto, la de sus empleados para mantener su empleo.
No obstante lo dicho, las empresas occidentales siguen invirtiendo en China. Se entiende; aun en esa situación el mercado que ofrece vale mucho como para perderlo y la maximización de las ganancias se da a pleno. No debe sorprender, por lo tanto, que desde 1970 el ingreso per cápita haya crecido 5 veces en Asia, mientras en occidente se ha estancado. Estos son los artificios económicos internacionales que hacen que el eje del mundo económico ya no pase por América ni Europa, sino por China y el sudeste asiático.
Para comprender lo que pasa con China hoy es necesario ir más allá de lo económico y comprender la dinámica histórica que su dirigencia ha decidido imponerle al mundo. Como dice Howard French, Premio Pulitzer y periodista del N. York Times y el Washington Post, el problema de la relación con China es que occidente no comprendió que en estos últimos 30 años estuvo negociando con una dirigencia política que quiere restaurar las viejas glorias que se vieron mancilladas por 200 años, cuando Occidente la invadió y le impuso su ventaja industrial. Para ellos, la globalización es la herramienta para recuperar el poder económico que China tuvo por 700 años entre 1100 y 1800, cuando junto a India dominaban las tres cuartas partes del intercambio mundial.
Esa ignorancia le costó caro a Occidente cuando Bill Clinton, al servicio del gran capital, los quiso cooptar a través del Consenso de Washington, auspiciando su ingreso a la Organización Mundial del Comercio en los años 90. Asumió ingenuamente que China abriría sus fronteras para que occidente la inundara con sus productos, generando de paso una expansión económica.
La historia terminó al revés, con occidente absorbido por la economía china, especialmente EE. UU., que incrementó cinco veces su déficit de intercambio con el gigante asiático. En 2015 el déficit de la balanza comercial norteamericana con China fue de 367,2 mil millones de dólares, un dato que fue usado en la campaña política por Donald Trump. Hoy China pasó de controlar el 1% del comercio global en 1978 al 25% en 2015, un récord en logros económicos.
Según French, los datos de hoy hablan de una China que en poder de compra ha superado en moneda local a EE. UU. en 2014. Se estima que para 2030 lo superará en términos de dólares. También se prevé que para 2050 su economía será el doble de grande que la del país del norte y mayor que la de todos los países de Occidente combinados.
La pregunta es cómo Occidente se va a adaptar o va a reaccionar ante este cambio de centro de poder. Por lo pronto, la dinámica china de ganar espacio de influencia en el Mar del Sur de China aduciendo derechos milenarios y construyendo islas artificiales con fines militares ya es fuente de conflicto de futuro imprevisible.
Mientras tanto sigue presente la pregunta: ¿qué quedará de nuestra otrora clase media pujante de Occidente ante el ímpetu chino? ¿En que terminará nuestra democracia sin el sustento de la clase media que le dio origen? Esto no solo abarca a EE. UU. y Europa, sino también a nuestra región; a nuestro país, que apenas saboreó la industrialización cuando ya pasamos a la desindustrialización.
Consecuencias
Como señala Luce, la gran manifestación social de la crisis que nos toca vivir como efecto de la globalización y el avance tecnológico es el crecimiento de la desigualdad y la brecha salarial entre ricos y pobres, entre ejecutivos y empleados. En EE. UU. el reparto de los ingresos entre esos sectores respetaba una proporción de 70:30 en la década del 70. Hoy, en 2017, la diferencia de retribuciones es de 400 veces.
Esta sensación de indefensión ante el poderoso viene acompañada con la desaparición de la meritocracia basada en la eficiencia y el esfuerzo, como medio de ascenso en el trabajo. Hoy ha revivido la meritocracia heredada, o sea su parodia, que garantiza una buena posición si se es familiar de una persona con poder.
Atrás quedaron esos tiempos del capitalismo en que su expansión, si bien significó el enriquecimiento de individuos que arriesgaron su capital para ganar más, también dieron una salida económica a millones de desposeídos que llegaron de una Europa agotada, sobre todo por las guerras, en busca de una oportunidad de superación. Fue el caso de EE. UU. en su expansión hacia el lejano oeste. Fue el caso de Argentina con la llegada de los inmigrantes en torno a 1900.
Ambas experiencias fueron duras y estuvieron plagadas de injusticias, pero el sacrificio sobre todo del trabajador raso tuvo un sentido y brindaba una salida, que el Estado tuvo la inteligencia de mejorarla cuando implementó la escuela pública para que la gente aprendiera a leer y escribir. Fue lo que vivieron nuestros padres y abuelos entre 1890 y 1950, más o menos.
Hoy esa dimensión del trabajo ha desaparecido a manos de un proceso de globalización mal entendido y peor implementado, que solo ve en la maximización de las ganancias, a cualquier precio, la única finalidad del trabajo.
Lo dicho tiene consecuencias sociales. El que una sociedad haya perdido sus esperanzas de progreso personal se traduce en una actitud de apatía ante el futuro. “Es lo que hay” contesta el argentino cuando no puede explicar lo que nos pasa.
El empobrecimiento de la población ya va teniendo su efecto urbanístico. El barrio cerrado o los desarrollos urbanos tipo Puerto Madero son manifestaciones de la brecha social que se viene generando en el contexto económico presente. Y no solamente esto: esa separación se viene dando entre la gran ciudad, adonde se van los más talentosos que pueden acceder a un buen trabajo Atrás se quedan en los pueblos aquellos que no pueden acceder a una educación de más nivel. No es casual que los empleos que hoy más crecen seanlos de seguridad, o sea aquellos que requieren menos educación.
Esto no ha sido gratuito. Esta dinámica ha hecho que las grandes ciudades estén siendo ocupadas y rodeadas por una población resentida que cada día va quedando más marginada. La ciudad estilo occidental va generando así las bases de su propia decadencia, que ocurrirá cuando pierda definitivamente su carácter innovador y creativo que le daba la existencia de una clase media.
Esa decadencia no se va a poder controlar generando crecimientos artificiales de la economía a través de obras públicas aisladas, haciendo festivales, terminales,embelleciendo paseos, asfaltando calles en barrios humildes que necesitan mucho más que eso o inaugurando obras que no pasan de ser meros actos de mantenimiento de un servicio.De lo que se trata es de diseñar un plan de desarrollo propio que permita ser parte del proceso en que la humanidad se ha sumergido, la globalización, pero al mismo tiempo se tenga un control para no ser absorbidos por el proceso.
Esto exige superar la limitación que impone la mezquindad partidaria o el mesianismo político. Esto demanda superar la quietud que alimenta la dependencia económica de la provincia y la región con el poder central. Requiere modificar lo que haya que modificar para que la región se transforme y se pueda integrar con algo productivo al tipo de mundo que plantea la globalización y los factores de poder que dominan económicamente al mundo. La falta de atención a estos problemas, que ni siquiera son mencionados a pesar de su gravedad en las campañas políticas, demuestra que no sabemos dónde estamos parados en relación al mundo y su problemática actual.