Esperanza Acuña
Magíster en Ciencias del Lenguaje
Concejala Mandato Cumplido
Desde que tengo uso de razón, el día de los fieles difuntos, o como comúnmente se le denomina, el día de los muertos, significaba para los más grandes y respetables de la familia, un día de recordación, de profundo respeto, de escuchar música sacra y veneración hacia aquellos que ya no estaban en este plano.
Para quienes asistíamos a las ceremonias sin entender mucho de lo que se trataba, era todo un ritual que seguíamos con mucha atención y jugábamos el juego de ir a visitar nuestros muertos. ¿Sabíamos el alcance de lo que esto significaba? No estoy segura. Sí sé que aquellas ceremonias quedaron grabadas a fuego en mi piel y aún hoy intento repetirlas.
El Mausoleo que alberga los restos fúnebres de mis familiares se encuentra a la entrada principal del Cementerio, Cuadro 3. Al inicio mismo de ese peregrinar que es ir una y otra vez a re-encontrarse con los despojos de aquellos que en vida fueron personas de bien, importantes en el quehacer histórico-cultural provincial y que trascendieron no solamente por su buen nombre y honor, sino por sus obras.
La imagen de Fray Mamerto Esquiú, una obra pictórica del Museo Calchaqui que fuera obsequiada al Cementerio cuando, quién suscribe la presente, ocupaba el cargo de Secretaria de Cultura, Educación, Deportes y Recreación de San Fernando del Valle, se encuentra en la “oficina administrativa principal” del Cementerio, arriba de un fichero y tapada de flores y estampas en lugar de lucir, como lo amerita nuestro Benemérito e ilustre Beato Fray Mamerto Esquiú, en un lugar de privilegio y recogimiento.
Pero eso no es todo.
Desde siempre escuchamos que eran frecuentes los robos de cruces, vandalización de monumentos (por ejemplo, el que la familia Cerezo Ocampo hizo dedicado a Dominguito y que hicieron reparar en varias ocasiones). No es nada nuevo.
Y, desde la época de la famosa y tan mentada pandemia, el cementerio se ha convertido en tierra de nadie.
Luego de varios meses de pandemia, pude bajar de El Rodeo a “visitar a mis muertos”, y me di con la horrorosa e imborrable imagen de lo que, a partir de ese entonces, se convirtió nuestro Camposanto.
Las paredes destruidas por las extracciones (ROBOS) de las placas de bronce y otros metales, lápidas destruidas, restos óseosen el suelo por la rotura y vandalismo del que habían sido objeto no solamente los Mausoleos, sino también los nichos.
Un panorama desolador. Desgarrador. Aterrador.
Y entonces me pregunto, ¿dónde quedaron las ceremonias de vestir con manteles inmaculadamente blancos y almidonados, velas y flores las Capillas y las jardineras de los difuntos que allí yacen? ¿Dónde los sentimientos de pertenencia, de reconocimiento, de regocijo arquitectónico-histórico-cultural -si se quiere- al recorrer las diferentes caminerías del Cementerio, si lo único que vemos son despojos de algo que ya no es? ¿Dónde el placer inusitado de encontrarse ante la tumba de algún artista, político, militar importante de los siglos pasados (por ejemplo, el del Coronel Daza y de sus familiares), de gobernadores, personajes influyentes, legisladores, profesionales reconocidos y tantos otros personajes que podrían hacer de nuestro Camposanto, un patrimonio arquitectónico-histórico-cultural digno de la Catamarca turística y cultural que pregonamos?
Hace muy poquitos días visitó nuestra provincia una reconocida escritora, Mariana Enriquez. Uno de sus intereses era visitar y recorrer el Cementerio Municipal Fray Mamerto Esquiú. Y lo recorrió de punta a cabo, analizando, escudriñando, regodeándose con las pocas obras de arte que aún persisten… ¿Cuál habrá sido su sentimiento al ver la destrucción, la desidia y la falta de cuidados de los que “goza” el Cementerio? Me gustaría conocer su opinión.
Los cementerios más famosos están prolijamente cuidados y mantenidos. Son parques floridos en los que uno puede recorrer, detenerse, indagar, leer historias y tener guías que van explicando pormenorizadamente lo que se va recorriendo.
Fui, como todos los 2 de noviembre, a visitar y llevar flores a mis muertos. Y me encontré, no tan sólo con espacios verdes que ya no lo son, sino que es tierra yerma, con que la única placa de bronce que quedaba en el Mausoleo, la de mi abuela paterna Doña Isabel Predesfinda Olmos de Acuña, esposa de don Joaquín Acuña, Intendente de la Ciudad Capital, había sido una vez más vandalizada. ¡No existe más! Ese Cristo en bronce que irradiaba paz y resignación cristiana desapareció. No quedó ni su nombre, ni el recuerdo de su paso por esta tierra.
El año pasado hicimos arreglar el Mausoleo y cambiar todas las placas, colocando mármoles fríos y sin apliques de bronce como los que antes había y que resultaba un placer estético observarlos. Nos costó un dineral. Todo ello para que su memoria sea venerada; para que las futuras generaciones sepan cabalmente de dónde provienen.
Me dirigí a la oficina administrativa del Cementerio a exigir una explicación. No pudieron dármela, sólo excusas. ¡Y eso que, según los empleados, pusieron cámaras de seguridad!!
A las cámaras hay que monitorearlas, hay que controlarlas. Y los empleados no sólo deben estar parados en la fabulosa puerta de rejas negras dando la bienvenida a los deudos. Deben andar controlando y recorriendo para evitar justamente los actos de vandalismo, a los que parece, ya nos estamos acostumbrando los catamarqueños, puesto que ninguna voz se alza, ningún reclamo sale a la luz.
Yo hoy les digo, Señor Gobernador, Señor Intendente, funcionarios y empleados municipales, su deber es preservar ese lugar que es tan caro al sentir de los catamarqueños y al acervo arquitectónico-histórico-cultural de la provincia. ¡Hagan algo! Los impuestos que pagamos son altísimos para que cada vez que una vaya, en lugar de volver con el corazón reconfortado por haber visitado la tumba de sus muertos, lo hacemos con el corazón destrozado y un sentimiento de impotencia y desamparo imposible de comprender y explicar.