La película “Argentina, 1985” puede ser un aporte muy valioso para reafirmar la memoria histórica respecto de uno de los períodos más sombríos de la historia nacional. Como se sabe, el filme se sitúa en 1985 y narra la enorme tarea realizada por los dos fiscales, Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo, para probar los innumerables crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar que asoló a la Argentina entre 1976 y 1983.
El empeño tuvo éxito, y en ese juicio a las Juntas fueron condenados Jorge Rafael Videla y Emilio Massera a reclusión perpetua; Orlando Ramón Agosti a cuatro años y seis meses de prisión; Roberto Eduardo Viola a 17 años de prisión; y Armando Lambruschini a la pena de ocho años de prisión. Se comprobaron en total 709 casos de homicidios agravados por la alevosía, tormentos, privación ilegítima de la libertad, robo de bebés, reducción a la servidumbre, entre otros delitos.
Han pasado 37 años de aquel hecho histórico, y casi 40 desde que finalizó la dictadura. Por el tiempo transcurrido, la mayoría de los 47 millones de argentinos no vivió esa época dramática y lo que conoce es por lo que leyó o le dijeron sus mayores, pero no tiene una vivencia real. Como sucede con cualquier hecho, el paso del tiempo va desdibujando sus contornos, aun cuando se trate de hitos históricos, y se precisa de reflexiones permanentes para comprender lo ocurrido en toda su dimensión trágica. La película cumple, entonces, un rol fundamental, porque además se trata de un filme muy bien hecho, narrado con solvencia y basado en la verdad histórica.
Informar sobre la brutalidad de la dictadura y propiciar debates ayudaría, sobre todo a las generaciones más jóvenes, a valorar más la democracia Informar sobre la brutalidad de la dictadura y propiciar debates ayudaría, sobre todo a las generaciones más jóvenes, a valorar más la democracia
Informar sobre lo sucedido y propiciar debates ayudaría, sobre todo a las generaciones más jóvenes, a valorar más la democracia. En los últimos años diversos estudios han revelado una disminución alarmante de esa valoración. Por caso, el año pasado el Latin American Public Opinion Project (Lapop) de la Universidad de Vanderbilt, constató en su último informe Barómetro de las Américas, un aumento en la desconfianza en el régimen democrático en la mayoría de los países de la región. En la Argentina, un 14% de los consultados dijo estar “bastante” o “muy en desacuerdo” con que la democracia sea mejor que cualquier otra forma de gobierno. En 2008 ese porcentaje era de solamente 1,5%.
Los datos son preocupantes, sobre todo en un contexto en el que crece, con más fuerza entre los jóvenes que en el resto de la población, la adhesión a agrupaciones políticas radicalizadas, de extrema derecha y escaso apego a la convivencia democrática e incluso algunas que se reivindican como neonazis.
Un sinfín de factores que tienen que ver con los problemas que no se han podido resolver en las últimas décadas, vinculadas a la pobreza y la corrupción, por ejemplo, alimentan la desconfianza. Pero esos mismos problemas, muchos más graves, existen también en dictadura, que además limita las libertades civiles y arrasa con los derechos humanos y sociales. Explicarles a las nuevas generaciones la brutalidad de la dictadura y sus funestas consecuencias es un deber cívico imprescindible en estos tiempos de crisis.