jueves 17 de abril de 2025
Opinión

Víctimas invisibles

Por Basi Velázquez.

La muerte de Alicia Suárez, una mujer que vivía en la marginalidad, dejó en evidencia, una vez más, el fracaso de las políticas públicas en materia de género. Por su muerte ya hay un sospechoso detenido y la causa judicial avanza con normalidad. Mario Eduardo “Lalo” Carranza tiene cara y apodo. Alicia es una víctima sin rostro, invisible. Hasta el momento, no hay fotos de ella; no se conoce su cara.

El Estado no desconocía su situación. Fue víctima de violencia intrafamiliar y su ex pareja y padre de sus hijos cumple condena por ello en el Servicio Penitenciario Provincial. Oportunamente, desde el Fuero de Familia se intervino y se giró el expediente a la Secretaría de Familia del Ministerio de Desarrollo Social para que se asistiera a las hijas más pequeñas de Alicia.

Alicia era adicta. Vivía en condiciones precarias, inhumanas, en una vivienda que no tenía servicios básicos, sanitarios ni muebles. Comía en un comedor comunitario o de la voluntad de sus vecinos. Alicia muy probablemente no tuvo elección de una vida mejor. Vivió en el abandono.

María Milagros Vázquez fue otra víctima invisibilizada. Fue asesinada por quien fue su abusador y luego su pareja y padre de sus niños. Vivió una vida marcada por la violencia y murió asesinada por su verdugo. Juan Carlos Aguilar finalmente asumió la responsabilidad por el crimen y fue condenado a prisión perpetua.

La violencia atraviesa a toda la sociedad pero algunos grupos son socialmente más vulnerables y queda más expuesta.

Las mujeres forman parte los grupos socialmente vulnerables. Alicia y Milagros fueron “invisibles”. Tuvieron una vida marcada por la violencia, la pobreza y prácticamente excluidas. Es ahí donde el Estado debe redoblar los esfuerzos para llegar a los lugares más alejados y ver a las invisibles.

Las líneas telefónicas que están en funcionamiento son una herramienta muy importante pero no todas las víctimas pueden llegar a tener acceso.

Alicia vivía en una casa sin luz, sin muebles ni una cama. ¿Cómo podría haber llamado por teléfono?

Milagros vivía en una localidad ubicada a casi 200 kilómetros de la Capital, donde los recursos también son limitados.

María y Milagros vivían en la oscuridad de la indiferencia, lejos de las luces que iluminan los edificios en efemérides importantes.

Durante las marchas por el #8M, siempre se hace mención al ajuste económico que sufren las mujeres. A ello se suma que en un gran medida, las mujeres son responsables de las tareas de cuidado de niños (y otros familiares, a veces) y de la administración de las tareas domésticas y los gastos que esto implica. Muchas mujeres se encuentran en contextos de violencia económica y de pobreza.

Sin embargo, hay mujeres, como Alicia, excluidas de la sociedad. La marginalidad invisibiliza. Alicia no tenía trabajo ni una obra social; no estaba al cuidado de sus hijas. Estaba en la marginalidad. No era “gente como uno” y tal vez por ello, su muerte no conmueve y nadie salió a pedir justicia por ella o a expresar su dolor o solidaridad. En tiempos de redes sociales, cuando se celebran banalidades, la muerte de Alicia no tuvo lugar para expresar el repudio, la bronca o el dolor.

Su nombre seguramente se sumará a la larga lista de mujeres víctimas de distintos crímenes (femicidios, homicidios en ocasión de robo o criminis causa).

Hay muchos nombres para los delitos contra la vida y el femicidio es el último eslabón de la cadena de violencias.

La indiferencia también es violencia. En estos casos, los pañuelos solo sirven para secarse las lágrimas y limpiarse los mocos.

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