La tentación de volcar en las redes sociales, ámbito de militancia preferido por los dirigentes libertarios, comentarios de los temas más variados y sin el análisis ni la reflexión que la envergadura de los temas tratados ameritan, solo para polemizar de un modo provocativo con sus pares de la Cámara, le jugó otra vez una mala pasada al diputado Adrián Brizuela. En un posteo suyo, respondiéndole a la legisladora del Partido Intransigente Adriana Díaz, que había destacado el balance positivo de la Fiesta Nacional e Internacional del Poncho, Brizuela no tuvo mejor idea que cargar contra un evento que es orgullo de todos los catamarqueños. Se trata de una construcción colectiva, que no pertenece a un partido político en particular y que no merece ser utilizada como tema de campaña política, reducida a un mezquino interés proselitista.
La posición asumida por el dirigente mileísta, que calificó al Poncho como “pan y circo” y una “orgía de despilfarro”, no cayó bien en muchos dirigentes de su propia fuerza o radicales aliados, que no solo no comparten esa mirada despectiva y prejuiciosa, sino que además son conscientes del rechazo que ocasiona esta postura intolerante entre la inmensa mayoría de los catamarqueños, que valoran la fiesta y disfrutan de ella. Varios dirigentes que toman distancia de estas definiciones desafortunadas, se mostraron con el propio Brizuela en el predio Ferial en las jornadas festivas de julio.
La esencia del Poncho no puede buscarse en el rédito económico, sino en la afirmación de la cultura popular que se configura como un rasgo de identidad colectiva de los catamarqueños. La esencia del Poncho no puede buscarse en el rédito económico, sino en la afirmación de la cultura popular que se configura como un rasgo de identidad colectiva de los catamarqueños.
Brizuela también cuestionó la política de “cultura subsidiada”, refiriéndose a la promoción de la cultura local sin una ambición comercial de por medio que es característica de este tipo de fiestas populares, y que ha sido practicada históricamente en Catamarca por los gobiernos provinciales y los municipios como política de Estado, no importa el signo político de las gestiones.
Es que la Fiesta Nacional e Internacional del Poncho contradice el discurso libertario, en la medida en que demuestra que el Estado presente como articulador de la dinámica social, como herramienta para la promoción de la cultura y los emprendimientos de la economía privada y social es, además, eficiente.
La fiesta más grande de la Argentina no puede analizarse desde la perspectiva del gasto, mucho menos como una “orgía de despilfarro”, sino como una inversión eficaz y eficiente, en articulación con el sector privado, para movilizar el turismo, apuntalar emprendimientos industriales, productivos, gastronómicos y de otra índole, y difundir la cultura como capital simbólico de nuestro pueblo.
Adrián Brizuela se equivoca porque la esencia del Poncho no puede buscarse de ninguna manera en el rédito económico, sino en la afirmación de la cultura popular que se configura como un rasgo de identidad colectiva de los catamarqueños, como un lazo invisible y a la vez bien concreto en su manifestación alegórica que nos convoca, nos aúna y nos hace mejores.