lunes 20 de octubre de 2025
Editorial

Mérito y obligación

En tiempos en que la medicina suele estar más acostumbrada a defender sus logros que a revisar sus fracasos, la autocrítica lanzada por la Sociedad Argentina de Cardiología (SAC) en su 51° Congreso Argentino de la especialidad merece ser destacada. Reconoce que, pese a décadas de campañas y avances terapéuticos, el control y tratamiento de la Hipertensión Arterial (HTA) en el país sigue siendo “deficiente” y se encuentra en un “estancamiento crónico”. Admitir las fallas del propio sistema sanitario es, en definitiva, el primer paso para transformarlo.

El reconocimiento tiene un peso especial si se considera que la hipertensión arterial es el principal factor de riesgo cardiovascular, y detrás de ella se esconde la causa más frecuente de infartos, accidentes cerebrovasculares y enfermedades renales. Las estadísticas preocupan. En la Argentina mueren cada año unas 100.000 personas por enfermedades cardiovasculares, y se estima que un tercio de esas muertes podría evitarse simplemente con un control adecuado de la presión arterial. No es una cifra abstracta, son vidas truncadas que podrían haberse prolongado con una práctica tan básica como medir y tratar a tiempo.

El 34% de los adultos argentinos padece hipertensión arterial. Pero 4 de cada 10 no lo saben. El 34% de los adultos argentinos padece hipertensión arterial. Pero 4 de cada 10 no lo saben.

El panorama epidemiológico, lejos de mejorar, preocupa. El 34,6% de la población adulta argentina padece hipertensión: más de uno de cada tres ciudadanos convive con un riesgo potencial de sufrir un evento cardiovascular grave. Pero lo más alarmante es que el 40% de los hipertensos no sabe que lo es. Entre quienes sí tienen diagnóstico, muchos no reciben tratamiento, y una parte importante de los tratados no logra alcanzar los valores objetivo recomendados por las guías clínicas. En otras palabras, el país no solo convive con una epidemia silenciosa, sino que la enfrenta con herramientas poco eficaces.

A ello se suma una tendencia inquietante, como es la aparición cada vez más frecuente de hipertensión en personas jóvenes, muchas de ellas con daño en órganos vitales ya instalado. El sobrepeso, la obesidad y el sedentarismo actúan como detonantes de un problema que ya no puede considerarse exclusivo de la madurez o la vejez. Lo que antes se diagnosticaba en los años finales de la vida, hoy aparece en la adultez temprana, comprometiendo la expectativa y la calidad de vida de generaciones enteras.

En el Congreso, los propios especialistas admitieron que parte de la responsabilidad recae sobre los profesionales de la salud. Identificaron dos grandes déficits en el abordaje cotidiano de la hipertensión. El primero, la omisión en la consulta: un número considerable de pacientes asegura que su médico no le toma la presión en los controles de rutina, lo que impide el diagnóstico temprano y deja sin detectar miles de casos. El segundo, la falta de educación: la escasez de tiempo en la consulta médica limita la posibilidad de explicar al paciente la gravedad de una presión mal controlada, un daño que no duele en el presente pero que erosiona silenciosamente el futuro.

El dato alentador es que la autocrítica no se quedó en la palabra. La SAC presentó el “Consenso 2025: Un Llamado a la Acción y Nuevas Herramientas”, una guía que propone un abordaje integral del problema: detección precoz, diagnóstico preciso, tratamiento efectivo y seguimiento sistemático. Entre las recomendaciones se destacan la medición de la tensión arterial al menos una vez al año en todos los adultos, la implementación de tratamientos combinados y un enfoque integral que promueva cambios sostenibles en el estilo de vida. La presión alta es una enfermedad silenciosa, pero no inevitable. Reconocer el estancamiento es un mérito, pero actuar para revertirlo es una obligación.

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