martes 9 de septiembre de 2025
Algo en que pensar mientras lavamos los platos

Matrimonio e interrupción

Rodrigo L. Ovejero

Por motivos que escapan a mí comprensión y cuyo análisis no despierta mi interés, la gente a mi alrededor se casa cada vez menos. No tengo números precisos, no me gustan las estadísticas (el 30% de ellas son falsas) pero advierto que cada vez menos conocidos se unen en matrimonio. No es un dato que me preocupe, confío en la subsistencia del amor, que nunca pasa de moda y que siempre vuelve de alguna manera, pero empiezo a pensar que a este ritmo me va a resultar muy difícil presenciar una escena inolvidable en una iglesia, cuando una persona irrumpa en el recinto a los gritos, en contra de esa unión, en el nombre del amor.

En las ocasiones en que he asistido a una boda ni siquiera hubo un atisbo de emoción, ni un segundo de silencio inquietante antes de que los enamorados sellen su lazo. A lo sumo, un par de veces, un invitado llegó tarde y produjo un instante de incertidumbre, pero nada más. Todo se desarrolló como era de esperar y el arroz se lanzó sobre los recién casados. Incluso he llegado a disfrutar de las fiestas posteriores, participando de trencitos y usando mi corbata como vincha, y en general manteniendo una fachada de alegría por el triunfo del amor, aunque dentro mío sentía el vacío de otra oportunidad perdida.

Está claro que no puedo esperar a que el destino o el azar me hagan presenciar una escena como la que busco, los resultados a esta altura hacen necesario otro tipo de enfoque, una actitud más activa. Es por ello que he decidido recurrir a los lectores de esta columna para mejorar mis chances de asistir a uno de estos momentos históricos.

Lo que pido es simple: si el lector es invitado a una boda en los próximos años y tiene motivos para dudar del éxito del enlace, le pido que me avise. Si sabe de algún amante despechado o rencoroso, con inclinaciones dramáticas, y sospecha que puede hacer acto de presencia para impedir el casamiento, le pido que me avise. Si conoce algún secreto escabroso entre los contrayentes y teme que sea revelado en el momento de dar el sí, le pido que me avise. Todavía mejor si es el mismo lector quien tiene pensado interrumpir la ceremonia, no me gusta vestirme de gala al vicio. Incluso en tal caso puedo resultar de ayuda, animándolo en caso de duda y ayudándolo a escapar si la cosa se pone espesa (aunque, en honor a la verdad, si hay represalias violentas alegaré desconocimiento de su persona y hasta quizás me una a sus atacantes, y yo también le pegue por arruinar un momento tan hermoso).

Por lo pronto, y a falta de invitaciones, empezaré a asistir a bodas al azar, en la esperanza de que sean interrumpidas. Nunca hay que perder la esperanza.

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