Destellos cosmogónicos en la poética de Rosarito Andrada
Víctor Russo
El poema es un espacio ideal poblado con signos vivientes. Una experiencia total y sensorial, dada en una instancia creativa, que atrapa al poeta; se apropia de él para llevarlo a recorrer y develar los tortuosos caminos del inconsciente: donde anidan las tensiones, temores y obsesiones que se reflejan tanto en los indicios, como en la recurrencia temática y categorías conceptuales que exhibe.
Al respecto, Heidegger nos habla de la importancia de “el Dassein” (el Ser en el mundo) como lugar de cuestionamiento donde el hombre, desde que es hombre, convive con lo mítico angustiado por la muerte; problema existencial interminable que busca explicación en las oposiciones luz / oscuridad, movimiento / quietud, crudo / cocido etc., y no la encuentra. Temas de discusión, donde coincidencia, diferencias y divergencias tejen en el tiempo la urdimbre conceptual comunitaria.
Sabemos, que la Cosmogonía se ocupa del estudio del origen del universo: inasible e inconmensurable el cual –a decir de los astrónomos- cada vez se expande más y entendemos menos. Este criterio científico habita claramente en la obra de la Dra. María del Rosario Andrada, quien rastrea en lo mitológico la esencia temática que nutre y da sentido a su vasta y significativa poiesis latinoamericana. En todas sus creaciones habla de y con las creaturas del mito; lo hace para sí y para el mundo entero, con un lenguaje salvaje, que hurga en lo desconocido y dialoga con los dioses en búsqueda de la palabra primigenia, anterior a la Historia.
Su valioso aporte podría definirse como una alegoría (discurso donde al hablar de esto, se habla también de “lo otro”) que siempre es lo más importante; porque genera dudas, asombro e interrogantes, que obligan a repensar los criterios canónicos.
“en el nombre del padre y del hijo / proclamo mi bautismo en este breve sueño / en nombre del espíritu santo / resurjo de las piedras iguana / soy lengua que contempla la siesta y no perdona” (de Profanación en las Alturas, 2008) Obra dedicada a los habitantes del increíble paraíso: Antofagasta de la Sierra.
En cada página, Rosarito nos sorprende con frases que pueden titular otro poema “un sol primitivo y ajeno”, “agua de luz con avidez de pájaro”, “una alfombra de sal fileteada”. En la magia de su discurso bebe de cada palabra que dice o calla.
“Su transformación / la convirtió en pájaro / cola y cuerpo de dragón / surcó los cielos más altos / desatando / vientos huracanados. Quetzalcóatl miró desde lejos / la aldea / y decidió / el destino de los hombres” (de Los Señores del Jaguar, 2011) Su voz tiembla y ese temblor hace caminar montañas que vienen de lo más remoto del pasado, portando el mensaje divino que duele en el ardor de la palabra.
Sus vertientes conceptuales se nutren -entre otras- de El Popol Vuh, el libro indígena más importante de América que, según Emilio Abreu Gómez, se conservó por siglos en una iglesia de San José de Chichicastenango en Guatemala y, a comienzo del S. XVIII, fue descubierto y traducido por el cura Francisco Ximénez. En él se registran antiguas leyendas en Quiche; de las que rescato un fragmento análogo, en lo ficticio, al pensamiento de la autora: “Cuando los dioses llegaron al lugar donde estaban depositadas las tinieblas, hablaron entre sí y se pusieron de acuerdo. Pensaron cómo harían brotar la luz, la cual recibiría alimento de eternidad. La luz se hizo entonces en el seno de lo increado”.
En “Los Cánticos de Otmeron” (1998) logra, en la brevedad de lo dicho, crear su propia cosmogonía al proponer rituales ceremoniales cargados de símbolos: “Busco la identidad / y un felino azul / estaqueado en los enigmas me contempla / Nadie ignora el cataclismo / y la herida / es una ofrenda”. Los símbolos trascienden y rompen estructuras. Son afines a los misterios del universo latinoamericano que plantea Octavio Paz en su asombrosa “Piedra Solar”. Un lenguaje apretado de silencios sangrantes, que repta por las grietas del pasado aborigen, en la eterna y enigmática búsqueda del agua bautismal que libere del castigo.
La originalidad radica en la naturaleza de sus personajes mágicos; deconstruye y metaforiza lo universal, en una permanente oposición entre la necesidad de crear y la angustia de vivir. Su propósito es hacer entendible y soportable lo insoportable de la condición humana; al lograr mantener largamente una sorprendente coherencia temática y de sentido que emociona.
La perspectiva metafísica convive con la visión personal de un eterno viaje utópico al más allá y al lograr interpretar, en verso, los signos vivientes de la cosmovisión andina; con un estilo provocador, intemporal y disruptivo que se hace presente en las grandes obras de grandes poetas; capaces de calar hondo, detrás de las raíces para dar forma al alma solo con palabras.