OSCAR CASTILLO
OSCAR CASTILLO
EXGOBERNADOR Y EXSENADOR NACIONAL.
Con el fallecimiento del Dr. Mardonio Díaz Martínez, la sociedad catamarqueña pierde a un referente valioso y un profesional lúcido que supo interpretar las necesidades de su comunidad, apostar a su desarrollo sin medrar con costos personales y aportar siempre una mirada profunda, solidaria y transformadora para pensar nuestro futuro común.
Desde su juventud asumió el desafío del compromiso político en su dimensión más amplia y generosa: mediante su propia militancia partidaria, pero comprendiendo siempre que la comunidad es un todo que excede las expresiones parciales, de ideología o de sector.
Pero a ese compromiso lo asumió desde un conjunto de valores, desde una jerarquización de la justicia institucional y social y de la política como promoción del hombre y transformación de todas aquellas estructuras que puedan someterlo a la inequidad, al sometimiento de sus potencialidades o a la simple y llana negación de sus derechos elementales a la vida, el progreso, la libertad.
Por sostener esas ideas con valentía y convicción fue perseguido por la intolerancia más cerril e inhumana. Su familia padeció con creces el altísimo costo de esa injusticia.
Su padre, fallecido a edad temprana, tras haber sido torturado, en la angustia y el dolor de ver a sus hijos perseguidos.
Su hermano, desaparecido.
Su esposa y sus hijos, forzados al destierro y el propio Mardonio sufriendo la cárcel y el exilio.
En esas circunstancias tan dolorosas, consolidó su pensamiento y una conducta de raigal compromiso democrático. La intolerancia solo generó en sus convicciones el reflejo opuesto: un arraigo más acendrado de su compromiso con la libertad y la justicia.
Al regresar al país con la restauración democrática trajo además como aporte a su comunidad un desarrollo intelectual afincado en aquello que siempre fue su pasión y que ya había ejercido con valentía en la representación letrada: el derecho del trabajo.
Con total merecimiento, ese relieve intelectual lo llevó a ocupar un sitial en el más alto tribunal de justicia de la Provincia y en las organizaciones de representación profesional de la abogacía.
Pero sería injusto de mi parte limitar esta evocación de Mardonio al relevo de sus muchos y merecidos logros personales. Debo decir en honor a su memoria que, gracias a su generosidad y apertura, compartimos diálogos profundos, plenos de pasión política y amenos en el trato cordial, sobre los sueños en común de los catamarqueños.
Cuando la ciudadanía catamarqueña me honró con la máxima representación que ordena y prevé la Constitución Provincial, y ante el desafío de conducir su destino en un contexto de grave crisis institucional, económica y social, le pedí a Mardonio -menos que como Gobernador que como amigo- que aportara su consejo prudente, su mirada certera.
Lo hice en la convicción -que no fue errónea- de que su conocimiento de la vida y de la condición humana, con sus luces y sus sombras que él había padecido como pocos, ayudaría a encontrar mejores caminos para la Catamarca que los dos queríamos con sincera vocación política.
Aceptó con generosidad, sin anteponer jamás ningún interés menor al bien común. Acaso fundada en esa misma y evidente razón, la Legislatura de la Provincia lo eligió para presidir el tribunal que audita toda gestión administrativa. También allí actuó con el equilibrio, la firmeza y la independencia de criterio que constituyen la base de toda administración de justicia.
Creo necesario en su hora final, dar testimonio de esos valores humanos y políticos que conservó toda su vida y deja como legado valioso a sus descendientes y a la comunidad en su conjunto. Y despedir al amigo Mardonio con el aprecio final por su diálogo exquisito, su ironía siempre fina, elegante y compasiva y su reivindicación comprometida y vivencial de los mejores valores que en la salud o en la adversidad puede encontrar un ser humano.