martes 19 de marzo de 2024
EL MIRADOR POLÍTICO

Poncho, cultura y economía

Por Redacción El Ancasti

La Fiesta del Poncho está envuelta en la polémica anual por la definición de los números locales que se presentarán en el escenario mayor, ritual de exactitud cíclica similar al Inti Raymi. 
Este año, la Secretaría de Cultura delegó sus prerrogativas políticas para establecer los perfiles de la puesta catamarqueña en un plebiscito operado a través de la red social facebook. La metodología fue cuestionada por una significativa porción de la colonia artística provinciana, que se autoexcluyó de la competencia, a la que calificó de indigna, y llegó incluso a barajar la posibilidad de avanzar en planteos judiciales y hasta en la organización de un “contra-Poncho” de protesta. Otro grupo, no menos significativo, se allanó al sistema, que finalmente alumbró 40 beneficiarios.
Fin del rito, “hasta el otro carnaval”. Los números son los que son y se presentarán como teloneros de los llamados “nacionales”, que cuestan millonadas y se convocan conforme criterios vinculados con la taquilla que supuestamente garantizan en las gélidas lunas de julio. 
Nadie se ofenda por lo de “teloneros”: este diario valora en medida mucho mayor que numerosos sobadores de lomo tan entusiastas como reacios a los desembolsos el talento y el esfuerzo de los artistas catamarqueños, pero el lugar que se les asigna en la cartelera es ese.
Discriminar las propuestas en base a sus méritos artísticos es tarea que excede las posibilidades de este espacio periodístico. Garantiza la inquina de quienes no resulten agraciados por el parecer del crítico, y si la Secretaría de Cultura, cuyos miembros han de tener las aptitudes para pronunciarse con autoridad al respecto, pretendió sacudirse del lomo la responsabilidad con una votación, mal podría un medio de comunicación meterse a juez sin caer en la usurpación de funciones.
Otra cosa es subrayar que la recurrencia de las controversias ha sido hasta ahora inconducente y que desde hace demasiado tiempo es evidente la necesidad de generar un protocolo para la definición de la cartelera, que oriente a los aspirantes. 
El procedimiento aplicado en esta oportunidad puede quizás objetarse porque la valoración artística queda licuada en una encuesta, donde los votantes ponen en juego otros criterios y cobra importancia la destreza de los candidatos para moverse en las redes sociales. Sin embargo, esta supuesta deficiencia es menos cuestionable que el hecho de que Cultura informara el método a escaso un mes del festival. 
Las quejas tienen más consistencia si se considera esto. 
Muchos de los aspirantes al escenario mayor habrán apostado a ser elegidos en función de méritos específicamente artísticos. Otros, a quedar habilitados por sus trayectorias. Unos terceros quizás afirmaban expectativas en contactos y favores políticos o afectivos. 
Nadie estaba preparado para la lógica de una votación por Facebook.

Plata

Conviene no olvidar que el Poncho es, aparte de un hecho cultural, un acontecimiento económico, de modo que las disputas no obedecen únicamente a diferencias de orden artístico y estético; también incide el reparto de las utilidades de un negocio en el que los artistas son, como los artesanos, elemento insustituible.
Los espectáculos en el escenario mayor son solo una parte del fenómeno, y no la más concurrida, pero para los artistas constituyen la oportunidad no solo de mostrar su talento a un público importante, sino también de cobrar por su trabajo, cosa que es absolutamente legítima: el trabajo cultural debe pagarse, y debe pagarse bien.
Declarar amor a la fiesta es una obviedad y la identificación de los catamarqueños con el Poncho es garantía de concurrencia. Abordar el andarivel presupuestario es menos simpático. A las reyertas artísticas en curso resta añadirles las que se dispararán por la asignación de los negocios gastronómicos y comerciales, también clásicas. 
A esta altura de las controversias –el Poncho tiene más de medio siglo-, parece oportuno que las secretarías de Cultura y Turismo se pongan en la tarea de consensuar con los artistas un sistema de selección con reglas claras a las que atenerse. 
Los artistas locales tienen derecho a indignarse por las millonadas que se erogan en números foráneos, buenos o malos, mientras a ellos les restringen cachets y tienen que perseguir expedientes meses enteros por los vericuetos burocráticos para poder cobrar. Esto, sin olvidar que cada gestión tiene sus favoritos. 
Un protocolo de selección podría establecer, por ejemplo, en qué proporciones se distribuirán los recursos asignados al festival entre números locales y nacionales; o pisos y techos para los emolumentos. También podría especificarse qué trayectoria y trabajo deben acreditar como mínimo los aspirantes para entrar en la liza. Quizás, cupos de participación para debutantes. 
Una votación como la implementada ahora no tiene por qué descartarse, aunque podría perfeccionarse para que se voten no sólo nombres, sino propuestas; o no aplicarse para definir toda la cartelera, sino una parte.
Las alternativas son infinitas. Lo que no puede obviarse es la construcción de consensos con los actores culturales de la provincia, que no solo son músicos y bailarines. La legitimación de los procedimientos restará espacio a los rezongos característicos de cada edición de la fiesta. Contribuirá, sobre todo, al cuidado de la más catamarqueña de las fiestas y el valioso capital de su poder de convocatoria. 

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