La Fiesta del Poncho está envuelta en la polémica anual por la definición de los números locales que se presentarán en el escenario mayor, ritual de exactitud cíclica similar al Inti Raymi.
Este año, la Secretaría de Cultura delegó sus prerrogativas políticas para establecer los perfiles de la puesta catamarqueña en un plebiscito operado a través de la red social facebook. La metodología fue cuestionada por una significativa porción de la colonia artística provinciana, que se autoexcluyó de la competencia, a la que calificó de indigna, y llegó incluso a barajar la posibilidad de avanzar en planteos judiciales y hasta en la organización de un “contra-Poncho” de protesta. Otro grupo, no menos significativo, se allanó al sistema, que finalmente alumbró 40 beneficiarios.
Fin del rito, “hasta el otro carnaval”. Los números son los que son y se presentarán como teloneros de los llamados “nacionales”, que cuestan millonadas y se convocan conforme criterios vinculados con la taquilla que supuestamente garantizan en las gélidas lunas de julio.
Nadie se ofenda por lo de “teloneros”: este diario valora en medida mucho mayor que numerosos sobadores de lomo tan entusiastas como reacios a los desembolsos el talento y el esfuerzo de los artistas catamarqueños, pero el lugar que se les asigna en la cartelera es ese.
Discriminar las propuestas en base a sus méritos artísticos es tarea que excede las posibilidades de este espacio periodístico. Garantiza la inquina de quienes no resulten agraciados por el parecer del crítico, y si la Secretaría de Cultura, cuyos miembros han de tener las aptitudes para pronunciarse con autoridad al respecto, pretendió sacudirse del lomo la responsabilidad con una votación, mal podría un medio de comunicación meterse a juez sin caer en la usurpación de funciones.
Otra cosa es subrayar que la recurrencia de las controversias ha sido hasta ahora inconducente y que desde hace demasiado tiempo es evidente la necesidad de generar un protocolo para la definición de la cartelera, que oriente a los aspirantes.
El procedimiento aplicado en esta oportunidad puede quizás objetarse porque la valoración artística queda licuada en una encuesta, donde los votantes ponen en juego otros criterios y cobra importancia la destreza de los candidatos para moverse en las redes sociales. Sin embargo, esta supuesta deficiencia es menos cuestionable que el hecho de que Cultura informara el método a escaso un mes del festival.
Las quejas tienen más consistencia si se considera esto.
Muchos de los aspirantes al escenario mayor habrán apostado a ser elegidos en función de méritos específicamente artísticos. Otros, a quedar habilitados por sus trayectorias. Unos terceros quizás afirmaban expectativas en contactos y favores políticos o afectivos.
Nadie estaba preparado para la lógica de una votación por Facebook.