viernes 22 de marzo de 2024
CARA Y CRUZ

Cuestión de oficio

Es irónico que Elisa Carrió, a quien diferentes sectores atribuyen enfáticamente la virtud de la inestabilidad...

Por Redacción El Ancasti

Es irónico que Elisa Carrió, a quien diferentes sectores atribuyen enfáticamente la virtud de la inestabilidad, haya sido la dirigente que mayor solvencia y templanza demostró para orientar al macrismo en el caos político detonado por la reforma previsional. Irónico, pero no raro: la trayectoria parlamentaria de Carrió va por el cuarto de siglo, tiempo que a cualquier persona inteligente, y ella lo es, pues no se llega a donde ha llegado siendo un imbécil, le sobra para adquirir competencia en el oficio que haya elegido. Con los hechos ya consumados, es fácil señalar que el Gobierno nacional pagó el jueves pasado el costo del amateurismo de algunas de sus principales espadas. Sin embargo, los hechos no se habían consumado aún cuando Carrió y varios integrantes de la coalición Cambiemos empezaron a advertir sobre la necesidad de dejar madurar un poco más la reforma previsional ya sancionada por el Senado, explicar sus alcances a la opinión pública e introducirle algunas modificaciones –como la compensación a los jubilados- antes de intentar sacarla en el más cenagoso terreno de la Cámara de Diputados. Debe considerarse que, por muy inestable que se la pinte, en las memorias de la señora Carrió han de ocupar lugar destacado los luctuosos incidentes que precipitaron la salida anticipada de la Alianza de Fernando De la Rúa en diciembre de 2001. Así que por lo menos sabe con los bueyes que ara. Fue ella también la que paró la idea de sacar la reforma por decreto, que de prosperar hubiera tensionado todavía más el clima social y político.

Con una fuerte movilización en las calles, ferozmente reprimida por la Gendarmería, el guión del kirchnerismo y sus coyunturales socios dentro del recinto era previsible: armar un escándalo para impedir la sesión. Las discusiones reglamentarias sobre el quórum carecen de sentido. Alcanzara o no el oficialismo el número para avanzar, la oposición aprovecharía el clima social adverso a la reforma para tratar de romper el plenario. Pero le hubiera resultado más complejo, por cierto, si los números a favor de Cambiemos no fueran tan ajustados y los acuerdos logrados para alcanzarlos más firmes. Las deserciones, que el caldeado ambiente del recinto aceleró hasta la sangría, obedecieron a una combinación de motivos, adicionales a la falta de convicción: cortocircuitos en las líneas de mando de los gobernadores con sus diputados, especulación de los propios gobernadores para “subir el precio”, amedrentamiento. Estas variables, que cualquier legislador experimentado sabe incrementan su incidencia en situaciones críticas, fueron subestimadas por la Casa Rosada pese a las advertencias. Así fue como se configuraron las condiciones para la derrota, en un escenario donde, también lo saben los veteranos, son más eficaces las mañas del tahúr que los globos y las apelaciones a la buena voluntad y la concordia.

Tras un breve intercambio de palabras con el presidente del cuerpo, Emilio Monzó, Carrió advirtió que el round estaba perdido y tocó a retirada. La sesión se levantó al borde del pugilato de hecho. El valor del oficio parlamentario y político en instancias como la del jueves quedó de manifiesto también en el bando contrario al Gobierno, donde el protagonismo lo acapararon curtidos transeúntes como el debutante presidente del bloque k Agustín Rossi, el radical k Leopoldo Moreau –logró sacar de eje a Monzó sin recibir el chirlo que éste le tiró fuera de distancia- y la massista Graciela Camaño. Hoy la reforma se trata de nuevo, supuestamente con un esquema oficialista más firme. Acaso en la Casa Rosada hayan advertido ya la conveniencia de no marearse con los triunfos electorales y discriminar campos de batalla donde la consulta a los “focus groups” y la gestión de redes sociales son inocuas. Si no es así, confirmará que la Argentina tiene un problema más grave que el déficit fiscal: un déficit de gestión política, por tanto de autoridad, que impide ofrecer certidumbres.

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