El debate en torno a las pseudociencias volvió a cobrar fuerza en los últimos días, luego de que la Asociación Argentina de Astronomía se quejara por la presentación del libro “Horóscopo chino: caballo de fuego”, de la astróloga Ludovica Squirru, en el Planetario Galileo Galilei de la Ciudad de Buenos Aires. Los astrónomos, que difunden y producen conocimiento científico, consideraron una afrenta que se diera espacio en un ámbito dedicado a la divulgación de la ciencia a una práctica como la astrología, que carece de fundamentos verificables. Finalmente, la actividad fue suspendida, pero dejó planteada la necesidad de un debate más amplio.
La astrología, como otras creencias similares, no se sostiene en evidencia empírica ni en el método científico. No deja de ser un sistema de creencias, una tradición cultural, que puede resultar inocua para quienes la consultan como entretenimiento o como ritual simbólico. Sin embargo, no todas las pseudociencias son inofensivas. Cuando esas prácticas se trasladan al terreno de la salud, el daño potencial se multiplica: hay quienes, confiando en pseudoterapias, abandonan tratamientos médicos validados, con consecuencias graves o irreversibles. Además del perjuicio físico o psicológico, el engaño puede implicar pérdidas económicas considerables para personas vulnerables que buscan alivio a su sufrimiento.
La programación neurolingüística y la biodecodificación, ambas presentadas como caminos hacia la sanación física o psicológica, no tienen validación científica alguna. La programación neurolingüística y la biodecodificación, ambas presentadas como caminos hacia la sanación física o psicológica, no tienen validación científica alguna.
El físico y filósofo argentino Mario Bunge advertía con claridad: “La pseudociencia es siempre peligrosa porque contamina la cultura y, cuando concierne a la salud, la economía o la política, pone en riesgo la vida, la libertad o la paz”. Sus palabras cobran una vigencia inquietante frente al auge de influencers que, con miles o millones de seguidores, promocionan supuestas técnicas “curativas” basadas en creencias sin ningún respaldo. Son cada vez más comunes los mensajes que aseguran que las enfermedades no se originan en virus, bacterias o fallas del sistema inmune, sino en bloqueos emocionales que se pueden “resolver” con una charla, un curso o una técnica milagrosa. Ese discurso, seductor pero falaz, es profundamente riesgoso.
En este terreno han crecido en los últimos años la llamada programación neurolingüística y la biodecodificación, ambas presentadas como caminos hacia la sanación física o psicológica, pero sin validación científica alguna. Se trata de construcciones pseudocientíficas que se promocionan con la retórica de la ciencia, pero sin cumplir con sus requisitos esenciales: la evidencia, la reproducibilidad y la revisión crítica.
Por eso resulta imprescindible trazar una línea clara entre ciencia y pseudociencia. No se trata de negar el valor simbólico que algunas prácticas pueden tener en la vida de las personas, ni de prohibir las terapias alternativas. Pero sí de advertir que, especialmente en materia de salud, es necesario recurrir a profesionales de la medicina y no abandonar tratamientos probados por reemplazos ilusorios.