Rodrigo L. Ovejero
Rodrigo L. Ovejero
Allá lejos en el tiempo, los teléfonos tenían números y nada más. Incluso algunos los tenían dispuestos de forma circular y marcar un número entero tomaba un tiempo breve pero suficiente para reflexionar sobre la comunicación que estábamos a punto de emprender, ya fuera declarar nuestro amor a la persona de nuestros anhelos o pedir una pizza. La tecnología, sin embargo, continuó avanzando, y en este siglo es lo más común tener un teléfono que no solo tiene números sino un teclado alfabético completo.
En el momento en que tuve uno de estos aparatos en la mano por primera vez pensé que el arte de la escritura iba a avanzar como nunca ahora que todos tenían una máquina de escribir en la mano. Estaba equivocado, la gente escribe cada vez menos, y por lo general se limita a utilizar símbolos o imágenes para expresar sus pensamientos. El círculo se ha completado, hemos vuelto a la economía de expresiones del hombre de las cavernas que pintaba mamuts en las paredes de su morada. El lenguaje utiliza cada vez menos palabras, y no sé si estoy listo para un mundo así.
Pongamos, por caso, las lides del amor. Es muy probable que no esté al tanto de las últimas tendencias en rituales de apareamiento, pero al parecer estos se componen cada vez menos de lenguaje escrito y más de emoticones, estas expresiones minimalistas que nos ahorran tiempo en la comunicación –necesitamos cada vez más tiempo, no sabemos por qué, pero cada vez tenemos menos- aunque nos hagan perder precisión. Es así que la gente ya no expresa su desasosiego, tristeza o pesadumbre, y se limita a enviar un emoticón que hace referencia a todas esas emociones en una solo carita, y en el juego de la seducción a nadie se le ocurre señalar a su amada como encantadora, maravillosa o cautivante –en fin, las sutilezas del lenguaje- teniendo a mano una carita con dos corazones en los ojos. Imagine el lector lo fácil que tendría su trabajo Cyrano de Bergerac en estos tiempos, parado al lado de su amigo, los dos ante la intermediación segura y cobarde del celular, y el dictándole: fueguito, fueguito, corazón, figura de hombre corriendo, berenjena.
A veces me pregunto si no hemos iniciado un camino sin retorno hacia la pérdida definitiva del lenguaje. Es difícil creerlo en el corto plazo, pero no me parece descabellado pensar que trescientos o cuatrocientos años en el futuro la comunicación prescinda definitivamente del tedio del lenguaje y se base en un conjunto de imágenes con las cuales podamos decir cada vez menos, pero en menos tiempo (que es lo que pareciera importar). Si algo así llegara a ocurrir, confiemos en que habrá una resistencia, círculos secretos de personas que se comunicarán con mensajes innecesariamente largos solo por disfrutar del placer perdido de la palabra escrita.