Gran parte del botín de las criptoestafas perpetradas por Edgar Adhemar Bacchiani y su pandilla quedó en manos de los inversores que consiguieron salir de la pirámide fraudulenta antes del colapso.
Gran parte del botín de las criptoestafas perpetradas por Edgar Adhemar Bacchiani y su pandilla quedó en manos de los inversores que consiguieron salir de la pirámide fraudulenta antes del colapso.
“Algunos dieron dos o tres vueltas. Si la última vuelta la perdieron, ya estaban hechos con lo que ganaron en las dos primeras”, dijo el juez federal Miguel Ángel Contreras en una extensa entrevista concedida al programa “Se acabó lo que se daba” de “Ancasti Streaming”.
“El dinero con el que se pagaba era el dinero que entraba por parte de la gente que invertía. La cuenta es clarita: dejaron de poner y dejaron de devolver el dinero”, señaló.
Lógica elemental del esquema Ponzi, replicada por los epígonos del “Trader God” que se multiplicaron cuando descubrieron el agujero del mate: las fabulosas utilidades abonadas a la cima y el centro de la pirámide se financiaban con los aportes de los recién ingresados. Las utilidades de la especulación con criptoactivos, si existió, fueron marginales y en cualquier caso embuchadas completas por los “traders”.
El reclutamiento de contribuyentes fue extendiéndose de los sectores más acomodados a los medios, y de ahí a los más humildes, reunidos en corralito por los “poceros” para alcanzar las cifras necesarias para entrar en liza y negociar mejores dividendos.
La multiplicación de cazadores y la intensidad de la cacería desmadraron en un incremento exponencial de los intereses ofrecidos.
Como en un remate, los financistas levantaban la oferta de utilidades de sus antagonistas para retener o sumar clientes y sostener el flujo de la base hacia la cima de la pirámide.
La investigación de las criptoestafas se desarrolló fragmentada, pero se trató de un solo sistema de depredación y el botín fue dinero material, moneda de curso legal en pesos, dólares, euros, no bitcoins.
Si la imagen de Edgardo Bulacio padre llevándose la plata en bolsos del local de “RT Inversiones” condensó la fábula, hay una cantidad indeterminada de personas que tomaron fuertes ganancias, las retiraron antes del derrumbe y quedaron fuera del radar judicial: los socios ocultos de “La Bacchineta”.
Por momentos confesional, Contreras admitió dificultades casi insalvables para seguir el rastro de ese botín disperso. Quizás podría intentarse con quienes pusieron dinero que tenían declarado, pero es imposible con los que apostaron con plata “negra”. Más aún, cuando muchos se abstuvieron de hacer reclamos porque no tenían cómo justificar el origen de los fondos invertidos.
“Es probable que exista algún dinero por ahí, guardado en algún lugar de ese mundo de la tecnología, de las cripto, pero al tratarse de un sistema Ponzi, el dinero directamente desapareció con los mismos inversionistas”, conjeturó el juez.
La posibilidad de ir sobre los inversores que ganaron con la pirámide de “Adhemar Capital” fue planteada al menos en dos oportunidades, pero en la causa que se desplegó en Córdoba.
En mayo de 2022, un mes después de la detención de Bacchiani, los abogados de un grupo de estafados por Edgar Bacchiani en Córdoba le plantearon a la fiscal de Delitos Complejos, Valeria Rissi, que investigue a los inversores y socios originarios de “Adhemar Capital” y citaron el célebre caso del financista norteamericano Bernard Madoff, fallecido en prisión el 14 de abril de 2021 mientras purgaba una condena de 150 años por la que se considera la estafa piramidal más grande de la historia.
En ese proceso, Irving H. Picard, administrador del fideicomiso armado para resarcir a las víctimas de Madoff, razonó que las ganancias emergentes de un ilícito son también ilícitas, de modo que los que habían lucrado con el montaje debían pactar con el fideicomiso para devolver lo ganado o exponerse a una acusación como partícipes necesarios del fraude. El fideicomisario recuperó así más del 80% de los fondos esquilmados.
El planteo nunca prosperó y los abogados no insistieron, pero tres años después, en el comienzo del juicio oral y público, uno de los defensores iniciales de Bacchiani volvió a enfocar a los socios ocultos de “La Bacchineta”.
“Todos los lavadores de activos, todos estos que están acá, que han evadido tributariamente y que han querido beneficiarse con la oportunidad que le dio Bacchiani, tendrían que estar sentados también en el banquillo de los acusados porque han incurrido en un delito similar al de Bacchiani. Acá los platos rotos los está pagando una sola persona. ¿Y los que lavaron plata? ¿Y los que no supieron decir el origen de la plata que tenían porque querían beneficiarse con más dinero que le ofrecía Bacchiani? ¿Dónde están?”, disparó el abogado Ricardo Moreno, que luego desistió de la defensa.
Grandes misterios que acaso nunca se develen.
Bacchiani confesó que había esquilmado a sus clientes para acceder a un juicio abreviado en el que lo condenaron a 9 años de prisión.
Bacchiani tampoco colaboró demasiado para identificar a los inversores gananciosos, aunque sí acusó a varios de sus cómplices por despojarlo de bienes con los que podría haber resarcido a los perdedores.
Contreras admitió que creyó en las promesas de pago que Bacchiani hacía después de caer preso, pero también recordó la fuerte presión social de los acreedores para que lo liberara, que recrudecieron cuando el “trader” aseguró que un amigo le prestaría 50 millones de dólares para afrontar las deudas.
“La gente cuando escuchó eso me atacó a fondo pidiendo que lo deje salir para que les pague. Él se aprovechaba de esa situación porque sabía lo que ocurriría. Quemaban gomas, tiraban piedras con mensajes, carteles, sobres”, recordó.
Los abogados Lucas Retamozo, representante de Bacchiani, y Alfredo Aydar, patrocinante de un grupo de inversores, fueron engranajes centrales de esta manipulación.
Teóricamente en veredas enfrentadas, ambos operaron en sistemática sintonía durante meses para conseguir que se le otorgara la prisión domiciliaria a Bacchiani, con el pretexto de que era imprescindible para que pagara. Incluso montaron una oficina de pagos en una escribanía, que fracasó en menos de una semana, desbordada por la demanda.
Retamozo terminó acusado como miembro de “La Bacchineta”.
Aydar, obsesivo crítico de la investigación, dejó vencer los plazos procesales formales y quedó afuera como querellante del megajuicio que comenzó a organizarse en el Tribunal Oral Federal. Acusa a Contreras y al fiscal Rafael Vehils Ruiz de accionar maliciosamente para impedirle participar de instancia tan clave, pero en realidad se autoexcluyó.
“Tenés un plazo para cumplir todo: para convertirte en querellante, para convertirte en actor civil; luego otro plazo para interponer la demanda por daños y perjuicios… y bueno, mientras no cumplas con todos esos requisitos en los plazos respectivos, se da por decaído el derecho”, recordó Contreras.
Cuánto rigor. Al mejor cazador se le escapa la liebre, capaz no fue mala praxis: incluso el jurista Aydar puede confundirse de Código Procesal.