martes 4 de noviembre de 2025
COLECCIÓN SADE- BIBLIOGRAFÍA CATAMARQUEÑA

La poética de fuego y piedra de Enrique Traverso

Pablo Félix Jiménez

Esta crítica explora la obra poética de Enrique Traverso, autor catamarqueño, en busca de conexiones con el objetivismo, el surrealismo y lo telúrico. Para ello, contrastamos su escritura con la poética objetivista de Joaquín O. Giannuzzi, destacando el uso de la descripción y las figuras retóricas como vehículo de su visión. Examinamos cómo Traverso se desvía de etiquetas únicas y fusiona diversas influencias, creando una voz singular.

Partimos de la hipótesis de que la poética de Traverso puede leerse como objetivista; para contrastarla, tomamos un poema de Giannuzzi. Seguimos a Harold Bloom: la crítica debe ser “experiencial y pragmática antes que teórica”, haciendo explícito lo implícito en el libro.

Analizamos el libro de Enrique Traverso “Pulsando el crepúsculo con una sola yema” (UNC, 2019). Ilustraciones: María Candelaria Traverso. ISBN 978-950-746-269-6.

Lucía Carmona resume el estilo de Traverso como “extraña mixtura de surrealismo y poesía telúrica”. Destaca la espontaneidad, la conexión con la naturaleza y el realismo fantástico. Aceptamos su diagnóstico y profundizamos: la mixtura nace de la convivencia de romanticismo, costumbrismo, modernismo, realismo francés y objetivismo norteamericano. Lo telúrico comparte con el exteriorismo la mirada puesta afuera, en la tierra que habita y duele.

El objetivismo nació en EE. UU. a comienzos del siglo XX: observación fría, precisa, rechazo al yo romántico. Oviedo recuerda que Cardenal define el exteriorismo como “poesía objetiva, narrativa y anecdótica, hecha con elementos reales, nombres propios, datos exactos; en fin, poesía impura”. El binomio, interiorismo / exteriorismo, marca un límite: salir del yo para nombrar las cosas.

Dobry ubica al surrealismo “en la antípoda del objetivismo”: largas digresiones metafóricas versus economía descriptiva. Si en Traverso conviven objetivismo y surrealismo, habría un juego de contrarios que la crítica debe sopesar.

Pound, Williams, Reznikoff y Zukofsky legaron una poética del dato concreto. En Hispanoamérica esa estética derivó en exteriorismo. En Argentina, Dobry observa: “La influencia de Williams es perceptible en los poetas jóvenes; no hay profecía del caos, hay testimonio”.

Joaquín O. Giannuzzi ejerce de puente local hacia el objetivismo. Calabrese menciona sus referencias: Eliot, Pound, Williams, “el horror de lo cotidiano”. La crítica lo define como “poesía que erige al poema como pura percepción del mundo”, un sujeto que se desplaza y deja hablar las cosas. Leamos un fragmento:

Uvas rosadas

“Este breve racimo / de uvas rosadas pertenece / a otro reino, / Yace, sobre mi mesa / en la fría integridad de su peso terrestre / […] / todo transcurre del otro lado, fuera / del rumor insensato / de la existencia humana”.

El poema de Giannuzzi observa, nombra, contrasta la “fría integridad” del objeto con la “carnal exuberancia” que alude al cuerpo del poeta. La distancia se hace insoportable: la fruta, muerta, deviene espejo de la caducidad. El cierre abre una ambigüedad iniciática: lo vegetal deviene en símbolo de tránsito entre vivos y muertos.

Traverso, nacido en 1965, toma ese legado sin adherir a ortodoxia alguna.

Elegimos los poemas II y XV por su carga descriptiva y telúrica.

Poema II

“El cielo late despacio de rojo crisantemo / abajo en las casas de la villa un fueguito anda / haciendo cabriolas / en los hornos / en las cocinas / que tienen una salida a la noche eterna / sin puerta / con rescoldos que guardan tibiezas / con mesones pesados donde la vida ha grabado sus recuerdo / Las migas del pan son para los pájaros / los manteles estampados de amor y muerte.

El calostro de la luna / baña los patios” (Traverso, 2019, p. 6).

La escena nocturna de la villa rural se articula con precisión objetivista: fuego, hornos, migas de pan, manteles. Sin embargo, el cielo “late” (sinestesia) y el “calostro lunar” introduce una metáfora maternal que trastoca la frialdad. El crisantemo, símbolo solar de duración, anticipa ciclos de amor y muerte estampados en los manteles. La objetividad se colorea de mito local sin perder anclaje en lo cotidiano.

Poema XV

“La falda y la cintura de los cerros de enfrente / se queman / arden sin que nadie espante / o lo advierta, / todo sucede bajo la vigía de la luna. / Huyendo de las llamas / pumas, corzuelas, chanchos del monte / caballos salvajes / mayoatos, los sapos, las arañas / las hormigas termitas. / Todos cruzan de un cerro a otro / es un tropelaje que sacude el mundo. / Algunos bichos muestran su contorno / con el rojo de fondo / en los vaivenes y sombras / que se forman contra el fuego. / Zorros, cuises veloces / y toros solitarios / miraron la silueta que de ellos se dibuja / en la fronda ardiente / y después cruzaron a la otra banda / pisando con pasos quemantes / hasta el otro lado / donde el cuarzo cubre la piel de la montaña” (Traverso, 2019, p. 23).

Descripción minuciosa del incendio calchaquí: animales que huyen, contornos dibujados por el fuego, tropel que “sacude el mundo”. El dato es exacto, casi documental. Pero el cierre desplaza el plano: el cuarzo (“elemento celeste de las iniciaciones”) y la montaña (lugar de trascendencia) convierten la huida en rito de paso. Lo telúrico se vuelve iniciático; lo objetivo, simbólico.

Ambos poemas muestran la técnica descriptiva objetivista, pero Traverso renuncia a la levedad ascética: acepta metáforas, personificaciones, sinestesias que amplifican el mensaje sin caer en barroquismo. La estructura interna suele ser: Introducción subjetiva – Descripción objetiva – Cierre simbólico. En esa ambigüedad productiva (dice Eco) el poema se vuelve “extremadamente informativo”, exige al lector un esfuerzo interpretativo que redescubre orden en el aparente desorden.

El surrealismo, por su parte, busca “suprimir el duelo entre sujeto y objeto”. Traverso, sin ser surrealista ortodoxo, permite que la cosa observada se cargue de inconsciente: el fuego de la villa deviene crisantemo, la montaña cuarcífera deviene en piel iniciática. Así, la poesía se abre a la maravilla sin abdicar del dato concreto.

La escritura de Enrique Traverso no admite etiqueta única. Su base es descriptiva y telúrica; hereda del objetivismo la mirada puesta afuera, del exteriorismo la vocación testimonial, y del surrealismo la intuición que derrumba la frontera yo-cosa. El resultado es una mixtura que muestra y simboliza, nombra y evoca, sin exilio de la tierra que lo vio nacer. Cada poema es un microsistema donde conviven lo real y lo iniciático, lo cotidiano y lo mítico, en equilibrio inestable que obliga al lector a transitar la obra con los mismos pasos quemantes de los animales del poema XV: hasta el otro lado, donde la piedra y la piel confunden su sentido.

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