Los representantes de la elite que maneja la industria tecnológica están cada vez más convencidos de que el mundo se encamina a un inminente colapso que modificará radicalmente la vida sobre el planeta. Algunos libros de consumo entre esos sectores, declaraciones, conferencias e incluso propuestas políticas de referentes con posibilidades ciertas de convertirse en gobernantes de algunas naciones corroboran esta tendencia en el pensamiento global actual.
El principal factor del colapso es, por supuesto, el ambiental. Pero también la posible aparición de virus mortales o el ensanchamiento progresivo y hasta ahora imparable de la brecha entre multimillonarios cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres, que presagian convulsiones sociales que agravarán los problemas anteriores.
Como si fuese una de las tantas películas o series posapocalípticas o distópicas, los magnates tecnológicos imaginan un planeta en el que solo podrá salvarse una elite –es decir, ellos y otros megamillonarios-, aliados a la Inteligencia Artificial, y el resto de los miles de millones de habitantes de la Tierra perecerán o sobrevivirán como puedan, si es que pueden.
Un libro que retrata desde una mirada crítica el pensamiento de este grupo de magnates –Jeff Bezos, Elon Musk, Marck Zuckerberg, Sam Altman (de Open AI), Ray Kurzweil (Google)- es “La supervivencia de los más ricos” de Douglas Rushkoff.
Ligado a esta visión del futuro de la humanidad está una suerte de escuela que se denomina “largoplacismo radical”, representada por un joven surgido de la Universidad de Oxford, William MacAskill, de apenas 28 años y filósofo de cabecera de Elon Musk. Al largoplacismo radical no le importan las personas, sino la supervivencia de la especie ante la inminencia del colapso. Solo unos pocos sobrevivirán, y para eso es preciso el sacrificio de la inmensa mayoría del planeta. Por eso, esta corriente de pensamiento propicia disminuir la ayuda social a los más pobres –países y personas-, que, de todos modos, según esta visión, no sobrevivirán al colapso.
Lo del largoplacismo se entiende de la siguiente manera: lo que importa es la mirada del largo plazo. El presente y el corto plazo tienen problemas que no se pueden resolver. De modo que lo más conveniente es dejar que el colapso siga su rumbo indefectible mientras la elite mundial prepara su salvación. Es brutalmente inhumano, pero esa discusión ya se está dando. Las ultraderechas suelen adherir a este pensamiento. Por eso plantean reformas de largo plazo (de segunda, tercera y cuarta generación). En ese contexto se entienden los halagos de Musk a Milei.
El futuro sombrío que plantean los magnates tecnológicos no es inevitable. Es, apenas, una construcción teórica posible que debe demolerse con un proyecto de solidaridad y equidad global. Rushkoff llega incluso a subestimarlos, aunque no parece lo más aconsejable. “Mucha gente ve a estos titanes de la tecnología como nuestros héroes”. Quiero que se vea que la visión del futuro que tienen Musk o Zuckerberg es muy oscura. Más que emularlos, debemos reírnos de ellos”.