Al regalar a sus funcionarios el libro Defendiendo lo indefendible, de Walter Block, el presidente Javier Milei explicitó, una vez más, la matriz ideológica que orienta su mirada sobre el Estado, la sociedad y los límites de la acción individual. La obra del autor norteamericano de la Escuela Austríaca, busca justificar y normalizar prácticas expresamente prohibidas por la ley, amparándolas en una concepción extrema de la libertad individual.
Escrito en la década del 70, el libro arrastra anacronismos evidentes que lo tornan difícilmente aplicable al mundo contemporáneo. A ello se suma un rigor intelectual llamativamente pobre, basado más en provocaciones retóricas que en un análisis serio de las consecuencias sociales de sus postulados. Su tesis central es que toda práctica debe considerarse legítima si surge de un acuerdo voluntario entre las partes. El mercado, bajo esta lógica, se erige como juez supremo, desplazando no solo al Estado sino también a cualquier norma ética, moral o jurídica construida colectivamente.
Este razonamiento no resulta ajeno al propio Milei. Mucho antes de llegar a la Presidencia, el entonces economista mediático ya había defendido ideas similares, llegando incluso a justificar la venta de órganos bajo el argumento de la libre elección individual. El libro de Block no hace más que ordenar y radicalizar ese pensamiento, llevándolo a extremos que rozan —y en algunos casos atraviesan— los límites de lo socialmente tolerable.
El eje del planteo es el respeto irrestricto al consentimiento voluntario. Pero ese consentimiento, en la vida real, no existe en abstracto. Está condicionado por relaciones de poder, desigualdades económicas, dependencia material y situaciones de vulnerabilidad que distorsionan cualquier noción de libertad plena. Ignorar ese contexto es una decisión ideológica que favorece sistemáticamente al más fuerte.
Para Block, el rol del Estado debería reducirse a verificar que no exista violencia explícita entre las partes, desentendiéndose de las violencias implícitas que surgen de esas asimetrías estructurales. De este modo, el mercado adquiere una supremacía absoluta, incluso por encima de valores éticos básicos, y actividades ilícitas pasan a ser presentadas como simples intercambios económicos.
En ese esquema, el proxeneta que explota a una prostituta, el empleador que utiliza mano de obra infantil o el narcotraficante que abastece a personas con adicciones dejan de ser actores responsables de un daño social para convertirse en proveedores que satisfacen una demanda. El libro regalado por Milei hace apología de delitos federales, y viola expresamente varias leyes, entre las que se cuentan la 26.364, de Prevención su Sanción de la Trata de Personas; la 26.390, que prohíbe el trabajo de menores de 16 años, o la 23.737 de tráfico de estupefacientes.
La difusión de este libro por parte del propio presidente se inscribe en los intentos libertarios de dar una llamada “batalla cultural” que, en temas como los que plantea Block, no solo desafía sino que erosionan consensos democráticos básicos.
Defendiendo lo indefendible expone, sin eufemismos, la arquitectura ideológica que Milei busca proyectar sobre su gobierno. Pero también deja en evidencia que ese proyecto encuentra límites concretos en una sociedad que, con todas sus tensiones, ha construido acuerdos mínimos para proteger a los sectores más vulnerables frente a los más poderosos.
En ese marco, más allá de la endeblez teórica y de los desvaríos conceptuales del libro, hay un dato que no pasa inadvertido: el silencio de los funcionarios que lo recibieron, que tal vez no se animaron defender lo indefendible.
